Juan Francisco García, el meteorito desorbitado que se creyó planeta

Por no haber perdido vigencia y dada la calidad de la pieza periodística, reproducimos a continuación el capítulo de Vidas Ejemplares que José A. Alemán dedicó, en agosto de 2005, a Juan Francisco García, presidente de Canarias7.

Juan Francisco García, ex director general de La Caja y presidente de Inforcasa, editora de Canarias7, es personaje difícil de catalogar si tratas de hacerlo dentro de parámetros de cierta mesura. La desvertebración social y política grancanaria no facilita la tarea de ubicar a cada mochuelo en su olivo así que ya me contarán cuando de rapaces de mayor envergadura se trata. Es como si el planeta de los viejos caciquismos isleños se hubiera desintegrado en meteoritos que surcan el espacio sin nada que los aglutine; que ejercen un influjo en el momento de pasar y dejan tras de sí sólo una estela que difumina el tiempo, aquí desmemoria para bien y para mal. García sería uno de esos meteoritos desorbitados que se creyó planeta.

Salvó a La Caja grancanaria, pero destruyó sus relaciones humanas internas y por último la anuló financieramente. Es el balance a bote pronto de la trayectoria de Juan Francisco García al frente de la entidad desde los años 70 hasta su destitución en 1999, víctima de una maniobra de ICAN-CC. Hay acuerdo en que salvó La Caja y también coincidencia en que su manera de mandar destrozó las relaciones humanas internas; surgen las disparidades al enjuiciar su trabajo financiero. No es que nadie niegue taxativamente que la anulara, pero si los menos amigos hablan de gestión nefasta de punta a cabo, los que quieren ser objetivos distinguen dos etapas: una primera, brillante, en que logró reflotarla; otra, la de los últimos tiempos, esquizofrénica y desazonante porque fundió, confundió y entrecruzó el poder de sentarse cada día sobre miles de millones y el control de Canarias7, hasta instalarse en la soledad alucinada, sombría y alejada de la realidad de la que emergió una personalidad diría que fascistoide. Buena muestra, la querella en estudio de un ex empleado por las secuelas psicológicas a consecuencia del tercer grado que le dejara el tercer grado a que le sometieran para arrancarle la firma en la baja “voluntaria”.

La diferenciación de etapas es convencional. El proceso que dio lugar al fenómeno García, socialmente perturbador, es uno y de complejidad mayor de la que se desprende de sus meras circunstancias. Rebasar éstas para llegar al Yo garciano es aventurarse en psicologismos maliciosos y patologías del comportamiento, que evitaré caritativamente. Por más que el cuerpo pida otra cosa.

Lo puso Lorenzo Olarte

Juan Francisco García accedió a la dirección general de La Caja a resultas de la ruidosa crisis política de principios de los 70 narrada en la anterior “vida ejemplar”, la de Mauricio. La carajera, dije, reflejó en Canarias el desmoronamiento general del franquismo. La fuerte polémica que precedió a la ley de Régimen Económico y Fiscal (REF) de 1972 fue la chispa: abrió una brecha dentro del Movimiento entre el bunker y el sector apegado a las tradiciones económicas isleñas. La crisis política se saldó con la dimisión en la alcaldía de Las Palmas de Jesús Pérez Alonso y la destitución de Juan Pulido Castro como presidente del Cabildo por el gobernador civil Federico Gerona de la Figuera, que a su vez Madrid sustituyó sobre la marcha.

Indiqué en la entrega anterior que quien fuera presidente del Cabildo, lo era nato de La Caja y que esta doble presidencia articulaba el poder político y económico de la isla. Por eso el bunker atacó por La Caja para ajustar cuentas mediante la campaña de agitación que una mañana de marzo de 1974 empujó a miles de personas a invadir las oficinas de la entidad exigiendo la devolución inmediata de sus depósitos.

El sucesor de Gerona en el Gobierno Civil, Enrique Martínez Cañavate, no lo tuvo fácil. Tardó meses en cubrir las vacantes de la presidencia del Cabildo y de la alcaldía de Las Palmas, pero acabó imponiendo en el Cabildo a Lorenzo Olarte que pasó a presidir también La Caja, a la que encontró en quiebra. La continuidad de Juan Marrero Portugués, su director general, era imposible; y delicada la operación de quitarlo. Pero había que sustituirlo y el designado por Olarte fue Juan Francisco García, que dirigía entonces el área de análisis informático y era uno de los hombres fuertes de Marrero. Sin embargo, la primera decisión de García como director general fue ordenar que se impidiera a Marrero entrar en el antiguo edificio Philips a retirar sus pertenencias personales.

Contaba García con el apoyo de varios hombres de La Caja como Emeterio Pérez Toledo, Onelio Ramos, Severiano Déniz, Francisco Ramos, Aníbal Santana, Miguel Ángel Barber Barber, etcétera. Formaban un equipo joven y consciente de la situación. Aunque sea un salto en el tiempo, anotaré aquí que la peripecia profesional de casi todos ellos en los años siguientes ilustra la evolución a peor de García. A medida que se encerraba en la campana y crecía su intolerancia a las críticas y sugerencias, prácticamente la totalidad del primitivo equipo abandonó el barco. Se fueron poco a poco a causa del progresivo enquistamiento de García en el autoritarismo, la arbitrariedad y la intransigencia. A unos los lanzó por la borda él mismo; otros cogieron puerta inducidos por las situaciones que les creaba para que se fueran. La ruptura de las relaciones humanas llegó, pues, a la cúpula de La Caja y el goteo de salidas dejó a García aislado de modo que en la asamblea de abril del 99, la que le rechazara las cuentas abocándolo al cese, los únicos que no se olieron la tostada fueron él y su grupito de cooptados, fieles pero nada lúcidos. Tan es así que la asamblea fue convocada a media tarde en el salón de actos del CICCA donde estaba programada a su término una función teatral, que hubo de suspenderse porque la asamblea se prolongó hasta las tantas y consumió el tiempo de la representación. Demasiado drama para un solo día. Debió pensar que sería el paseo militar de siempre y lo agarraron desprevenido, como a Julio César

La Caja, en quiebra. El Banco de España.

Volvamos atrás. La Caja que cogió García en los 70 estaba en quiebra, según se indicó. El marco en que se movía eran las medidas estabilizadoras que Barrera de Irimo, ministro de Hacienda había dispuesto a fines del verano del 73. Pero sobre todo, la concentración excesiva de riesgos en los alegres créditos de la etapa anterior. El mascarón de proa de la nave al garete era Promociones Turísticas Canarias, S.A. (Protucasa), la empresa creada por La Caja para pescar en el río de oro turístico. Pero la recesión internacional que abrió la década con alzas de los combustibles nunca vistas (el barril de petróleo pasó de 2 a 14 dólares) redujo el caudal y los pescadores quedaron en seco. El agujero de Protucasa, aseguran, no se hubiera notado, quizá ni producido, con la economía en expansión, si las aguas hubieran mantenido el nivel. Cualquiera sabe.

Cabe aventurar que el telón de fondo del desastre era la profunda transformación de la economía canaria en aquellos años. La agricultura cedía terreno deprisa a la actividad turística, el comercio y los servicios y las estructuras y mecanismos de créditos de La Caja no estaba en disposición “filosófica” de asumir el cambio. Un cambio, por cierto, detectado en el Cabildo, donde la presidencia de Juan Pulido Castro supuso el desplazamiento de los agraristas, hasta entonces dominantes en la corporación. El dinero foráneo se movía ahora de manera distinta; ya no fluía hacia las islas sólo como pago de unas toneladas de plátanos o de tomates, sino en forma de capital inversor directo y especulativo. La crisis de los poderosísimos Betancores, un imperio agrícola y exportador de apariencia imbatible, puede ser referente de los nuevos tiempos. El objetivo del dinero ya no eran los productos de la tierra sino la tierra misma hecha solar. La Caja, creo recordar, promocionaba idílicamente por entonces la papaya y junto al comprobante de ingreso recibías recetarios de los zumos y batidos que podían hacerse con ella y la pícara referencia del cajero a las bondades afrodisiacas del fruto. No estaba La Caja mentalizada para la embestida del dinero caliente y se resintió.

No corrían buenos vientos en el sistema financiero español al llegar García. Se barruntaba la caída de los pequeños bancos locales y regionales. Las aprensiones se confirmaron pero La Caja tuvo la “suerte” de adelantarse: obtuvo del Banco de España un crédito de 3.000 millones al 3% que, a lo peor, no hubiera conseguido un lustro después, cuando las entidades crediticias pedían agua por señas. No fue plato de gusto para el Banco de España soltar unos cuartos que le hubieran rendido más en el interbancario, por ejemplo, que llevaba una línea ascendente muy remuneradora. Abrió el Banco emisor la bolsa con gran dolor de corazón, víscera que en el mundo de las finanzas es la bolsa misma, debido seguramente a consideraciones políticas sobre la efervescencia de las islas.

Dio el Banco de España el dinero, pero impuso condiciones. O recomendaciones, tanto monta. La primera, austeridad y rigor en la concesión de créditos y distanciarse de las actividades atípicas en las instituciones financieras. García, con alma de funcionario venido a más, se atuvo estrictamente a las consignas con toda la falta de tacto que le fue posible. La medida de mayor alcance a efectos de esta “vida ejemplar” fue la drástica reducción de costes que afectó a los empleados de La Caja y a la Obra Social. Ésta, junto a la promoción y la investigación agrarias no menos dañadas por el recorte, era pilar de la imagen externa, popular, de la entidad. A los empleados les absorbieron las generosas pagas extra de la etapa anterior y se les suprimió el régimen de créditos de ensueño que hicieron de trabajar en La Caja sinónimo de opulencia. El equipo directivo, a la fuerza ahorcan, estuvo de acuerdo en ponerle coto a las retribuciones al personal; pero no por necesarias dejaban de equivaler las medidas a endosarle al personal la factura del estropicio. La cuerda se rompió por el lado más débil y García demostró enseguida que Dios no lo dotó para las relaciones humanas. Las medidas eran inevitables y comprensibles, sí, pero la manera de aplicarlas, de imponerlas sin contemplaciones, hicieron sentir a los empleados que los responsabilizaba del trance.

Marcó así las primeras distancias. Nunca corrigió García su manera de actuar y la separación del personal creció al evidenciarse que prefería la intimidación y el miedo a la persuasión y el razonamiento. Desconfiado como él solo, García puso además especial acento en extirpar cuanto oliera a Marrero Portugués con métodos despóticos y arbitrarios, con su puntito vengativo gratuito para quien fuera su valedor, sólo entendible desde la óptica de un paranoico mezquino. En este escenario, con el comité de empresa atemorizado porque la actividad sindical se convirtió en factor de riesgo laboral, su defenestración en 1999 fue una fiesta. A pesar de conocerse la maniobra de ICAN, que nada tenía que ver con los problemas de la entidad: al fin y al cabo, decían, Juan Francisco García jugó a la política y quien a hierro mata a hierro muere.

Los críticos a ultranza, ya se indicó, acusan a García de anular financieramente a La Caja. Se decantó, aseguran, por el interbancario y los créditos de consumo y se desentendió de la inversión en sectores productivos clave. No quería caer en los errores de Protucasa. Quienes sostienen la hipótesis lo acusan de poner los fondos de La Caja en el interbancario que los bancos utilizaban para prestarle a sus clientes a un precio lógicamente superior. Esto, concluyen, encareció el dinero y dañó la economía canaria.

Otros, menos negativos, distinguen dos etapas en su trayectoria. De la primera, dejando a un lado el maltrato al personal, alaban que profesionalizara la gestión con magníficos resultados. Niegan ser cierto que se cerrara a los sectores económicos; antes al contrario concedió importantes créditos a empresas. Las causas de la ausencia o débil presencia de La Caja en los sectores estratégicos, reconocida por el propio García según se verá, han de buscarse en otro sitio. Por ejemplo, en la agresividad del resto de la Banca que ganaba eficiencia con ofertas de condiciones, productos y servicios que La Caja no incorporaba o lo hacía a destiempo, más preocupada en operaciones de imagen que en mejoras reales.

El interbancario, agregan, sólo fue relevante en su segunda etapa. Con la salvedad de que en todo momento los fondos se colocaron en la Península, no en las islas, por lo que no podía encarecer el mercado canario de dinero. Lo que invita a otras lecturas en materia de exportación de capitales que no vienen al caso. Nadie sabe explicar si ese dinero se enviaba fuera para no mantenerlo ocioso, dado que no se solicitaban aquí créditos suficientes; o si se trataba en verdad del modo de obtener réditos fáciles y seguros con que maquillar los balances de final de ejercicio esgrimidos por García como el cardenal Cisneros mostraba los cañones. A favor de su gestión se alega asimismo que las cosas raras de los últimos meses no le impidieron dejar una tesorería disponible de alrededor de los 8.000 millones de pesetas.

Estas son, muy resumidas, las divergencias sobre la labor de García. Salvó La Caja, cubrió una primera etapa notable que algunos niegan y llegó al punto de inflexión e inicio de la segunda etapa al convertirse en empresario periodístico con Canarias7. Aquí vuelve el acuerdo. Sus antiguos colaboradores dejaron de interesarle y adquirió significación el goteo aludido de abandono de sus colaboradores. Los dioses abominan de quienes los conocieron de simples mortales y García, deslumbrado por el Olimpo y su arsenal de rayos jupiterinos, necesitó hacer sentir a la sociedad el poder fáctico acumulado. La Caja se le quedó chica, pero unida al control del periódico le permitía muñir la política. Perdió el sentido de la proporción, confundió los dos ámbitos. Con el periódico defendía su posición en La Caja y con La Caja garantizaba la continuidad del periódico. Hasta que una y otro fueron lo mismo: un proyecto personal con principio y fin en él que no avanzaba sino que daba vueltas alrededor de su cabeza. Una esquizofrenia reveladora de que el poder de García no se debía a talento excepcional alguno sino a la falta de perspectiva de la dirigencia política, empresarial y sindical que nunca vio en La Caja el embrión de un instrumento financiero eficaz para la economía canaria y lo dejó hacer. La desintegración del planeta caciquil había dejado un boquete que la democracia no llenó. Ni siquiera creo que se planteara el problema y La Caja quedó ahí, flotando sin sentido. Hoy es previsible que desaparezca fusionada o absorbida por quien sea, en estos tiempos de concentraciones bancarias y furor globalizador. A nadie enfría ni calienta lo que ocurra.

Vuelvo de nuevo a los 70. El inicio del fenómeno García se relaciona con la manera de ser de Lorenzo Olarte. A Olarte no le interesaban los asuntos económico-financieros y García tuvo desde el primer momento cancha libre en la gestión del día a día. El entonces líder de UCD sólo quería de La Caja la capacidad de maniobra política que proporcionaba. Sus miras estaban en Madrid, en la cúpula de la UCD de Adolfo Suárez, quizá en un ministerio; pero si abandonaba la presidencia del Cabildo tendría que dejar también La Caja, de modo que procuró atar las cosas, imaginar fórmulas que le permitieran volar sin perder pie en la isla, tirar de hombres de su confianza. Intentó combinaciones que no salieron; mientras, García sumaba callada la boca a las competencias de su cargo las de presidente ejecutivo. Llenó el vacío de Olarte, que carecía realmente de modelo económico que atribuyera un papel a La Caja. No sabía qué hacer con ella, fuera de influir en unas cuantas decisiones convenientes desde su visión política. Nueva manifestación de la desintegración del planeta caciquil en quien parecía llamado a integrarlo de nuevo que, seguramente, tenía sobre su mesa de noche la figura de León y Castillo. O la más cercana de Matías Vega Guerra.

El inevitable José Carlos Mauricio, con quien mantenía Olarte buenas relaciones, le dio la solución a medida de sus deseos. Para Mauricio, el poder burgués, como lo llamaba entonces, residía en el eje Cabildo-Caja y romperlo era uno de sus objetivos políticos. Según Mauricio, fue él quien sugirió a Olarte separar las dos presidencias para que pudiera dejar el Cabildo y marchar a Madrid, cambio de ambiente que le aconsejaban en su entorno más íntimo personas como Guillermo García Alcalde, hoy consejero delegado de Prensa Ibérica, y seguir en la presidencia de La Caja.

Era lo que Olarte quería oir y lo que hizo. García ganó en libertad de acción hacia el control absoluto de la entidad. Nadie le tosía por arriba y todas las competencias y funciones eran suyas. Cuando Olarte cesó en La Caja, los presidentes quedaron sometidos por completo a la voluntad del director general, que los nombraba. Su sucesor en la presidencia, el notario Vicente Rojas y el propio García, persuadieron a Olarte de que debía dejar La Caja porque la política contaminaba a la entidad que quedó definitivamente en poder de García.

Antes hice referencia a las limitaciones del talento del biografiado. No me refería, claro, a su cualificación profesional sino a que no supo, no pudo y no quiso resistir la tentación de patrimonializar la entidad que las circunstancias puso en sus manos y a la que dejó sin pulso ni impulso. Su falta de contención y de sentido de la realidad lo llevó a actuar como si La Caja fuera de su propiedad. Manejaba los consejos de administración y controlaba la asamblea con la estrategia del palo y la zanahoria. O mediante la intimidación. Desde las instancias políticas tampoco le llegaban apuntes y las organizaciones patronales y sindicales carecían de la visión global de la economía canaria a largo plazo que definiera el rol de la entidad en prospectiva.

No trato con lo dicho de censurar a partidos, patronales y sindicatos, sino de hacer constar el hecho. Los hechos son positivos o negativos, molestará más o menos aludirlos, pero prevalecen siempre. Están ahí. La desintegración del planeta caciquil que les dije no es mera imagen; ni el término “cacique” es aquí peyorativo. El caciquismo es también un hecho histórico. Surgió para llenar la camisa constitucional del canovismo. Un ropaje demasiado ancho para la realidad social española de la Restauración borbónica. El cacique encarnaba/sustituía con la suya la voluntad de un pueblo atrasado incapaz de manifestarla cabalmente. Alguien, el cacique de turno, debía hacerlo por él y eso permitió funcionar a la Constitución de 1876 que buscaba no la representatividad, sino el orden social a que aspiraba Antonio Cánovas del Castillo, su inspirador.

Canarias tuvo, claro, sus caciques decimonómicos con epígonos bajo el franquismo. Desaparecida la dictadura, a eso iba, la democracia parlamentaria no llenó todo el hueco de poder. En Gran Canaria, sin ir más lejos, no produjo la vertebración social mínima para que el avance de la participación democrática ocupe el vacío. No extraña en esta sociedad descoyuntada la aparición de personajes, como García y otros, caricaturas esperpénticas del cacique extremadamente dañinas porque compensan su anacronismo nucleando a los papafritas que proliferan como hongos en estas situaciones.

Mientras García quemaba etapas, expulsaba de su Olimpo sombrío a los contradictores y carbonizaba a quienes le contrariaran, se produjo la venta de Editorial Prensa Canaria, editora de Diario de Las Palmas y La Provincia. La desaparición cantada de El Eco de Canarias alentó intentos de poner otra cabecera en la calle que no cuajaron por la escasa fe y la poca perspicacia del empresariado isleño, secuela de la muy repetida desintegración del planeta caciquil y la debilidad de la sociedad civil. Cuando los propietarios de Prensa Canaria comunicaron que vendían siguió la pasividad, a pesar de no tratarse de aventura incierta sino de realidad rentable como pocas. Hubo que buscar comprador fuera e irrumpió en escena Francisco Javier Moll de Miguel, que adquirió la editorial y sobre ella sentó en pocos años las bases de Editorial Prensa Ibérica, seguramente la cadena privada de Prensa regional más importante del país, con doce periódicos en España, uno en Lisboa y el sello editorial Alba.

Moll era un hombre joven, ambicioso y caminaba demasiado deprisa para el ritmo isleño. Entró empujando con el paso cambiado. Su intrepidez chocó tanto que lo consideraron testaferro de ese “alguien” misterioso que habita el imaginario isleño; llegó a decirse, incluso, que detrás suya estaban los marroquíes. La irrupción de Moll puso en evidencia a los emprendedores canarios y la explicación extraterrestre se antojó plausible.

Con Moll estaba en el primer momento Lorenzo Olarte, quien le dio a entender el apoyo de La Caja a sus proyectos. Sin duda, no había percibido aún Olarte que García tenía sus planes y estaba en condiciones de presentar batalla y dispuesto a darla. Vio en Moll un peligro porque lo era y porque sus temperamentos eran incompatibles. El estilo lanzado de Moll inquietaba a García crecido al amparo de estructuras que le permitían operar sin riesgos personales. En una partida de baraja, García sería el amarrón poco imaginativo frente a los envites de Moll que se pasaba varios pueblos por encima de los campanarios.

La guerra fue abierta tras la constitución del Banco de las Islas Canarias. Contaba el diseño del proyecto con el respaldo de La Caja insinuado por Lorenzo Olarte que, con Niceto Flores y el propio Moll, aparecía en el nuevo consejo de Prensa Canaria. El absurdo de que La Caja promocionara a un competidor fue la baza de García. En los primeros compases del enfrentamiento sacó del consejo de La Caja a Ángel Ferrera porque no era de recibo que permaneciera en él siendo uno de los promotores del nuevo Banco.

Un proyecto periodístico personal.

Javier Moll se convirtió en la obsesión paranoica de García. Lo veía por todas partes, a todas horas. No era Moll, desde luego, un pánfilo ni un tipo fácil. Había apostado fuerte y no quería perder. Mostró zarpas afiladas en defensa y ataque. Irrumpió en escena revolucionado y con varias velocidades más de la habitual en la marcha de la isla y descompuso a García. Agresivo y con prisa, Moll estaba dispuesto a utilizar cuantas bazas tuviera para salirse con la suya. Prensa Canaria era una magnífica base de partida y dio tan por supuesta la actitud deferente de La Caja con el Banco de las Islas Canarias que la negativa de García a entrar en el juego resultó contratiempo que trató de superar como fuera. García lo colocó de inmediato en su bestiario personal con la etiqueta de “enemigo exterior”, muy a propósito cuando conviene convocar e instrumentalizar la canariedad. La idea de que Moll trataba de doblegar a La Caja en beneficio del Banco de las Islas Canarias fue utilizada a tope.

Moll inquietaba a García pero le vino bien, valgan verdades. Había cierta contestación soterrada en La Caja y el proceso de liquidación de la Obra Social y de eliminación del antiguo Servicio Agrícola no era bien visto en la calle. La aparición de Moll le permitió atribuir cualquier crítica a su Caja al enemigo exterior con tan buen resultado que no renunció a ese mensaje ni siquiera al hacerse evidente que los asuntos canarios ya no ocupaban la atención preferente de su enemigo preferido, concentrado en la construcción de Prensa Ibérica. Dispuso García su defensa en forma de invocación a la canariedad amenazada y así surgió Canarias7.

La impotencia para crear la cabecera que sustituyera al Eco y para hacerse con Prensa Canaria hace impensable que Canarias7 se concibiera como proyecto colectivo; como producto del repentino (milagroso, diría) descubrimiento de intereses comunes a uno o varios sectores sociales. La sociedad civil no daba de sí y el periódico se gestó como proyecto personal de García y a su servicio. Veinte años después de que apareciera, el diagnóstico es incontestable.

Para sacar el periódico movió García desde su despacho de Triana hilos y voluntades y manejó el llamado irónicamente “impuesto revolucionario”. Formaron el accionariado personas de buena fe deseosas de contribuir a la sociedad canaria, de crear una opción distinta a Prensa Canaria, junto a otras sin inquietudes y sólo comprometidas con García o temerosas de contrariarle si no secundaban la cruzada. Como bancario, operó con dinero ajeno sin exponer demasiado del suyo. La dirección general le bastaba para liderar la idea y mantener a raya a los accionistas de los que muchos suscribieron capital mediante créditos de la propia entidad. La empresa resultante, Inforcasa, fue rebautizada como InforCaja con buen tino porque García le solventaba los problemas de liquidez y hasta su cese Canarias7 se benefició de la totalidad del gasto publicitario de La Caja en la Prensa diaria. La neutralidad financiera dio paso al alineamiento en la disputa del mercado periodístico. No es un secreto que Canarias7 superó el complicado período de implantación por el empeño de García, que se valió de la entidad para arroparlo y aguantara el tirón en su beneficio exclusivo.

A golpes camina la mula terca. A medida que el periódico se consolidaba, se dejaba sentir el doblete financiero-mediático que García usaba sin pararse en barras. Si la respuesta a lo que proponía en La Caja no era satisfactoria o sabía de alguien, de algún político o empresario, quien fuera, disconforme con su manera de hacer las cosas, le echaba encima el periódico. Crecía el número de doloridos y hubo intentos de desplazarlo de Inforcasa. Entre otros, la compra de acciones por Eustasio López (Lopesan), requemado por el trato. Pero García logró ganar el tiempo preciso de poner en marcha una sociedad instrumental -la llamada coloquialmente Inforcasita- en la que integró sus acciones y las de su familia con las de gente de confianza hasta copar el 51% de Inforcasa. Del liderato sostenido sobre su condición de director de La Caja pasó al control societario del periódico a través de Inforcasita. Remató con la adquisición posterior del 51% de la propia Inforcasita convirtiéndose si no en el dueño absoluto de Canarias7, sí en el señor de sus páginas. Ganó esa baza y cuando lo destituyeron de La Caja dispuso de echadero para negociar en el plano político una solución negociada a la querella de La Caja contra él, promovida por ICAN. En ese momento estamos.

Del relato se desprende que García realizó una unión personal de La Caja-Canarias7, como en las monarquías medievales, y que la usó de trituradora/licuadora o de pila de agua bendita, según, al compás veleidoso de sus antipatías/simpatías. Dicen de él que necesita cortar cada año un par de cabezas; por las que llevo contadas, salen los números. Las más notorias, la de Vicente Martín Anglés cuando dejó de necesitar su fidelidad y la de José Luis Torró Micó, al que despidió de la dirección del periódico de la forma más vejatoria posible. Y gratificante para él. Desconocedor del abc periodístico, convirtió Canarias7 en veleta que gira según le venga la ventolera. Debe recordarse la tremenda campaña contra Lorenzo Olarte por el pecado de opinar a favor de la fusión de las dos Cajas canarias. En el polo opuesto, la protección a José Manuel Soria, la única constante mantenida. García lo considera hechura suya por la que relegó a José Miguel Bravo de Laguna, que tuvo sus favores antes de habérselas con Soria en la disputa del PP. Con Jerónimo Saavedra fue del halago al desprecio cuando comenzó a considerarlo un cadáver político y vuelta al elogio al llamársele al ministerio. No disponía, pues, de buena información, lo que, unido a la visceralidad y las venadas, le hizo patinar más de una vez. Pero no hay nada que no pueda arreglarse con el regalo de sartenes, freidoras y mantelerías.

La horma de su zapato fue Mauricio con el que pasó de etapas de amor y desamor y por último del crescendo laudatorio, en que llegó a calificar de “hermano” al diputado nacionalista, a devolverlo inopinadamente a la condición de villano veinticuatro horas después de un editorial elogioso como “salvador” de la Unión Deportiva.

El episodio mauriciano ilustra el despiste de García y forma parte de la secuencia de su destitución en La Caja. El capítulo anterior, que el lector puede “visitar” con sólo un clic de su ratón, hace referencia a esta historia, que comenzó el domingo 15 de noviembre de 1998 y acabó en abril del 99, en la Asamblea de La Caja; aunque el remate definitivo fue en el de ese año, cuando se efectuó el despido, con los nombramientos de Ángel Luis Sánchez Bolaños de presidente ejecutivo y Eugenio Mambrilla de director general.

El 15 de noviembre de 1998, Luis Hernández, presidente de la Autoridad Portuaria, arremetió contra García en La Provincia. Un ataque tan violento que no podía sino indicar que se habían juramentado en contra suya y le quedaban tres afeitadas. El capítulo anterior recoge los pormenores, entre los que figura la sospecha de que Mauricio detuvo el intento puesto en marcha por Hernández y de ahí el cariño de García, declaración de fraternidad al estilo de los sultanes marroquíes incluida.

Las razones de Mauricio para sostenerlo pudieron ser varias, sin que una excluya a la otra. A lo dicho en la primera entrega de esta serie, añadiré aquí la conveniencia de no remover La Caja que aparecía de fijo en el grupo de capital dispuesto a realizar los castillos en el aire mauricianos de Binter y Unelco, de la TV, el cable y qué sé yo. El relevo, que se intuía controvertido y traumático, podía ser contraproducente para las expectativas de negocio con que Mauricio había encandilado a un número de empresarios. Tampoco está claro, en el supuesto de que Mauricio parara la movida, si respaldó a García de manera indefinida o así se lo hizo creer a fin de tomarse tiempo de elegir en qué momento darle la puntilla. Lo cierto es que se acercaban las elecciones de junio del 99 y que Canarias7 apostaba por Soria y el PP. Cuentan que a Carmelo Ramírez se le llenó la buchaca, como se relata en el tan citado capítulo anterior, y presionó a Mauricio para que lo apiolara. Había sentido en propia carne el doblete financiero-mediático y se le esfumaban en las encuestas la posibilidad de salir de las urnas como presidente del Cabildo. Esto explicaría el brusco cambio de Canarias7 del aplauso al diputado nacionalista a disparar contra él. De nuevo la falta de información de García sobre la correlación real de fuerzas y una concepción jerárquico-autoritaria, la que aplicara en La Caja, en la que el de arriba manda y el de abajo no rechista: pensó que con Mauricio contento, nada había que temer de CC y podía seguir promocionando a Soria. Se equivocó, claro.

Ya indiqué que García estaba en la inopia cuando se sentó en la asamblea de La Caja de abril del 99. Sólo añadiré unas anotaciones a la asamblea de abril del 99. La asamblea, movida por ICAN-CC, rechazó unas cuentas días antes aprobadas -y felicitadas- por el consejo de administración en el que había representación nacionalista; o el consejo quiso suministrarle una dosis de dormileno para que no recelara, lo que consiguió, o la decisión de darle la puntilla sobrevino en las fechas que mediaron entre consejo y asamblea. Es evidente, en todo caso, que García no valoró o despreció los indicios de que podían ir a por él. Como Santiago Nasar, que no supo nunca de su muerte anunciada.

Últimos meses en La Caja. Operación Lopesan

Ignoraba García, por tanto, que lo querían echar ya. Aunque no desconociera que era deseo de sus enemigos acabarlo, se consideraba fuera del alcance de los cuchillos. No percibió que su remoción era un clamor político y social, higiénico incluso, aunque lo dijeran bajito. Las dificultades de La Caja con la bajada de intereses, que fastidió el interbancario, y la volatilidad de la Bolsa, otra debilidad garciana, propiciaban la oportunidad de golpearlo. Se decía que, al fallarle el interbancario y la Bolsa, intentó meter La Caja en los sectores económicos punteros donde encontró resistencias. No lo querían cerca de la lucha que se libraba por el control de los sectores. Algunos atribuían las explosivas declaraciones de Hernández al cabreo de que Canarias7 le zurrara por negarse, decían, a facilitarle el desembarco en el Puerto. Jaime Cortezo, socio de Hernández, retiró la publicidad en represalia por el tratamiento al presidente del Puerto y el periódico lo metió también en el baile a cuenta de los veintiún chalets que Cortezo había construido sobre suelo público marítimo en Hoya Pozuelo. Muy edificante. Pero lo único seguro es que en octubre del 98 García comunicó al consejo de administración la oferta para que La Caja suscribiera un 10% de la empresa Macbsa. Ésta poseía el 82% de la Sociedad La Luz. García defendió la operación ante el consejo de La Caja como “ocasión inmejorable” para posicionarse en el Puerto donde, dijo, la presencia de la entidad era “escasa”; o sea, admitía que estaba out de un centro económico neurálgico tradicional. La comunicación al consejo se produjo un mes antes de aparecer Hernández en La Provincia rajando contra él, de modo que no andaban desencaminados los rumores del rifirrafe entre ellos.

Entonces se producen dos operaciones de La Caja similares, técnicamente idénticas, en el sector turístico. Una con el Grupo Dunas, de Ángel Luis Tadeo; otra con Lopesan. La primera se aireó bastante porque a Tadeo lo eligió ICAN de coadyuvante necesario en la querella de La Caja contra García que siguió a su destitución. La segunda, la de Lopesan, es menos conocida y más significativa.

Lopesan es uno de los grandes éxitos empresariales de los 90. Buena prueba fue la adquisición en los meses de que hablo del 50,1% de Ifa Hotel und Touristik AG, matriz del grupo Ifa. El precio, 160 millones de marcos, 40 en efectivo y los restantes 120 aplazados hasta 2004 en que serían unos 129 con los intereses. En pesetas, más de 14.000 millones a los que habrían de sumarse, según los conocedores, una deuda no inferior a los 15.000 millones. En total, 30.000 millones de pesetas.

García ponderó los números y la proyección de la empresa ante el consejo de administración de La Caja. Propuso adquirir el 20% de Lopesan Touristik por 6.882,4 millones de pesetas, una vez incluida Ifa. El importe, informó García, no superaba los límites del Banco de España para la concentración de riesgos; aunque obligaba a deducir 521 millones de recursos propios al superarse el 15% admitido en una sola operación financiera. Entre las ventajas, la entrada de La Caja en el sector de la mano de un grupo de amplísima presencia que aportaría un gran negocio financiero y nuevas oportunidades a la filial La Caja Vivienda. A ésta se le ampliaría el capital social para comprarle a Lopesan dos parcelas en Meloneras por 5.000 millones de pesetas. En diciembre del 98 el consejo de administración “autorizó” a García a que afianzara la parte del precio de Ifa de pago aplazado a hasta 2004 y el derecho a participar en el proyecto de Meloneras. El objetivo confesado era, de nuevo, adquirir presencia en la industria turística. De resultas de la operación, La Caja adquiría el 20% de Lopesan Touristik que seguía bajo el control de Eustasio López.

La intrahistoria de la operación

Para Lopesan fue una operación brillante, beneficiosa y ajustada a la lógica empresarial de lograr las mayores ventajas posibles en cada movimiento. Chapó o chapeau, que se dice. Otro comportamiento distinto es impensable. Para La Caja, sin embargo, no está tan claro. 6.000 millones era demasiado dinero por un 20% que no le daba capacidad de decisión en la sociedad. No parece lo más conveniente aunque doctores tiene la Iglesia. El fantasma de Protucasa volvió a aventarse.

Sin embargo, lo que llamó la atención fue que las relaciones de García con Eustasio López no eran precisamente eran cordiales. El propio Eustasio se sintió obligado a aclarar que su trato era con La Caja como institución, no con Juan Francisco García. Se recordaba lo mal que le sentó al rencoroso García el intento de López para desbancarlo de Canarias7 ya mencionado; y la poca gracia que le hizo a éste que García se la jugara blindándose en Inforcasa. Que la operación no había mejorado las relaciones se vio poco después, una vez sellado el acuerdo, cuando García exigió a Lopesan presencia ejecutiva en algunas de las empresas del grupo. No se lo concedieron y lo habitual: Canarias7 enfiló los cañones contra Eustasio López; pero como podía hacerlo, por coherencia, en el terreno donde acababan de hacerse socios, el periódico eligió el escenario de la UD Las Palmas, donde estaba Eustasio López de directivo-propietario. Bastaría para enviarle recados al empresario sin que se notara por donde iban los tiros. Eustasio López reaccionó expeditivamente retirando del zapatazo no menos de 2.000 millones de La Caja.

Aunque Lopesan tuviera claro que el trato fue con La Caja institución, García no hay más que uno. No hubiera entrado a negociar sin razones que lo obligaran. Una la sabemos de su boca cuando propuso el negocio al consejo para poner un pie en la industria turística; otra hay que buscarla en la política con la intermediación del tantas veces inevitable Mauricio. El diputado estaba en fase de organizar debidamente a la burguesía y García le debía una, la de salirle valedor en la dirección general. Contaba Mauricio, pues, con la confianza de García y unos meses atrás había subido la escalera de Lopesan para ofrecerle a la empresa sus servicios en Madrid o donde fuera. Entre los conocidos están una subvención de 1.400 millones al hotel Las Meloneras y el propiciarle la participación del 25% con opción al 50% en los 30 millones de metros cuadrados de Veneguera. Lopesan era de los fijos en las listas mauricianas de empresas que comprarían Binter, etcétera. Eustasio López, el empresario favorito de Mauricio. Atando cabos bien pudo ser el componedor que forzó a García a tragarse el sapo para tratar de remontar el mal momento de La Caja e involucrarla en los sectores punta.

Los favores de Mauricio se extendieron a otras empresas que se creyeron tanto que, por fin, habían encontrado a su hombre. Angel Luis Tadeo era en aquellos días de los incondicionales de Mauricio y se considera que éste pudo intervenir también, mediante recomendación a García, en la operación con el Grupo Dunas, muy similar a la de Lopesan. Un mal asunto para Tadeo porque al presentar La Caja denuncia contra el ya ex director general, lo eligieron a él de coadyuvante necesario. Los supuestos delitos atribuidos a García precisaban de cómplice externo, un coadyuvante, y Tadeo, que no tiene simpatías entre los jerifaltes de CC, que tratan de bloquearlo en todas partes (entre otras la Unión Deportiva) y que apenas conocía de vista a García, con quien nunca tuvo tratos, se encontró con todos los boletos de la rifa. La inquina llega al extremo de que cuando se llegó a un primer principio de arreglo para retirar La Caja la denuncia, se consultó si era posible quitar a García y mantenerla contra Tadeo. No lo era y se volvió a negociar hasta acordar deshacer parcialmente la operación mediante la entrega por el empresario de 3.000 de los 6.000 millones de pesetas pagados por La Caja como precio del 20% del hotel Don Gregory.

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