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‘Panem et circenses’

Camy Domínguez

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Ayer estaba yo explicando las abreviaciones en mi clase de lengua de tercero de la ESO y entonces pregunté qué significaba VIP. En realidad mis alumnos no tienen un nivelazo de conocimientos pero uno de ellos tímidamente insinuó que se refería a gente conocida y otros lo siguieron y aventuraron la correspondencia exacta de Very Important Person. Fue ahí donde continué mi explicación hablando de la gente importante y una alumna me interrumpió con lo de Gran Hermano VIP y otra me habló de la gente de Sálvame como ejemplo de gente importante. Le pregunté que cómo era eso y me comentó que para ella Belén Esteban era una persona muy importante.

He de añadir que muchos de ellos desconocen, por citar un ejemplo, quién fue Cervantes y no saben si en su novela había un personaje llamado don Quijote o en realidad don Quijote era el autor de dicha novela, pero en realidad creo que tampoco les importa demasiado.

Me invade una pena infinita, y no solo por ellos, sino por nuestra sociedad en general. En la era de la tecnología y el conocimiento, en la que tenemos a nuestro alcance tanta información -ya quisiera yo haber contado en mis años de cole con al menos una enciclopedia de las que hoy la gente tira a la basura porque estorban- y todas las facilidades de acceder a ella en cualquier lugar por diversos medios cada vez menos complicados y al alcance de todo el mundo, sin embargo, nuestras generaciones más jóvenes se están embruteciendo de tal manera que sus modelos de vida son los que se muestran en series tan soeces como Aída, Gym Tony o La que se avecina, que, para cualquiera con un mínimo de juicio, tienen apariencia surrealista por su alto contenido sexual, su vocabulario barriobajero y las situaciones estúpidas que plantean, pero nuestros niños -me consta- pasan tanto tiempo absorbiéndolas que llegan hasta el punto de ver con absoluta normalidad, sin sonrojarse ni sorprenderse, situaciones y conversaciones que hace algunos años hubieran sido, sin lugar a dudas, censuradas con tres rombos.

Y, además, normalizan letras de canciones, para nosotros, los mayores, ciertamente escandalosas, solo porque el regatón está de moda, y así contemplas con espanto a niñas de doce años cantando Estoy enamorado de cuatro babys, con toda la verborrea que fluye como un río pestilente por sus bocas, solo porque el tal Maluma “es guapito”… ¡Vaya usted a saber qué es ser guapito! Si un hombrecito tiene una pinta agradable y no habla bonito…, líbreme Dios de guapuras. Quisiera ser suegra de uno menos guapo y con mejores valores.

Pienso que ese tipo de comportamientos y ese tipo de canciones y teleseries que nuestros niños están continuamente tragando son ni más ni menos que lo que está degenerando en el aumento de la violencia de género y otras formas de violencia (bullying, faltas de respeto a profesores, a padres, etc., vandalismo de todo tipo…).

No sé por qué nos escandalizamos entonces porque una chica de doce años muera debido a un coma etílico, porque una chica de dieciocho años sea violada por una manada de monstruitos con intención solo de divertirse.

El aburrimiento, la estupidez supina y la vulgaridad se están apoderando de nuestra sociedad hasta el punto de tener a todo un país pendiente de si Bisbal le hizo o no la cobra a Chenoa. Nada es capaz de captar nuestro esfuerzo cada vez más homogeneizado con estos comportamientos para rebelarnos y decir “hasta aquí”. Por eso nos endosan sin sonrojo políticos corruptos, jueces corruptos, lo peor de la raza humana y nadie se inmuta. Por eso cada vez más la inmundicia está campando a sus anchas y en tanta porquería rara vez nacen flores.

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