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Deshabitados

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Indra Kishinchand López

Guardo tu número de teléfono en un folio en blanco, en un ordenador vacío, en una casa de verano, en un país a miles de kilómetros. Lo conservo solo para recordarme que ya no tengo la edad de entonces, que te quise hace tan solo 20 años, que tal vez jamás te quise.

Guardo tu número de teléfono en un folio en blanco porque no soy capaz de juntarte con mi vida, porque necesito esconderte en un cajón hasta que vuelvas; hasta que me pidas perdón por no haberte despedido. Entonces, abriré el baúl, sacaré el folio, escribiré lo que había sido tu nombre y lo gritaré en todos los edificios deshabitados de la ciudad para llenarlos de lo que nunca seremos.

Subiré a la única casa abandonada a la que fuimos juntos y contemplaré el mar mientras llueve con la esperanza de que tu regreso se prolongue, al menos, otros veinte años. Beberé sola durante un tiempo hasta que me demuestres que podemos compartir algo más que una soledad infinita.

Te sacaré todas las fotografías que no hice a lo largo de estos años y retocaré tu rostro en cada una de ellas para que parezca que has estado, que has cambiado. Te enfadarás conmigo por hacerlo y yo te responderé que es la única manera que tengo de superar tu ausencia, mi destierro.

Te recriminaré las cosas que no me dijiste, las reservas y los secretos. Lloraré cuando te vayas por el miedo a que no vuelvas como aquella vez. Lloraré también cuando llegues, casi de alegría, porque ya no existe el pánico de antes, el que me apretaba el pecho durante los 7.300 días que no estuviste. Te esperaré durante meses cada tarde en un sofá que se hunde cuando somos dos. Permaneceré ausente durante horas hasta que te encuentre, porque nunca ese salón había sentido la felicidad tan cerca.

Dejaré de soñar con las mujeres con las que has estado. Ya no me compararé más con desconocidas rubias de pelo liso, morenas de pelo rizado, pelirrojas con pecas en la cara. Evitaré imaginar cómo eludías hablarles de mí aunque te piense inventando cualquier historia solo para no deletrearme, tal y como hacía yo. Me figuraré que has inventado mil apodos para sustituirme y descubriré a carcajadas que he sido la chica de los semblantes incontables, de las innumerables formas, de nombre impronunciable.

Ahora que estás aquí, limpio todos los rincones de la casa para que no veas que después de ti solo hubo ruinas; que antes de tu yo actual yo solo era un dormitorio a medias, una vida fraccionada por la distancia y el olvido. Ahora que estás aquí solo espero que no retornes a ellas y a ese mar, sino que siempre que te vayas lo hagas conmigo, aunque me dejes en un hogar casi vacío.

Desde que estás aquí, no hay cortinas en ninguna ventana; porque ya no tengo que ocultar las huellas de los hombres que nunca fueron tú.

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