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Cinemaissi 2012: La Hora Cero

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Sin embargo, la realidad, al igual que un cubo geométrico, tiene muchas caras y lo que, en principio, podría considerarse el “biopic” de un asesino sangriento y sin conciencia, se torna en una descarnada radiografía de la sociedad venezolana actual, la cual no deja bien a casi nadie, aunque Tito, nombre real del sicario, logra encontrar cierta redención a medida que transcurre el metraje de esta sensacional película.

Y es que en La Hora cero cada cual aparece retratado tal cual es, por mucho que casi todos se empeñen en aparentar lo contrario, salvo el protagonista principal y unos pocos personajes. La excusa argumental es el asalto y posterior secuestro de quienes en ese momento se encuentran dentro de una ostentosa clínica privada. La situación social que se vive fuera de aquellas paredes no puede ser peor, dado que los médicos y enfermeras de la sanidad pública están en huelga con lo que sólo aquellos que TIENEN, con mayúsculas, tal y como es el caso de miss Venezuela, pueden permitirse atención médica.

Con semejante telón de fondo, irrumpe en la clínica la Parca y sus secuaces, buscando quien ayude a salvar a Ladydí, amiga de la infancia del líder de la banda. Claro que, entonces, no conocemos la razón por la que un sanguinario asesino arriesga su vida y la de sus compañeros en su empeño por salvar a una mujer, llegando incluso a mostrar su rostro en televisión, con tal de lograr la sangre que Ladydí necesita para no verla morir desangrada sobre la mesa de operaciones.

En ese momento hace acto de presencia el resto de los personajes de la tragedia. El primero de todos es el político mentiroso, chaquetero, carente de toda ética y capaz de cualquier cosa con tal de que sus miserias no salgan a flote, secundado, éste, por su “fontanero”, un sicario mucho peor que la Parca, dadas sus verdaderas motivaciones.

Después están los medios de comunicación, simbolizados en la presentadora del magazine más sensacionalista y amarillo de la televisión ?a imagen y semejanza de la basura que se proyecta en nuestras cadenas de televisión nacional- y la reportera que sueña con irse a la CNN, pero que no está dispuesta a mancharse las manos. Ambas representan la peor cara de esta profesión, aunque la segunda, al verse atrapada con el resto de los secuestrados, sufrirá en su propia carne la insensatez de su discurso y el precio que se paga cuando se olvida la ética con tal de llegar a la cima de una profesión.

Poco más tarde vemos a los dos médicos. El primero, joven, arrastra los efectos de la locura de la sociedad venezolana, las guerras de bandas y la incapacidad manifiesta de los sucesivos gobiernos del país latinoamericano para buscar una solución que beneficie a todos y no a unos pocos privilegiados. Su experiencia le acercará a la realidad diaria de la Parca y le hará recordar, al final, su juramento ético, como ser humano y como profesional. El segundo, un veterano médico gallego, no dudará en ponerse delante de los sicarios, tantos los de la banda de Tito como los que luego manda el megalómano gobernador, con tal de salvarle la vida a Ladydí, sin importarle las consecuencias derivadas de sus actos.

No hay que olvidarse de las clases pudientes; es decir, aquellas que suelen prosperar a costa de la vida de personas como Ladydí y el propio Tito, abocado a convertirse en sicario, porque, tal y como él cuenta en la película, pagaban más por un asesinato que por robar una cartera. En la película, dicha clase social la representa una señora que ha ido a la clínica con su hija, pero no por la razón que uno cree. Y es precisamente esa hipocresía y esa doble moral la que la película retratará sin mayores excesos, pero plasmándola tal cual es, por mucho que pueda molestar.

Por último están los policías? Bueno, aquellos que no se dejan corromper y que no venden su placa y su ética el mentado y degenerado gobernador. En la película están representados por el comisario y su segundo, apodado éste “gringo”. El segundo se mueve entre dos aguas y algunas veces le pierde su afán de protagonismo, aunque no deja de lado la lealtad a su superior y a la placa que lleva en el cinturón, colocándose, al igual que el veterano doctor español, enfrente de quienes quieren acabar con toda aquella situación de la forma equivocada.

El primero, el comisario a cargo, es un veterano cansado de que políticos sin ninguna catadura moral le digan qué tiene que hacer y, luego, si las cosas salen mal ?tal y como sucede en la película- sean incapaces de aceptar su responsabilidad en lo sucedido. De ahí que, llegado el momento, asuma que la única forma de evitar un mayor derramamiento de sangre sea ponerse en primera línea de fuego y dejar de lado las tácticas terroristas del gobernador y de quienes sigan sus consignas sin tan siquiera pensar en las consecuencias de sus actos.

Tal y como es lógico pensar La Hora Cero no tiene un final “feliz” al uso, pero sí que el director, Diego Velazco -autor del guión junto con Carolina Paíz- sabe cómo cerrar las distintas sub-tramas que se van desarrollando a lo largo de la película y terminarla tan bien como empieza.

Al final, solamente Tito, el comisario, su segundo y el joven doctor son conscientes de quienes son y cual es su papel en esta locura de existencia que todos debemos soportar mientras vivimos sobre el planeta. El resto tendrá tiempo de reflexionar, aunque algunos ni siquiera se plantearán cambiar.

La película demuestra, además de todo lo ya dicho, que hoy en día hay que ser capaz de abrir la mente y buscar el talento, venga de donde venga. Ya no vale la frase “En Estados Unidos se produce el cine comercial y en Europa, el cine de calidad”. Frases como ésas, las cuales me he cansado de escuchar en muchos de los festivales que llevo recorridos en las últimas décadas, se dan de bruces con películas producidas en otras latitudes y, La Hora Cero, es una inmejorable prueba de ello.

Lástima que, al final, películas como éstas, luego sean muy difíciles se ver fuera de su país de origen por razones que tienen que ver con la ceguera, incompetencia, majadería y mil y un adjetivos más de quienes dicen trabajar en el negocio del cine. Una suma de factores que está acabando con el cine en nuestro país, sin olvidar la piratería y la subida del precio de las entradas, factores que tampoco ayudan lo más mínimo.

Por lo menos, queda la opción de acudir a festivales tan válidos como osados, tal y como Cinemaissi, lugar idóneo para disfrutar de una producción de estas características y desear que el ejemplo sea tomado en consideración en otros lugares.

Eduardo Serradilla Sanchis

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