Espacio de opinión de Canarias Ahora
Comunicación y realidad
Dicho esto, convendría ahora tener presente que no todo lo que se intenta comunicar ha de existir en la realidad. Y eso es particularmente cierto en el mundo de los políticos, que como es bien conocido y reconocido suele estar bastante alejado de nuestros afanes cotidianos. Ellos dicen querer transformar el mundo del mañana, nosotros sobrevivir al hoy. Dos ejemplos para ilustrar esta afirmación. El primero de falta de realidad, cuando hace unos días el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Felipe Pérez Roque, aseguró durante su visita oficial a Madrid que ni hablar de liberar presos políticos porque “en mi país no hay nadie preso por pensar distinto”. ¡Vaya por Dios! Igualito que en tiempos de Franco, cuando en las cárceles sólo había delincuentes que habían violado las leyes del estado, el castrista aún hoy y el franquista ayer. ¿Qué dirá Moratinos ahora de la ley de Memoria Histórica si acepta las tesis de sus amigos caribeños, los continentales y los insulares? ¿Qué ministro lo rectificará? Un segundo ejemplo de la realidad Alicia es la generosidad comunicativa sin par demostrada por Zapatero al enseñarles a los europeos el camino para salir de la crisis, a pesar de no haber sido invitado ni a café cuando se reunieron algunos mandamases para hablar de sus cosas, dos de ellos muertos de envidia viene al caso recordar. En resumen: se comunica lo que no existe.
A mi entender, lo importante de la comunicación es que pueda producirse en ambos sentidos y que los interlocutores intercambien sus puntos de vista u opiniones. Por esto traigo ahora a colación un tercer ejemplo, escandalosamente elocuente, de lo que es la farsa diaria de los políticos en lo que ellos, pomposa y solemnemente, denominan “Parlamento, templo de la democracia”. Es sólo una parte del inolvidable discurso de Pedro Lezcano al ser nombrado Doctor Honoris Causa por la ULPGC: “El Parlamento, la cámara más baja de la democracia. Durante el cuatrienio de la legislatura jamás desde la tribuna puede ver a ninguno de los sesenta diputados convencer a otro miembro de la cámara con sus argumentos. Ni un solo orador hizo variar jamás los criterios fijados de antemano por el clan dirigente”.
Como para este pecado de falsedad política no parece existir deseo de contrición, viene a cuento el último caso conocido de aplicación de la mordaza parlamentaria que se tuvo el pasado día 14 de octubre en el Parlamento de España. Dos diputados murcianos del PP serán sancionados con 300 euros cada uno por oponerse a lo que les ordenaba pensar y votar el portavoz de su grupo. Y lo más penoso del asunto es que su propio reglamento interno lo establece así, institucionalizando sin anestesia el liberticidio de conciencia. Si fueran coherentes con su propia filosofía, sólo asistían a las sesiones los portavoces y cada uno tendría tantos votos como escaños su grupo. Un buen ahorro en tiempos de crisis, si estuvieran dispuestos a renunciar a sabrosas dietas. Pero, otra vez más, se prefiere la ficción, la apariencia de democracia y el espectáculo a la realidad. ¿Es el Parlamento un lugar de comunicación e intercambio de ideas para que nuestros representantes intenten acordar acciones tendentes a lograr el mayor bien común posible entre todos ellos o es, simple y llanamente, un zoco de (sus) intereses?
Pero la comunicación tiene también sus reglas, sus etapas y sus ritmos. El segundo mandamiento en importancia tal vez sea aceptar que “lo primero es comunicarse, lo segundo, comunicarse bien”, y en ese orden. Si aplicaran este principio, otro gallo les cantaría a tantos que no se atreven a expresarse en público por temor a no hacerlo de forma correcta, que ellos suelen identificar inadecuadamente con hablar de forma culta o gramaticalmente impecable. ¿Cuántos de nosotros no nos hemos atrevido a expresarnos en inglés, pongo por caso, por miedo o vergüenza a que alguien se pudieran reír por no hacerlo correctamente, como un nativo? ¿Avergonzaríamos nosotros a un turista que intentara expresarse en español, aunque cometiera errores gramaticales o sintácticos? ¿Cuántas veces nos hemos quedado en silencio, por vergüenza, sin atrevernos a preguntar aquello que nos interesaba por no interrogar en público a un conferenciante, profesor, médico, etc.? Como dice el profesor de oratoria Ángel Lafuente, ¿para qué queremos la libertad si ante un pequeño grupo de personas somos incapaces de expresar en público nuestra propia opinión?
Al escribir estas líneas, más desde la utopía que del razonamiento pragmático, de verdad les digo, he sido consciente que mis pensamientos, ilusiones y esperanzas viven en otro lugar, en la isla de San Borondón, como dice el antetítulo de esta columna. ¡Dito sea Dios!
José Fco. Fernández Belda
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