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Aliados en apuros
Todo comenzó por el Comité de Exteriores de la Cámara de Representantes estadounidense. Ignorando las recomendaciones de Bush, aprobó una resolución en la que definió como genocidio las matanzas de armenios durante la primera guerra mundial por parte del imperio otomano. Negar esta evidencia histórica puede parecer un asunto demasiado viejo, pero no. El artículo 301 del código penal turco establece penas de cárcel para quienes se arriesgan a calificar de genocidio la tragedia armenia. El periodista Dink, director y propietario de la revista Agos, acaba de verse condenado a un año de prisión por este motivo. Su padre, anterior director de la misma publicación, fue asesinado por la extrema derecha turca.
La resolución estadounidense provocó una reacción patriótica. Retirada del embajador en Washington; asociaciones de consumidores boicotearon productos norteamericanos; manifestaciones contra Estados Unidos en Ankara y Estambul; la prensa tituló al estilo del diario Hurriyet, “La resolución de odio”. Pero los gringos ejercen como freno relativo a la persecución turca de los kurdos en territorio iraquí (bajo la disculpa de cazar a los militantes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán). Además, Washington presenta esa región iraquí ante la opinión pública como la única pacificada, aunque en realidad sólo sobrevive con menos terror que el resto del territorio.
Los roces entre estos aliados son recientes. Turquía negó el paso a los militares estadounidenses durante la invasión de Irak en 2003, aunque, como miembro de la OTAN cedió el uso de la base de Incirlik, un punto clave para el abastecimiento de las tropas. Washington puede perder este enclave estratégico si elige a los kurdos como aliados en contra de Ankara. Opción complicada. En última instancia, esta pelea debe acogerse como otro efecto colateral de la ocupación de Irak y su fracaso. Pero, como siempre, quienes pagan la factura de las aventura imperialistas o subimperialistas (como la de los militares turcos en el norte iraquí) jamás consiguen un hueco en las informaciones de prensa.
La comunidad internacional debe al pueblo kurdo, disperso en la región y fuera de ella, un Estado nacional. Intereses cruzados lo han impedido, pero esos mismos intereses utilizaron siempre a los kurdos como coartada en beneficio propio. Además de masacrarlos, Sadam Husein les concedió cierta autonomía. A la fuerza, ahorcan. Washington los apoyó contra los suníes, llegando a pensar en una secesión de Irak con la vista puesta en su petróleo. Turquía tiene pánico a la formación de un Estado independiente kurdo que estimule a los rebeldes del PKK, quienes pelean desde 1984 por independizar las regiones de mayoría kurda al sur de Turquía, en un conflicto que ya provocó al menos 35.000 muertos. El Gran Oriente Medio de los neoconservadores gringos continúa su ruta hacia gloriosos desastres junto a sus revirados aliados turcos. Sin freno aparente.
Rafael Morales
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