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Las bibliotecas en el Día de las Letras Canarias

Francisco Javier León Álvarez

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La cultura siempre ha sido una de las características fundamentales en el crecimiento y desarrollo de las sociedades. Sin ella, estaríamos condenados a convertirnos en personas vacías, viviendo solo para trabajar, fácilmente manipulables por una minoría y ajenas a la construcción de un pensamiento crítico, basado en el conocimiento de la realidad actual e histórica sobre la que damos nuestros pasos.

Una sociedad como la canaria, que está seriamente influenciada por referentes externos, sobre todo del mundo anglosajón, necesitaba de una actuación directa que permitiese difundir y reconocer públicamente la notable producción intelectual de multitud personas que han contribuido a conformar la idiosincrasia de esta región a lo largo de los siglos. Esa actuación es el Día de las Letras Canarias, instituida por el Gobierno de Canarias en 2006 y que se celebra cada 21 de febrero, fecha elegida en conmemoración del fallecimiento de José de Viera y Clavijo en 1813.

A través de ella se reconoce anualmente la trayectoria de un autor canario determinado y su importancia dentro del contexto cultural del Archipiélago. No obstante, lo que se pretende sobre todo es fomentar la lectura entre los ciudadanos; la difusión de las obras del autor homenajeado; la utilización de los fondos bibliográficos de las bibliotecas públicas como medio para acercarse de primera mano al contenido de aquellas; incrementar las perspectivas y los conocimientos de los canarios en relación a todo un conjunto de autores que han contribuido a formar la identidad de nuestra región; y valorar la relevancia que tienen los libros y la lectura en ese crecimiento social.

A lo largo de las distintas ediciones nos hemos acercado a figuras tan relevantes como José de Viera y Clavijo (2006), Bartolomé Cairasco de Figueroa y Antonio de Viana (2007), Benito Pérez Galdós (2008), Mercedes Pinto (2009), María Rosa Alonso (2010), Tomás Morales (2011), Pedro García Cabrera (2012), José de Viera y Clavijo (2013), Agustín Millares Sall (2014), Arturo Maccanti (2015), Pedro Lezcano (2016), Rafael Arozarena (2017), Pino Ojeda (2018), Agustín Espinosa (2019) y Josefina de la Torre, esta última correspondiente a la actual edición.

De cada una de esas personas aprendimos amplios aspectos, insertos en la época en que escribían y su trascendencia en la construcción del tejido cultural canario. De igual modo, su trayectoria vital constituye un recorrido geográfico por los distintos espacios donde nacieron y su relación con otros núcleos poblaciones del Archipiélago, pero también la simbiosis que mantuvieron con su entorno y cómo este influyó directamente en el desarrollo de sus obras, quedando constancia en las mismas.

A modo de ejemplo, el caso de Mercedes Pinto destaca por la importancia que tuvo esta autora dentro del feminismo y su lucha por la liberación de la mujer del yugo patriarcal. De hecho, fue una firme defensora del divorcio, tal y como lo demostró en su conferencia El divorcio como medida higiénica (1923), que chocaba con la mentalidad conservadora del momento y que la llevaría a su exilio en Hispanoamérica.

A su vez, Pedro García Cabrera es un vínculo para acercamos a la figura de un represaliado político, que sufrió las consecuencias del golpe de Estado de 1936 por su militancia socialista y su apoyo al Frente Popular, lo cual provocó que fuese deportado a Villa Cisneros. En este caso, se demuestra cómo la obra de un autor puede convertirse en su condena en un marco de privación de libertades, donde lo que impera es el fascismo. Leer y escribir es una liberación y un desarrollo personal, pero también se convierte en un estigma producto de la decisión de otros, que solo quieren imponer sus ideas.

Pero una cosa es esta celebración y otra la realidad en la que se ha convertido. El Gobierno de Canarias ha dejado morir a conciencia esta efeméride por una mala gestión, una difusión casi inexistente y una desconexión total con la ciudadanía y con los centros públicos, que actúan de catalizadores en su promoción, sobre todo las bibliotecas públicas. El fomento de la lectura nunca ha generado votos ni garantiza la continuidad en el poder por parte de los políticos. Estos han utilizado a los autores canarios como otro reclamo más, contribuyendo a alimentar su estrategia de hacernos creer que realmente se preocupan por dotar a la sociedad de herramientas culturales.

Los grandes perjudicados son los autores en cuestión, los ciudadanos y las instituciones culturales, sin que haya una simbiosis entre ellos y el propio Gobierno canario, donde este último actúa como vértice de esa idea. En este marco, las bibliotecas públicas juegan un papel imprescindible, pero se han visto relegadas a una situación de desamparo, que han tenido que afrontar con esfuerzo, creatividad y profesionalidad, actuando precisamente al margen del propio Gobierno. No es lógico que se hable continuamente de la importancia de la identidad canaria, como base de nuestra idiosincrasia, y que un día tan trascendental como este quede a la altura de otro de esos simples actos de cara a la galería.

Hasta hace poco, ese Gobierno estuvo en manos de los nacionalistas de Coalición Canaria, que se caracterizaban por ensalzar “lo canario” y la canariedad como elementos identitarios, pero que no desarrollaron un programa cultural del que nos sintamos orgullosos por su trascendencia y su calidad. El Día de las Letras Canarias solo fue otra de sus infraestructuras especulativas y los ciudadanos asistimos con total pasividad a ello, sin reivindicar una gestión opuesta, más dinámica y participativa.

Las bibliotecas públicas, firmes defensoras del panorama cultural en todas sus vertientes, asumieron la condición de que, una vez más, tenían que remar a contracorriente para ofrecer a la ciudadanía lo que el Gobierno ni siquiera se planteaba. Inicialmente, este remitía la revista conmemorativa, que editaba cada año, cuyo contenido era un estudio divulgativo y de carácter biobibliográfico sobre el homenajeado, así como una cierta cantidad de ejemplares de algunas de sus obras más representativas para su distribución gratuita.

No obstante, desde hace unos años todo este material ha desaparecido o, al menos, no hay constancia de que llegue a la mayoría de las bibliotecas públicas de Canarias; a pesar de que se indique que la revista en cuestión también es de acceso gratuito a través de Internet, lo cierto es que se ha seguido imprimiendo en papel (al menos hasta el 2017), pero con una distribución “fantasma”. Tampoco con esto se soluciona nada porque no solo se trata de la ausencia o no de este tipo documentos, sino que no hay una interrelación directa entre los fines pretendidos con esa efeméride y el apoyo del Gobierno hacia los espacios bibliotecarios para que contribuyan a su difusión de manera unísona.

En ese océano, el único salvavidas es la profesionalidad de quienes están al frente de dichos centros, que han suplido ese hándicap a base de iniciativa. Ellos han diseñado distintas programaciones y actividades centradas en el personaje en cuestión, demostrando así su preocupación para que el Día de las Letras Canarias tenga el reconocimiento social que se merece y para evidenciar que este tipo de instituciones trabajan aunadas con la ciudadanía. Por eso tienen otro rol muy distinto al de los políticos y los gestores de despacho, acostumbrados a una estructura piramidal de mando y de toma de decisiones. Al final, aquellas son las que han impulsado ese Día, pero lo han hecho solas, movidas por su interés innato de crear cultura y con la impresión de que actúan de manera aislada, tal y como funciona todo en nuestra realidad insular.

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