Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Nuevos paradigmas
Dicen que la felicidad no se mide por lo que tienes, sino por lo que compartes. Eso es lo que, probablemente, pensó el movimiento que promueve las acciones centradas en el consumo colaborativo. Según ese razonamiento, parece claro que el trueque siempre ha estado en nuestras vidas. Primero fueron objetos y, para establecer una medida paritaria y homogénea, se creó la moneda como método eficaz en las transacciones.
No obstante, cualquier vicisitud que origine incertidumbre en el poder de compra o en el atesoramiento (o pérdida) de riqueza hace que el ingenio se agudice, orientando el consumo no tanto hacia una finalización de la vida útil de los bienes y servicios, sino a una prolongación utilitarista de estos a través del intercambio. Es ahí donde nace (pero no por novedoso, sino por reciente) la denominada economía colaborativa.
De esta forma, nuestros bienes y servicios toman una dimensión diferente y complementaria a lo que estaba sucediendo hasta la fecha. El caso del uso de nuestro vehículo privado poniéndolo al servicio del resto, los inmuebles que van más allá del mero uso residencial o compartir de forma abierta una cobertura de red inalámbrica o nuestra propia ropa son claros exponentes del uso colectivo de un bien inicialmente privativo. O dilatar la vida útil de las cosas a través de un cada vez más extendido mercado de segunda mano.
Se modula el sentimiento de posesión, tal vez no tanto sobre el concepto de propiedad privada, sino por el sentido colectivo de la pertenencia. Este aparente cambio de paradigma hace mutar también las relaciones de mercado, porque se entra en la posibilidad de la probatura a la hora de acceder a un bien o servicio cuando no se tiene acceso para tenerlo con carácter privativo ni en tiempo real.
Se nos pone delante una nueva forma de consumo sobre objetos que, o bien tienen cerca su obsolescencia programada (o no), o simplemente han tenido el inicial interés que tuvo su consumo pero que no se mantiene a lo largo del tiempo de forma indefinida. En este caso, incluso se ha equiparado el poder de negociación de cada parte porque el paso del trueque convencional al consumo colaborativo tiene como variable explicativa central la evolución de la tecnología.
De esta forma, intuitivamente nos desviamos muy poco del precio real de mercado, porque valoramos nuestro trabajo o nuestro esfuerzo de forma relativa con el resto de la sociedad. No obstante, también genera desregulación, o más bien anomia y, aunque no sea necesariamente mala, sí que hay muchas normas que aún están por escribirse de forma que las actividades económicamente regladas no se vean perjudicadas por la irrupción de nuevos agentes en el sistema, porque su introducción es geométrica y ha venido no solo para quedarse, sino también para evolucionar. Es ahí donde debemos decidir si seremos agentes impávidos, recelosos o proactivos porque dicha forma de consumo, tengámoslo claro, se situará por encima de cualquier impedimento resistente al cambio que se procure dar.
*Economista
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