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Y ahora toca la contrarreforma

Carlos Castañosa

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Para que todo esto no vuelva a irse al garete, es preciso rectificar algunos matices de la Reforma Laboral que, al parecer, ha permitido salir de la crisis con unos resultados macroeconómicos brillantes y éxitos empresariales, más propios de los tiempos previos al grave problema que se nos planteó por una depravada gestión político-financiera global, que se ensañó con los países más endebles.

Aquí se depositó la responsabilidad de la solución exclusivamente a la parte más débil e indefensa de la población. Una mayoría vulnerable y resignada ante la prepotencia del poder. El sacrificio y esfuerzo colectivo impuesto para precarizar el empleo so pretexto de la productividad. Aquel presidente de la CEOE tuvo claro el algoritmo que nos sacaría de la crisis. El “hay que trabajar más y cobrar menos” lo hizo famoso y fue muy aplaudido por sus congéneres y acólitos. El ínclito Díaz Ferrán ya prometía por sus formas y las felonías que lo llevaron a al cárcel.

La fórmula resultó exitosa, pero solo en un sentido: a favor del empresariado, que en los últimos siete años ha incrementado sus beneficios más de un 200%. En contra de la clase trabajadora que ve estancados sus salarios por debajo del IPC. Amén de los contratos basura o temporales; el solapado despido libre; las nóminas de cuatro horas y otras cuatro cobradas en B, que nunca suman ocho, sino diez o doce; el mes de prueba sin cobrar para terminar siempre con un “no das el perfil”, y así se obtiene sucesivamente mano de obra gratuita e indefinida. Sueldos de miseria que han creado una nueva clase de dependencia social: el trabajador que con su salario no puede cubrir sus necesidades familiares básicas y tiene que acudir a los servicios sociales en solicitud de ayudas para alimentos y una supervivencia mínima, cuya demanda se ha incrementado mientras los pocos de siempre dicen haber salido de la crisis, para demostrar que se ha abierto, todavía más, la brecha socio-económica entre ricos, cada vez más ricos, y la pobreza progresiva: pobres más pobres en número creciente…

Traramiento que ha articulado un sistema de explotación laboral que paulatinamente nos regresa a la no demasiado lejana época de la esclavitud legal y organizada.

A estas alturas sería imposible e inaceptable dicha vulneración masiva de los derechos fundamentales. Aunque por desgracia, la Declaración de los Derechos Humanos sigue teniendo mucho de entelequia con demasiados principios incumplidos, la sociedad actual no permitiría la barbaridad de antaño.

A tal efecto, seamos pragmáticos y realistas, van apareciendo movimientos reivindicativos, huelgas, protestas y manifestaciones que parecen remover conciencias en favor de una justicia social más equitativa. Dicho ambiente de crispación tiene aspecto de progresar con efecto dominó. Es una lástima que los sindicatos al uso sean lo que son, pues este sería el momento de rescatar el concepto de “trabajo digno, igual a salario digno”. Pero los intereses de esas organizaciones no suelen coincidir con los de sus afiliados y representados

Si a pesar de todo, se impusiera el sentido común sobre la avaricia psicopática de los beneficios a toda costa –números rojos fuera, y muchos ceros detrás de las cifras en negro–; si llegase a considerarse, como hubo una época esplendorosa en que así era, que el capital más valioso de una empresa es el factor humano de sus trabajadores, a los que merece la pena tratar con dignidad, se traduciría en beneficio total para todos. Mejoraría la calidad del producto manufacturado o la del servicio prestado. El empleado dejaría de ser el adversario a batir por el empresario y viceversa. La estabilidad psicosomática del trabajador redundaría en la de la empresa. La animadversión mutua por ausencia de empatía recíproca, desaparecería en favor de una productividad saludable y respetuosa con los derechos fundamentales de todos, para repercutir al final en la satisfacción del cliente o consumidor.

Demasiado bonito así pintado. Quizá una utopía demasiado concreta… pero alcanzable si se aplicara la dosis suficiente de inteligencia. Así se evitaría, además, el éxodo masivo de nuestros valiosos profesionales que tienen que emigrar en busca del respeto debido. El que aquí, de momento, se les sigue negando.

El único inconveniente que puede dar al traste con esta ensoñación plausible, sería la inevitable dependencia de la gestión política. Ahí podemos darnos todos por perdidos, pues por desgracia los intereses oficiales van por otros caminos, inescrutables para los ciudadanos normales.

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