Verdades, mitos y mentiras de Machu Picchu, la ciudad olvidada de los incas
Es uno de los mitos supremos ya no sólo de Perú, sino de todo el mundo. Uno de esos lugares que hay que ver al menos una vez en la vida si se es un viajero con un mínimo de interés por tener un pasaporte con pedigrí. Oculta a los ojos de la arqueología occidental durante siglos (porque decir que fue descubierta por el estadounidense Hiram Bingham sería mentir) Machu Picchu es uno de los mejores ejemplos de la planificación urbana incaica y, por su ubicación, un espectáculo muy difícil de describir con palabras. Pero es una ciudad; nada más y nada menos. Más allá de las interpretaciones fantásticas o legendarias fue una ciudad inca que, tras el colapso del imperio incaico quedó abandonada aunque no olvidada ; los españoles la conocían (la describen algunos documentos históricos) y los lugareños de los alrededores también. De Machu Picchu se han dicho muchas cosas. Y la gran mayoría son fábulas que, lamentablemente, difunden interesadamente la mayoría de los guías para aumentar el halo místico de las piedras, crear la ilusión de una visita mágica e incrementar las propinas.
Y la primera mentira es que los incas lograron mantener la ciudad oculta a los españoles. No. La conocían desde 1539, esto es, apenas seis años después del colapso del imperio con la muerte del inca Huascar. La tradición señala que la ciudad fue construida por orden del Inca Pachacútec (siglo XV) para asentar el poder incaico en esa zona tras una dura campaña de conquista. Eran los primeros pasos de la expansión imperial incaica y la ciudad cumpliría la función de asentar el poder del inca en la zona y, de paso, controlar los alrededores y las rutas de comercio que conectaban el altiplano con las primeras selvas de la Amazonía. Sobre la función de Machu Picchu se ha dicho que fuer residencia de verano de Pachacútec y su familia y posterior mausoleo; lugar de encierro de mujeres nobles consagradas a los dioses; ciudad sagrada y de peregrinación… Pero la semejanza de Machu Picchu con otras ciudades del llamada Valle sagrado (como Pisac o Ollantaytambo) deshacen los mitos.
Nosotros tuvimos la posibilidad de hablar un par de veces conFederico Kauffmann, quien fura director dePatrimonio Histórico del Gobierno de Perú y director del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia (una de ellas una cena espectacular en la que se comió poco y se habló muchísimo –nosotros preguntar y escuchar al maestro-) y él sostenía que la ciudadela era sólo la cabeza administrativa y religiosa de la comarca; un lugar desde dónde se gobernaba y se organizaba la producción agrícola y el comercio de aquella parte del imperio. Intihuatanas los hay en otras ciudades; templos los hay en todos lados; las construcciones de Pisac, por ejemplo, son aún más delicadas que en Machu Picchu. Pero pese a lo ordinario de funciones, sigue siendo un lugar extraordinario que trataremos de explicarte bien para que te animes a viajar.
La Puerta del Sol (Intipunku) .- Esta era la primera edificación con la que se encontraban los viajeros que accedían a la ciudad a través del Camino del Inca. La pequeña estructura consistía en una portada de piedra, un complejo sistema de terrazas, muros de contención y una pequeña cabaña anexa que servía como puesto de control previo a la entrada a la ciudadela. El nombre y la posición de la puerta no son cosa de la casualidad. Como todo lo que hacían los incas, la entrada a la ciudad también cumplía una función ritual ya que estaba orientada astronómicamente para ser la primera en recibir los rayos del sol durante los amaneceres. Durante el solsticio de verano (del 21 al 24 de diciembre), el Intipunku se alinea con la salida del sol y una de las ventanas del llamado ‘torreón’ o Templo del Sol , una de las estructuras más importantes de la ciudadela. Al Intipunku se llega tras una breve caminata de 1,8 kilómetros desde la llamada Casa del Guardián en la que se sube un desnivel de casi 250 metros. Las visas sobre la ciudadela desde el Intipunku son increíbles ; aún más a primera hora de la mañana.
Las terrazas previas al recinto fortificado y las canalizaciones .- Una de las maravillas de la ingeniería incaica fue su control sobre el agua y su capacidad para convertir casi cualquier sitio en tierra cultivable. Las terrazas de cultivo de la ciudadela de Machu Picchu son un ejemplo paradigmático que se extiende por otros yacimientos del Valle Sagrado. Sólo aquí, los ingenieros incas construyeron más de 4,9 hectáreas de suelo fértil y útil en las laderas de la montaña a través de un cuidadoso planeamiento urbano, hidrológico y agrícola. Un ejemplo de la pericia constructiva de la civilización incaica fue su dominio sobre el agua. Un canal de más de 750 metros de longitud (con una pendiente constante del 3%) conduce mansamente hasta el centro de la ciudadela un caudal de agua de entre 25 y 150 litros por minuto (de 10 a 16 cm de profundidad y de 10 a 12 centímetro de ancho). Para ello no sólo excavaron fuentes, sino que construyeron muros colectores y drenajes que llevan el agua hasta ese canal capaz de soportar hasta el doble de capacidad de lo previsto, por si las moscas.
Las terrazas cumplían una doble función: la de servir como tierra de cultivo y la de asentar la propia ladera y toda la estructura de la ciudadela. Los muros tienen forma trapezoidal con cimientos anchos y extremos superiores de apenas veinte o treinta centímetros que ayudaban a sostener la tierra. Una compleja red de drenajes impide, aún hoy, que el peso de la tierra empapada se deslizara ladera abajo provocando el colapso de toda la ciudad (hay 130 desagües en todo el complejo). Machu Picchu es un desafío para la ingeniería. Incluida la actual. Una pequeña explanada al suroeste de las terrazas de cultivo se destino a necrópolis de la ciudadela. La llamada Piedra Funeraria se ha interpretado como un altar en el que se realizaban los ritos previos al enterramiento . Aquí se encuentra la ‘casa del guardián de la roca funeraria’, con impresionantes vistas sobre el conjunto y el punto de partida del sendero que lleva hasta el Puente del Inca, una sencilla pasarela de madera que servía para cortar el acceso a la ciudad desde el sur.
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La ciudadela; estructura urbana y función
El agua y el sol determinaron todos y cada uno de los elementos que conforman la ciudadela. Muros adentro, lo primero que llama la atención al viajero es la división del espacio en dos partes muy diferenciadas separadas por un amplio sistema de plazas o explanadas dispuestas en forma de grandes terrazas. Este enorme espacio abierto separaría a los barrios de Hanan (arriba) y Hurin (abajo); la ciudad sagrada –arriba- y la ciudad residencial –abajo- Esta lógica se mantiene en toda la estructura urbana de la ciudad. De esta manera, el primer conjunto de casas y dependencias estaría destinado a satisfacer las necesidades rituales de la familia real y los grandes sacerdotes y sacerdotisas del lugar. Aquí se localizan las Fuentes Rituales; la habitación de la Ñusta; el ‘torreón’ –o templo del sol-; y el panteón real.
Fuentes Rituales o Pacchas .- A la escalera que separa este primer conjunto del Palacio Real se la llama calle de las fuentes. Aquí llegaban las primeras aguas nada más entrar en el recinto amurallado. El agua baja a través de dieciséis estanques escalonados que si sitúan justo entre el llamado Templo del Sol y la residencia del inca, lo que hace indicar que podría tener un uso religioso. Los canales de agua atraviesan lo que parece un paisaje de montañas esculpido en piedra (algunos de los bloques son de enormes dimensiones) lo que se ha interpretado como una especie de representación del agua como fuente de vida. Los pequeños estanques que caen desde lo alto de la escalera podrían ser fuentes de abluciones.
El Templo del Sol (Torreón) y las Tumbas reales .- El templo de sol es una construcción de planta circular y piedra delicadamente pulida. Es una de las construcciones más delicadas de todo el conjunto. Se tomaron mucho tiempo en tallar esas piedras y en situarlas justo en el sitio preciso. Todos coinciden en que el lugar es una especie de observatorio desde dónde se podía advertir la posición del sol cada amanecer y, por lo tanto, la llegada de las estaciones. Como decíamos antes, desde aquí, el amanecer del solsticio de verano se alinea perfectamente con la Puerta del Sol. Pero es que otra de sus ventanas está orientada hacia el solsticio de invierno. Por eso se cree que también tendría una función ritual y religiosa vinculada con la casa real inca, ya que el lugar se construyó sobre una gruta natural (acondicionada) en la que, según la tradición, descansaban las momias reales cuando la familia del inca residía en la ciudad. Los estudiosos actuales matizan que este lugar era un templo dedicado a los muertos y no un panteón real y que estaba dedicado a la Pacha Mama (Madre Tierra).
La casa de la Ñusta .- Las casas que se encuentran justo por encima del Templo del Sol han sido identificadas, por la tradición, como residencia de mujeres de la clase gobernante que ejercían funciones de sacerdocio. Son las ñustas, algo así como la vírgenes vestales romanas, estaban emparentadas directamente con la familia del inca y estaban consagradas al culto al sol. La delicadeza de la mampostería de estas casas, junto al Torreón, pone de manifiesto la delicada factura de las paredes y su cercanía al Torreón. Es una de las mejores construcciones de toda la ciudad.
Esa primera sección del Hanan se completa con dos complejos de edificaciones. Al otro lado de la escalera de las Fuentes Rituales se encuentra el Palacio Real. Su identificación como residencia del inca viene dada por tres factores: la primera es que es la primera de las casas que recibe el agua nada más entrar en la ciudad y pasar por ese ‘río’ ritual que se desparrama junto a la escalera; la segunda es la propia calidad de la construcción y la tercera es que es la casa más grande de todo el complejo (con dos plantas construidas sobre grandes terrazas y espacios abiertos (canchas). Justo por debajo del complejo que alberga al Torreón se encuentra otro complejo de viviendas que e identifican como casas de nobles. Junto a ellas hay una pequeña edificación muy curiosa que según algunos estudiosos podría ser una cárcel. Se trata de cuartos muy pequeños dónde apenas cabe un hombre. Junto a estas pequeñas casas hay una plazoleta semicircular en la que se talló, aprovechando un saliente rocoso, la cabeza de un cóndor que , preside el recinto y forma, junto a dos salientes rocosos y una pequeña cueva, una de estas aves con las alas abiertas. Los guías amantes del morbo –lamentablemente la mayoría- te dirán que aquí dejaban los cuerpos de los castigados para que fueran devorados por los cóndores, pero los arqueólogos creen que se trata de un templo dedicado a al Apu Kuntur (dios Cóndor) en el que se realizaban ofrendas. Los incas creían que las almas de los muertos volaban al encuentro del sol transportadas por los cóndores .
La acrópolis o área sagrada
La Plaza Sagrada ocupa un lugar preponderante dentro de la estructura urbana de la ciudad. Aquí se encuentran elTemplo Principal y el Templo de las Tres Ventanas, dos de los edificios más importantes del complejo y, también, el lugar desde dónde se accede al pequeño montículo en el que se encuentra el Intihuatana, la roca que amarraba al sol y que servía para determinar la llegada de los solsticios y los equinoccios. En esta zona de la Ciudad de Arriba el trabajo de albañilería alcanza un grado de perfección y de detallismo impresionante. Quizás el mejor ejemplo de ello es el Templo de las Tres Ventanas, construido con grandes bloques de piedra labrados que encajan con una precisión milimétrica. Los muros rodean una piedra tallada en la que, a través de escalones, se representan los tres niveles de la cosmogonía andina: el Hanan-Pacha que se corresponde con el cielo y la espiritualidad, el Kay-Pacha que es el plano terrestre en el que desarrollan su día a día los seres vivos, y el Ukju-Pacha, que representa la vida interior o el subsuelo. El otro elemento fundamental de esta área sagrada es el montículo (en forma de pirámide escalonada truncada) en la que sitúa el Inti Huatana, una enorme piedra tallada que serviría para determinar con exactitud la llegada del solsticio de verano (Capac Raymi) a través de la proyección de su sombra sobre la plataforma.
Sector Urin y Wayna Picchu
Al Este de la Plaza central se localiza la mayor parte del sector Urin de la ciudadela (barrio bajo). Aquí, la arquitectura es menos cuidada que en el barrio Hanan y la cantidad de espacios de habitación y almacenamiento se hace más numerosa y, a la vez, estos son menos espaciosos. Por eso se ha interpretado que aquí residían los artesanos, sirvientes y agricultores que trabajaban en la ciudad. Aún así hay lugares notables que ponen de manifiesto la maestría de los constructores incaicos y su cuidada planificación urbanística. De los edificios de este sector destaca la llamada Casa de los Espejos de Agua. Como sucede en toda la ciudad, las interpretaciones sobre las dos fuentes de agua talladas en la roca del suelo son discordantes. Los amantes de lo místico dirán que eran espejos para ver las estrellas reflejadas; para la gran mayoría de los arqueólogos (por analogía con estructuras actuales similares), estamos ante simples morteros para la molienda del maíz destinado a la chicha y de tintes naturales para colorear telas. Y de ahí las dos posibles identificaciones: templo de mujeres sagradas o simple taller de trabajo. Las calles de Urin son todo un alarde de planificación. De este lugar no hay que perderse, tampoco, el llamado barrio de las tres puertas y callejear una y otra vez por los diferentes andenes que nos han la sensación de estar en un lugar aún vivo.
En el extremo norte de Urin se encuentra la Piedra Sagrada, una enorme roca trabajada situada sobre un pedestal de piedra que parece representar al vecino Yanatín, o cerro de las dos puntas, que se vinculaba con fuerzas protectoras. Este lugar es importante porque da acceso al Wayna Picchu, la imponente mole de piedra que se encuentra al norte de la ciudad. El sendero que asciende hacia la cima del Wayna Picchu es una de las mejores experiencias que atesora la ciudad perdida de los incas. Eso sí, hay que estar preparado para salvar 300 metros de desnivel a través de un camino de infarto esculpido, literalmente, en el abismo. La recompensa es mucho más que espectaculares vistas sobre la ciudadela y el Valle del Urubamba. Muy cerca de la cima hay una compleja estructura de muros y terrazas que, según los arqueólogos tenían la función de observatorio astronómico.
La mayor parte de los que suben hasta aquí dan la media vuelta y vuelven a Machu Picchu y se dejan atrás la posibilidad de visitar una de las maravillas de todo Perú. Después de un descenso vertiginoso que se interna en la selva llegamos al Templo de la Luna, dos cuevas naturales acondicionadas con bloques de piedra perfectamente labrados que según las últimas investigaciones, sería una especie de adoratorio para depositar ofrendas o, incluso, un altar en el que se realizaban sacrificios humanos ( el ritual de la Capacocha el ritual de la Capacocha ), con los que se ofrendaban niños y niñas a los dioses. El lugar es, sencillamente, impresionante y merece hacer esa ruta completa de más de siete kilómetros (con un desnivel importante). La entrada al Wayna Picchu está restringida a 400 personas por día y está estrictamente regulada con dos turnos (de 7.00 a 8.00 y de 10.00 a 11.00). Los boletos están muy demandados y deben sacarse con bastante antelación, incluso hasta seis meses antes si piensas viajar en temporada alta (mayo-septiembre). Se compran en la página oficial del yacimiento.