La portada de mañana
Acceder
El Gobierno da por imposible pactar la acogida de menores migrantes con el PP
Borrell: “Israel es dependiente de EEUU y otros, sin ellos no podría hacer lo que hace”
Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs
Sobre este blog

Espacio de opinión de Canarias Ahora

El click por Octavio Hernández

0

Hay una escena en The Patriot que refleja bien el espíritu emprendedor de la rebeldía: Mel Gibson, el patriota, espera en el hall a Cornwallis y examina con detenimiento una mecedora como la que ha intentado hacer sin éxito. El esquema del cine norteamericano es sencillo: lo colectivo siempre es la personificación del malo (colectivismo, socialismo, intervencionismo fiscal o legal, etc.), que con su afán homogeneizador quiere someter al individuo, personificación del héroe (el empresario, el capitalista, el libre mercader, etc.). Con este sencillo nudo se descodifican casi todas las tramas norteamericanas de valientes y patriotas, instalando en el espectador confiado la permanente sospecha hacia el interés general y desarrollando la ideología del antiestatismo neoliberal, que se basa en eliminar del Estado burgués cualquier condicionamiento social, por vía legal, de la explotación capitalista. En este cuadro el comunista alcanza realmente la condición de auténtico extraterrestre, basta un vistazo a la filmografía para darse cuenta de que cualquier colectividad alienígena invasora firma su sentencia cuando toca la fibra sensible del individualismo, investido con mensajes de libertad y organizado en un ejército irregular, es decir, una milicia anticolectivista que rechaza el igualitarismo extremo venido de más allá (Falling Skies, por ejemplo). En el cine made in USA, el revolucionario siempre ha de ser contrarrevolucionario, la revolución es involución disfrazada con todos los atributos de la rebeldía, y un actor como Benicio del Toro tiene que disculparse para que vuelvan a darle un papel después de dar vida a un argentino llamado Ernesto Guevara.

Digo todo esto porque nuestra sociedad (si digo proletariado me convierto automáticamente en E.T.), se halla ante un dilema. Podemos continuar extendiendo el sufrimiento individual resistente al virus de la acción colectiva y perder más el tiempo en la historia del régimen constitucional de 1978 y sus dos apéndices PSOE y PP. O podemos fundirnos en multitudes y sobrepasarlo, dando un final al sistema político que nos hace sufrir. Un país que maltrata a sus ciudadanos de la manera que hace España no merece existir, un Estado que actúa para arruinar masivamente a los trabajadores, desarmarlos legalmente y derrotarlos moralmente como se hace aquí pide a gritos ser derrocado. Puedes continuar callado, arrastrándote, humillándote, pensando en ser más listo que los del sindicato, y protagonizar junto a millones una saga crepuscular sin amanecer a la vista, donde lo único seguro es que al final ganarán los lobos aliados con los vampiros. Puedes esperar que vengan volando los pollos asados a tu boca y que podrás comértelos sentado sin que alguien dé un tajo. Acabarás muerto de hambre y tirado por el suelo. O puedes dejar de pasear en huelgas y manifestaciones como si, en el fondo, no fuera contigo y les estuvieras haciendo un favor a los demás manifestantes, puedes dejar de procesionar como un borrego detrás de algún santo que ha negociado con Merkel y con el Gobierno conducirte a ti y al resto hacia un objetivo inofensivo, como el referéndum, en lugar de unas potencialmente desestabilizantes elecciones anticipadas donde podría avanzar la III República extraterrestre como en abril de 1931. Puedes levantarte sobre tus rodillas y ponerte de pie, y caminar pausadamente pero sin un paso atrás.

Hace tiempo me preguntaba cuál fue el click de 1931, cómo en el clima opresivo de la dictablanda, el proletariado pudo desenvolver su fuerza revolucionaria y derrocar la monarquía. Esta pregunta tiene sentido, porque atisbar ese “cambio de fase”, el momento en que la ruptura se encamina de forma inexorable, nos permitiría trazar la trayectoria de los acontecimientos. La respuesta me ha venido a la vista del movimiento “Ocupa el Congreso” en Madrid, que pide nada menos que un proceso constituyente, es decir, marca el principio del fin de la Constitución de 1978 igual que las elecciones catalanas conducen a la dimisión de Rubalcaba, apartado como un juguete roto triturado por el papel ultra-archi-miserable de su partido vendeobreros (que Toxo y Méndez tomen nota, son los próximos). Viendo esas vallas custodiadas por policías cuando no están de huelga y las acciones violentas de los secretas infiltrados o el lumpen, me doy cuenta, por fin, de que la respuesta está ahí delante. Seguir caminando. Un Estado cae cuando la gente sigue sin detenerse en la barrera policial, cuando miles atraviesan el cordón represivo, evitándolo, porque no es el objetivo, cuando pierden el miedo y, aunque no sepan cómo será el futuro, están decididos a abandonar el presente. No hay una razón capaz de convencer y poner de acuerdo a todas esas individualidades, cada una tiene sus razones, pero el hecho es que siguen caminando y no se puede detener una ola con las manos. La caída de un régimen no se decide en los enfrentamientos con la policía, en el vandalismo de la rabia desatada, sino cuando la multitud se sobrepone a todo eso y lo traspasa hasta alcanzar el umbral del poder que está detrás de las líneas. Así es como el proletariado decidirá nuestro futuro en Madrid y Barcelona.

Sobre este blog

Espacio de opinión de Canarias Ahora

Etiquetas
stats