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Aung San Suu Kyi

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Un país donde la esclavitud y la miseria de hombres, mujeres y niños alimenta los estómagos de una multitud de sátrapas vestidos con sus mejores galas, impregnadas, éstas, del hedor de la muerte de los inocentes.

Un país donde la tortura y el asesinato, según declara Amnistía Internacional en sus comunicados de los últimos años, son toda una institución y en el que las leyes se cambian al capricho del general de turno, demasiado embriagado de poder como para preocuparse de las personas que allí viven.

Una tierra que tiene como mayor bien la producción de opio para matar a los jóvenes del primer mundo y que, a pesar del peligro que ello supone para el mundo, nunca entró dentro del llamado Eje del Mal del anterior gabinete estadounidense.

¿Y saben lo mejor de todo? Hace quince años, me enteré de que ese inmenso ejército de casi medio millón de hombres, armado y entrenado para someter a su pueblo, no puede esconder su miedo cuando se pronuncia el nombre de una mujer dispuesta a terminar con la tiranía impuesta por un régimen podrido hasta lo más profundo de sus entrañas.

Aung San Suu Kyi es el nombre y su historia está ligada, desde su nacimiento, a la independencia de su país, Birmania, el cual estaba bajo dominio de la corona británica desde el siglo XIX hasta 1.948. Su padre fue uno de los líderes de dicho proceso, el cual murió asesinado seis meses antes de que el país la lograra.

Aung San Suu Kyi pasó su infancia en la India -lugar al que su madre acudió en calidad de embajadora de Birmania- compartiendo su tiempo con los hijos de Indira Gandhi y aprendiendo las enseñanzas dictadas por el padre de la No Violencia, Mahatma Gandhi. Luego se trasladó hasta Inglaterra, donde continuó su formación académica, estudiando Filosofía, Política y Economía. Allí conocería al que sería su marido, el médico Michael Aris.

Al terminar sus estudios, Aung San Suu Kyi estuvo trabajando en distintos países de Asia -entre ellos, Japón-, pero nunca dejó de mirar hacía su tierra, cada vez más desolada, merced a la explotación a la que sometía el régimen y las grandes empresas, principalmente chinas e indias, las cuales operaban con el favor de los militares llegados al poder desde 1.962.

Al final, en 1.988, Aung San Suu Kyi decidió regresar a su país, llegando justo en un momento de profunda agitación, la cual desembocó en los trágicos sucesos del 8 de agosto de ese mismo año. Dichos sucesos, conocidos como 8888 Popular Uprising, desembocaron en la sangrienta matanza de cientos de manifestantes que habían acudido hasta la capital, Rangún, para pedir un cambio de rumbo en la política del país.

El caso es que, esa vez, la comunidad internacional no se quedó de brazos cruzados y al final la Junta de Generales propuso unas elecciones libres y democráticas para mayo del año 1990, las primeras desde 1.962. No obstante, este anuncio no escondía el miedo a perder dichas elecciones ni una realidad que estaba muy clara para muchos analistas; es decir, los militares, a pesar de convocar unas elecciones, no estaban dispuestos a dejar el poder y permitir que el partido liderado por Aung San Suu Kyi gobernara en su feudo particular.

Al final, el N.L.D (Liga Nacional para la Democracia) obtuvo el 82% de los votos, lo que confirmaba los peores temores de la Junta, la cual anuló los resultados y detuvo a los principales líderes del movimiento. Empezaría, entonces, la sucesión de arrestos domiciliarios que han jalonado la estancia de Aung San Suu Kyi en su país. Estos han sido interrumpidos por las salidas de la líder del N.L.D, tratando de que los habitantes de Birmania no pierdan la esperanza, y poniendo en jaque al régimen imperante.

Entre los abusos y la presión de vivir una vida condicionada por el capricho de unos pocos sátrapas, Aung San Suu Kyi ha recibido multitud de premios, el más importante de ellos, el Nobel de la Paz, entregado a sus hijos en 1.991. Durante la entrega, ellos declararon que su madre no podía ser silenciada, porque decía la verdad.

Por contra, su dedicación y compromiso para con su país, le impidieron estar al lado de su marido- el cual murió en 1.999- y se pasó tres años seguidos sin verlo, ya que rechazó un ofrecimiento de la Junta de Generales para que se desplazara hasta Inglaterra. Aung San Suu Kyi sabía que, si se marchaba, nunca podría regresar a Birmania.

A finales del 2.002, la Junta de Generales, dadas las presiones externas -fundamentalmente, el boicot de parte de las mayores multinacionales, que llevaban cerca de una década sin tener relaciones con el país- y el creciente descontento de la población y de algunos sectores del ejército, decidieron comenzar, de manera secreta, un acercamiento con Aung San Suu Kyi y los principales líderes de N.L.D. Y una vez, el sector más reaccionario respondió asesinando a cerca de 70 personas del N.L.D en mayo del 2.003 y recluyendo, de nuevo, a Aung San Suu Kyi entre las paredes de su casa.

En respuesta a la situación, MTV Network Europe, junto con VH1 comenzaron un campaña, bajo el eslogan Free your mind (libera tu mente) para pedir que las Naciones Unidas presionaran al gobierno de Birmania en favor de la de libertad de Aung San Suu Kyi y, de paso, de la restauración de la democracia en el país. La campaña estuvo apadrinada por los cantantes Bono, Chris Martin, Bob Geldof, Marcy Gracy y Lenny Kravitz y en ella se pedía que se mandase un e-mail al secretario del la UN de esos momentos, Kofi Annan, solicitando la libertad de la disidente birmana.

La campaña, a pesar del impacto mediático que pudo tener en los países occidentales, no supuso ningún cambio, ni en la situación de Aung San Suu Kyi, ni en la de su país. En Birmania está impuesta la ley marcial y toda influencia exterior es férreamente controlada por los órganos de control militar. Nada escapa a las redes de soplones e informadores sembrados por el régimen y, mucho menos, acercarse a un elemento tan peligroso como lo es la principal disidente del país. Lo curioso del caso es que se calcula que en la cárcel hay entre 2000 y 3000 presos políticos.

En el año 2009, sin embargo, cuando el país fue devastado un terrible ciclón llamado Nargis, a la Junta militar birmana no le tembló la voz para solicitar la ayuda del mundo exterior. Después, tal y como se cansó de repetir el personal de las Naciones Unidas y los representantes de diversas naciones del globo, la Junta no hizo otra cosa que obstaculizar las labores de ayuda y desviar buena parte de los fondos y las partidas de ayuda para su propio beneficio.

De haber sido otro país, se podría haber se podría haber forzado más la situación y pedirle responsabilidades a los generales que comandaban la Junta, pero Birmania ha contado, desde hace décadas, con el apoyo incondicional de China. Y ya se sabe que al gigante asiático nadie le cuestiona, y menos al tener derecho a veto en las Naciones Unidas.

No obstante, el comportamiento de la Junta militar no fue igualmente tolerado por el gobierno indio ?otro de sus aliados naturales en la zona-, el cual decidió interrumpir las, hasta entonces, lucrativas transacciones económicas entre ambos países, sobre todo en materia de defensa, aunque muchas empresas hindúes continúan operando en Birmania.

El siete de noviembre del presente año se volvieron a celebrar una elecciones, supuestamente libres, para tratar de “lavar la cara” ante el mundo, merced, sobre todo, al cambio de política de la actual administración norteamericana. Dos días después, la Junta empezó a dar los resultados ante la falta absoluta de confianza por parte del mundo exterior y de los propios birmanos, muchos de los cuales aún recuerdan lo que ocurrió con los resultados de las elecciones del año 1.990.

Una semana después de estas recientes elecciones, la Junta decidió poner en libertad a Aung San Suu Kyi de manera un tanto sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta la hipérbole judicial argumentada para aumentar su arresto domiciliario en agosto del año 2009. La medida ha sido acogida con cierto escepticismo, aunque países tradicionalmente críticos con la Junta militar birmana, tal y como lo es Francia ya han anunciado que estarán muy pendientes de lo que le pueda ocurrir a la representante del N.L.D.

El problema es que, en el fondo, al mundo le importa muy poco lo que le pueda ocurrir a los habitantes de Birmania. No le importa ahora, como no le importó antes las tropelías de sátrapas como lo eran Augusto Pinochet, Alfredo Stroessner, Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti, todos miembros de sangrientas Juntas militares, las cuales masacraron a los habitantes de sus respectivos países con el beneplácito de muchos países llamados “civilizados”.

Todo eso nos queda muy lejos y, además, mientras la censura funcione, es muy difícil saber qué es lo que pasa, realmente, en esos lugares. Después, si alguien logra sacar una imagen, obtener una grabación o un testimonio, con apagar la televisión o no leer el periódico es más que suficiente.

En mi caso particular, hace quince años vi una película llamada Beyond Rangoon, dirigida por John Boorman y protagonizada por una sensacional Patricia Arquette. La película se sitúa unos días antes de los sucesos del ocho de agosto del año 1.988 y su protagonista, una desencantada doctora estadounidense, sufrirá en carne propia los excesos de la Junta militar birmana. Además, la película muestra los primeros pasos de Aung San Suu Kyi, tras su regreso a Birmania, momento en el que tomé conciencia de su existencia.

Desde entonces, he escrito tres artículos dedicados a su figura, su compromiso y sobre el infierno en el que le ha tocado vivir.

En el año 2008 acudí al cine a ver la película John Rambo, la cual logró, a pesar de la legión de detractores que tienen las películas protagonizadas por Silvester Stallone que muchos descubrieran, primero, que existía un país llamado Birmania y segundo, que dicho país estaba sometido a un genocidio continuo.

¿El futuro? La verdad es que no lo sé. No soy analista profesional, aunque sí que invierto buena parte de mi tiempo en estudiar la historia más contemporánea de nuestro mundo actual. Tal querencia me ha enseñado que actitudes como la de Aung San Suu Kyi, Mahatma Gandhi, el doctor Martin Luther King, o el prisionero 46664 sudafricano Nelson Mandela pueden ser responsables del derrocamiento de un régimen como el que padecen los birmanos.

Sólo espero que uno de los muchos desquiciados que portan un arma en Birmania no se sienta ungido de una labor redentora y le dé por descerrajarle un tiro a Aung San Suu Kyi. Si esto ocurriera, se abriría una “Caja de Pandora”, la cual acabaría teñida con la sangre de personas inocentes, no con la de los asesinos que llevan décadas asolando Birmania. Y si no me creen, consulten un buen libro de historia y saquen luego sus propias conclusiones.

Eduardo Serradilla Sanchis

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