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La enemistad plural

José Miguel González Hernández

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No vamos a hablar de legalidad. Ni mucho menos de justicia. Vamos a hablar de probabilidad. Y de probabilidad basada en la denominada Ley de los Grandes Números. Ésta se considera como el primer teorema fundamental de la teoría de la probabilidad, donde se establece que la frecuencia relativa de los resultados en un suceso aleatorio tiende a estabilizarse en torno a su probabilidad de ocurrencia. Es decir, si tiramos un dado, la probabilidad de ocurrencia de un número determinado comprendido entre el 1 y el 6 es 0,166. Pero puede suceder que lo tiremos tres veces y salga siempre el 2. ¿Eso significa que la probabilidad de que salga la cara con el número 2 es igual a 1? No. Es 0,166. Y ¿por qué? Porque si lo lanzáramos un número suficientemente grande el resultado se estabilizaría y el 16,6% de las veces saldría el número en cuestión. De esta forma, la probabilidad de un suceso es la constante a la que se aproxima dicha frecuencia relativa.

Ante este hecho, debemos tener la completa seguridad de que, si dicho experimento se hace con cualquier cosa o circunstancia, al final pasa lo que debe pasar. Es esa razón por la que la probabilidad de conseguir premio en los diferentes juegos denominados de azar oscile entre el 0,0011765% de la Lotería de Navidad hasta el 0,0000013% del Euromillones.

Eso sí, si te toca el premio en la Lotería de Navidad y te llevas 400.000 euros por cada 20 euros jugados o, en el caso del Euromillón, que el premio suele estar en cientos de millones de euros y a lo mejor solo has jugado una vez, ¿cuál ha sido la probabilidad de ocurrencia? Pues la misma, lo que ocurre es que has tenido suerte y el azar te ha sido propicio. Eso sí, tenga la total tranquilidad de que el sistema nunca pierde, porque se atesoran los importes del resto de personas que han jugado y no han ganado a lo largo y ancho del tiempo. Y ¿por qué? Porque el premio se basa en la ocurrencia de lo que se gana, más en lo que se pierde. Se pueden dar esas cuantías porque harán un número suficientemente alto de apuestas que haga que se equilibre el premio con lo jugado.

¿Y a qué viene toda esta explicación? Al natural y sano ejercicio democrático de un proceso de elección política basado en el sufragio universal debido a que la representación existente, salvo algún residuo estadístico extraño, es la que es porque es la que se ha querido que sea. Los grandes números están presentes en las personas y cuando escuchamos expresiones como “... no saben lo que dicen ni lo que hacen...” siento decirles que llega un momento de volumen cuantitativo en el que sí que lo saben. El problema surge no en la pluralidad. El problema surge en la gestión de la pluralidad.

Estar conmigo o estar contra mí, el administrar solo para la parte acólita, el generarse enemistades sin elegancia como forma de relación social por la que se ha apostado, el establecer cordones sanitarios a la libertad. Ni acuerdo ni leches. Ni consenso ni monsergas similares. Aquí, leña. Mucha leña. El problema es que no todas las cosas son de goma. Algunas se rompen y no será posible su reconstrucción. Ahora pensemos si vale la pena correr ese riesgo...

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