La larga noche del 'Gato'
Hay hitos de la Unión Deportiva Las Palmas que me superan hasta ponerme la piel de gallina. No vivía o moqueaba demasiado cuando la etapa gloriosa del equipillo. Ya saben, aquella que culmina en la final de Copa de 1978 y da pie a un rodar todo cuesta abajo. Hasta la fecha.
Crecí en los ochenta y con aquellos sufrimientos del 1 de mayo de 1983 me hice al fútbol del viejo Insular. Por eso, semifinales de Copa con el Barça como las de 1984 o 1997 y sobre todo aquel inolvidable 4-3 al Real Madrid de marzo de 1986, cuando todo estaba perdido 1-3 hasta que Juani Castillo saltó al campo en el minuto 77 para liarla, marcan los cénit de mi amarillismo medular.
Incluso por encima de ascensos a Primera División (1985 y 2000), vividos no sin alegría pero con menor intensidad emotiva que aquella tarde de Elche en el Martínez Valero, con Pacuco Rosales clamando al cielo a su tío por sacar a la UD del pozo de Segunda B (1996).
Tengo en la retina tardes vibrantes aunque fueran amistosas, como cuando un gol de Alexis Trujillo derrotaba al Bayern de Munich -también fallaba un penalti- en plenas vacaciones invernales de los bávaros en el sur de Gran Canaria, ya en la decadencia amarilla hacia Segunda B.
Pero en la historia de la Unión Deportiva hay una fecha marcada con lágrimas de alegría que traza la línea entre generaciones del buen vivir en el Estadio Insular y nuevas hornadas de amarillos maltratados por sus dirigentes en el fútbol semiprofesional: 12 de enero de 1995.
Lo he contado en otras ocasiones y el gran capitán Paquito Ortiz ha compartido conmigo esa evidencia clara: la eliminación del CD Tenerife que campaba a sus anchas en la Copa de la UEFA a manos de la UD Las Palmas que vivía su tercera temporada en la ignominia de Segunda B trajo al fútbol a una riada de gente nueva para quedarse y marcar distancias con las exigencias de anteriores generaciones, acostumbradas al caviar de la época dorada.
Fue aquella la larga noche del Gato. “Manolo, de Arucas, la para con la cuca”. El Gato de Arucas lo paró todo y el 0-0 final dio paso a una tanda de penaltis en la que Edu García metió a la UD en la siguiente ronda. Lo viví en la redacción de La Provincia, cuando La Provincia era un periódico y Diario de Las Palmas, otro, en sus espléndidas instalaciones de la Avenida Marítima.
Con toda la redacción pegada al televisor de aquella inolvidable habitación, acabé por los suelos abrazado a Nico, viendo cómo el resto de compañeros de secciones daba carpetazo a su trabajo y se marchaba a sus menesteres varios. A la sección de Deportes le quedaba horas de trabajo por delante para dar cumplida cuenta a los lectores de la hazaña del equipo en Santa Cruz.
Quizás fuera por eso que mis ánimos se fueron apagando. Cuando todo el mundo está de fiesta, quien debe contarlo, está al tajo. Pero al salir del periódico me entró la jiribilla y acabamos en el Gas, petao de gente a los dos y pico de la mañana con un ánimo exultante por la gesta y la noche. Así pasaron horas, entre´“pío píos” y normalidades noctámbulas con gente que ya no está, sea con su barba culta de polvo o con su inseparable taco de billar.
Pero la noche del Gato tenía cuerda para rato. Incluso con el cerrojazo de los últimos bares y el sol saliendo aquellas almas golfas que resistimos hasta final pedían más leña al cuerpo. A punto de desistir porque la mañana se avecinaba, no había a dónde ir y tampoco era cuestión de llegar fatal al curro por la tarde, se me ocurrió recordar por qué estábamos allí. “¡Coño! Anoche ganó Las Palmas. Llegan a mediodía en el Jet-Foil!”. Para qué fue aquello...
Éramos cuatro espectros en la mañana brillante de aquel 13 de enero. Antoñito, Flori, Bernita y yo. Recuerdo que hicimos tiempo dando un garbeo ¡hasta El Charco de San Felipe! y enfilamos ya a tiempo la capital para recibir en medio de una marabunta al equipo en el Estación del Jet Foil. Nos perdimos de vista en medio de tanta gente, con otras gentes frescas que salían del barco y preguntaban “¿pero tú vas a ir así a trabajar?”. Pues todo se andará...
Pasó la marabunta, la Estación estaba ya vacía. De fondo resonaban tambores y me encontré a Bernita en pleno excorcismo africano a lo Womad con dos o tres ceniceros de esos largos de pie de plástico a modo de caja de percusión. Seguimos el día y almorzamos en La Puntilla, bañito para despejarse incluido, antes de prepararnos para volver a la redacción...
De la noche del Gato (más bien el día siguiente ya) recuerdo a tres almas en pena recorriendo la redacción sin levantar el culo -sólo para las habituales escapadas sangrantes [¡ay María!] al Iberia- de las sillas con ruedas, de mesa en mesa de nosotros tres. Bernita debía dormir ya a pierna suelta porque al caer la tarde y terminar el trabajo llamó para que lo fuéramos a buscar a su casa y despedir cómo se merece aquella gesta particular. Con la penúltima al menos.
No pude ir. A última hora me cayó en forma de marrón tremendo un encargo de mala leche por haber disfrutado tanto de la noche de El Gato: cubrir en Maspalomas un partido del Torneo Internacional que ni recuerdo sus contendientes. Sólo a eso de la medianoche, a Laure, apiadándose de mí porque no daba dedo con tecla para escribir la crónica....