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El Señor de la Columna y la Virgen de la Esperanza

José Guillermo Rodríguez Escudero

Nuestro Señor de la Columna

La puerta grande de la iglesia del antiguo cenobio de San Miguel de las Victorias —fundado en 1530 por el evangelizador del Nuevo Mundo, fray Domingo de Mendoza y convertido durante siglos en uno de los primeros conventos de Canarias— se abre en la noche del Martes Santo para permitir la salida de la sobrecogedora imagen del Cristo de la Columna. Comonos detallaba el desaparecido historiador palmero Fernández García, «la imagen del Divino Cautivo, en escorzo, aparece ligeramente forzada sobre la columna, destacándose en esta escultura el buen acabado de sus pies y sus manos». Su autor fue el discreto imaginero peninsular Andrés Falcón San José quien la esculpió a mediados del siglo XX.

Nuestra Señora de la Esperanza

Tras el Señor de la Columna desfila la venerada talla de Nuestra Señora de la Esperanza, obra del mismo autor. Se trata de una bella imagen de candelero de tamaño natural y de estilo sevillano que luce valioso traje de raso blanco bordado en hilos de oro, con precioso y enorme manto de terciopelo de seda verde. En palabras de Domingo Cabrera, «fiel a la representación de nuestra Madre que está en el cielo, la Virgen de la Esperanza eleva su mirada a lo alto, como queriendo ocultar su tristeza (…) ella sólo ve la campana que le tañe y los ojos llorosos del enfermo, contemplándola desde un balcón, con alma enamorada». El imaginero Rodríguez Perdomo, al describir la imagen mariana, nos decía que «con su exuberante belleza peninsular, derrama las que son primeras lágrimas dolorosas de nuestra Semana Santa». La esperanza, virtud evocadora de confianza, plasmada por el escultor en el semblante de la Virgen, se mezcla con un dolor amargo y desesperado, simbolizado en las cejas angulares que atormentan su frente. En la postura de sus manos denota una gran ansiedad. La derecha con la palma hacia arriba, como sus ojos... Allá busca la intersección divina, pero el delicado pañuelo blanco le habla de la realidad de sus lágrimas que le caen como perlas sobre la tersa piel de su faz y le atraviesa el corazón como si de un puñal se tratara.

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