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Tiempo de pactos

Julio M. Marante

Oigo hablar de posibles pactos y siento una pereza infinita a la hora de expresar mi opinión. Una aversión profunda a manifestarme y hasta una fatiga colosal para pensar. Cavilo ciertamente sobra la situación planteada por el electorado tras el 24 M, pero sería una inútil petulancia por mi parte aventurar lo que es mejor y más coherente para estructurar una política dirigida al bienestar real e inmediato para la ciudadanía. De ahí, mi aprensión a valorar cualquier negociación “adobada” por la salsa de las diferencias ni por los miedos y recelos solapados de anteriores acuerdos. Al menos por una vez dada la situación que vivimos, los políticos deben sentarse ante esa mesa de concierto y compromiso con las cartas boca arriba sin ocultar la otra cara del mensaje, con cierta complicidad y ánimo de converger con la mano extendida que es síntoma de desprendimiento. La tolerancia puede parecer a veces un valor pasivo, mientras que la nobleza y la generosidad serán siempre valores activos y fáciles de comprender en el marco de una negociación. No es el momento de que unos magnifiquen antiguas fricciones ni que los otros se vean limitados por una prudencia culpable. La gente votó y creemos que elegir ahora una mayoría dirigente no es tan difícil. Basta con interpretar el sentir del pueblo que depositó sus papeletas con nombres y apellidos en medio de un panorama poco optimista. Discrepar de su dictamen nos parece algo fuerte y un inmenso e injustificado error.

Guy Mollet, el político socialista francés que ejerció como Primer Ministro entre 1956 y 1957 durante la época de la IV República se refirió a las coaliciones y los pactos como “al arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que salgan callos”. En estos momentos Canarias está obligada a grandes y apasionantes pactos, a importantes acuerdos entre partidos que ejerzan un papel vivo y activo política y sociológicamente junto a una tarea ilusionada y coincidente para sacar adelante los planes que nuestra comunidad ha de afrontar en los próximos cuatro años. Y con Canarias, La Palma. Nuestro pueblo ha madurado enormemente…, pero ahora la responsabilidad corresponde a los políticos. Son ellos los que han de apechugar con estos tiempos malos, tiempos locos, tiempos de carencia y de estrecheces. Esa es una verdad que se refrenda con sólo salir a la calle donde sobrevive una parte del pueblo que también es auténtico, que sufre, que conoce los límites de la escasez y de la miseria, pero que se siente orgulloso de haber votado con la esperanza de que ésta sea una tierra digna de mejor suerte.

La problemática de La Palma es grave, escandalosamente grave. Llevamos años moviéndonos entre la indignación y el lamento, pero va siendo hora de que encontremos unos hombros aptos que puedan soportar esta carga. Estamos necesitados de hombres y mujeres con criterio pues no debemos olvidar que “la mitad de nuestras equivocaciones nacen porque cuando debemos pensar, sentimos, y cuando debemos sentir, pensamos”. Precisamos de gobiernos fuertes y partidos que desde una oposición constructiva, busquen soluciones para atender la situación de emergencia que atravesamos. Comprendemos que pactar no es sólo una cuestión de aritmética. También sabemos que cuando se exageran los sentimientos se pierde la capacidad de razonar. Por eso nuestros políticos tendrán que aumentar las horas destinadas al aprendizaje de dos materias: “Técnicas de negociación” y “Dinámicas de consenso”. Luego, emulando a Goethe, no hará falta que nos pregunten “si estamos plenamente de acuerdo” porque lo realmente importante “será marchar por el mismo camino”.

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