Salir de Canarias para no acabar en la calle
Mohamed Kargbo y Lusiny Swavay llegaron a Tenerife en patera con la esperanza de un cambio; un mes después, lo único que ambos desean es que la Policía les facilite una autorización que les permita salir de Canarias. De no recibirla, aseguran, temen que acabarán mendigando en la calle.
Después de permanecer un mes en dependencias policiales, sin posibilidad de realojo por falta de plazas y sin autorización para viajar a la península, estos dos migrantes africanos tenían miedo de quedarse en la calle. Y con ellos, otros 55 compañeros, la mayoría procedentes de Senegal, Mali y Sierra Leona.
El grupo recurrió este miércoles a la ONG Caminando Fronteras para denunciar su situación, porque se veían fuera del CITE con carácter inminente. “Muchos compañeros rompieron a llorar” al enterarse de que iban a ser expulsados, recuerda Swavay.
Sin embargo, la Delegación del Gobierno asegura que todos ellos podrán continuar en el centro mientras se busca una alternativa, algo que no es fácil, porque las plazas de acogida escasean y las pateras siguen llegando semana tras semana.
Para Kargbo, no obstante, esa no es la solución, pues la mayoría de los migrantes afectados no desea permanecer en Canarias, sino continuar su viaje hacia la península y otros países de Europa para reunirse con familiares y amigos. “No nos podemos quedar aquí para siempre”, recalca.
Kargbo critica, además, la falta de atención médica. Asegura que muchos de sus compañeros están “gravemente” enfermos y que podrían empeorar si no se le asiste.
“Necesitamos una mejor respuesta por parte del Gobierno, necesitamos ayuda humanitaria. Las vidas humanas están por encima de todo”, remarca Kargbo.
Swavay, que lleva puesta una camiseta del Chelsea, nació en Liberia. Dedicó un año y dos meses a cruzar el desierto en Marruecos y durante seis días navegó a la deriva, sin comida ni bebida, en una patera junto a 27 personas. Muchas de ellas niños y bebés “que no dejaban de llorar”, recuerda.
A medida que avanza la conversación empiezan a llegar los demás migrantes afectados. “Cada uno tiene su historia”, explica Kargbo, que prefiere no entrar en detalles, aunque todos afirman sentirse “solos”, “abandonados” y engañados.
“Nos dijeron que solo nos quedaríamos un máximo de tres días, pero hoy ya es nuestro decimocuarto día aquí. No sabemos qué va a ser de nuestro futuro”, denuncia Kargbo.
El sierraleonés critica que las autoridades continúen diciendo que tienen libertad de movimiento. “Pero, ¿cómo podemos llegar a la Barcelona, Madrid o París si no nos dan los documentos necesarios?”, cuestiona Kargbo angustiado. “No se puede llegar a la península en coche, en autobús o en tren. Volar es la única opción”.
Los migrantes coinciden, además, en que el dinero no es problema. “Tenemos amigos o familiares que nos podrían proporcionar los 35, 40 o 50 euros de los pasajes”, aseguran.
Tras unos instantes de pausa, Swavay reconoce que esta no era la acogida que se esperaban y lamenta, con pesar, que no les estén dando la oportunidad de vivir, de encontrar un trabajo “o un lugar en el que dormir”.
“¿Puedes imaginar lo que supone pasar seis días en el agua, arriesgar tu vida para llegar a un destino y que después no te den la oportunidad de vivir?”, pregunta al aire el liberiano, que sostiene, además, que volver a sus países de origen sería casi como una sentencia de muerte.
En cuanto al trato recibido en las dependencias policiales, el Kargbo asegura que les sirven la comida “caducada y fría”, y que, a excepción de un par de zapatos, tampoco les proporcionaron ropa cuando llegaron.
“No existe ningún tipo de organización. Ayer cogí dos latas de comida y las dos estaban caducadas. No nos han dado ropa, así que no tenemos chaquetas, y hace mucho frío”, agrega Swavay.
A pesar de todo lo anterior, Lusiny Swavay está “contento”. Ha sido un “largo viaje”, pero ha conseguido llegar a España.
Ahora solo espera que la autorización de viaje que tanto ansía llegue pronto, porque ese documento le permitiría reunirse con su familia y empezar una nueva vida. En su caso, el liberiano sueña con matricularse en un colegio y aprender español.
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