Las bolsas de El Corte Inglés ya no se llevan para según qué cosas. La gente con más categoría prefiere las de las tiendas de telefonía, de colores chillones, entre azul marino y verde pradera, pero más habituales en un restaurante, por ejemplo. Es como si llevaras un teléfono móvil debajo del brazo, de manera que a lo más que llegan es a preguntarte por el modelo que te acabas de comprar. Vas, te das una vuelta por Tejeda, pasas por el Cabildo y terminas almorzando en la calle Buenos Aires, bolsa en ristre. Nadie puede pensar nada extraño de tu comportamiento y, por eso, lo mejor es que los que tengan algo que contar se vayan a un notario y hagan un acta de declaración, que quede ahí, lacrada, en un protocolo. No será el de los sabios de Sión porque nadie pretende extender poder alguno por el mundo, pero ha quedado de un resultón para la posteridad...