Espacio de opinión de Canarias Ahora
De coños y pollas
“Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto Vincenzo Galileo, de Florencia, de setenta años de edad, presente ante este Tribunal y de rodillas ante Ustedes, los Eminentísimos y Reverendísimos Cardenales, Inquisidores Generales de la República Universal Cristiana contra la depravación herética, teniendo ante mí los Sagrados Evangelios, que toco con mis propias manos, juro que siempre he creído y, con la ayuda de Dios, creeré en lo futuro, todos los artículos que la Sagrada Iglesia Católica y Apostólica de Roma sostiene, enseña y predica”. Así comienza la abjuración de Galileo de la teoría heliocéntrica, que hasta ese entonces había defendido. “Y sin embargo, se mueve”, dijo, según la leyenda, tras pronunciarla. Un hombre que señaló la luz y fue obligado a bajar el brazo, darse la vuelta y continuar mirando hacia la sombra. Esa de la que ningún ojo debe escapar. No existe tal luz, Galileo. Platón ya le había llamado ingenuo dos mil años atrás.
En cualquier momento de la historia encontraremos una verdad establecida y una lucha contra ella más o menos visible y más o menos reprimida. La actual coyuntura resulta difícil de definir. Tenemos una izquierda que nunca dejó de ser una hidra de muchas cabezas demasiado ocupadas en morderse entre ellas para prestar atención a la espada que que pende, y que amenaza con caer en el mismo momento en que la sociedad toma su asiento en el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, condena a un artista por depravación herética y le obliga a disculparse. “Respeto”, es lo que pide la Santa Iglesia a una fiesta pagana y un colectivo al que nunca brindó sino desprecio, quizá echando de menos tiempos dorados en que una hoguera permitía resolver este tipo de entuertos, pero con la misma arrogancia de quien sabe que aquellos tiempos de gran poder y calado hoy continúan en una España profunda que nunca dejó de estar en la superficie.
Una condena social a un artista hereje y un autobús tránsfobo, que decide contar a los niños quiénes son según lo que les cuelga o no, nos recuerdan dónde estamos y qué sociedad tenemos. La izquierda debe tener presente cuál es aún la sociedad que pretende conquistar si quiere evitar ser decapitada. Y para ello debe fijarse en Damocles. Como a Damocles, a la izquierda se le ha permitido sentarse. Como a Damocles, a la izquierda se le ha permitido disfrutar del banquete. Y como a Damocles, a la izquierda se le ha colgado una espada sobre la cabeza. Una espada que estuvo guardada durante cuarenta años, y a la que hubo de limpiar la sangre seca color rojo, amarillento y morado. Nunca debe olvidar que es invitada aborrecida en un país que, en realidad, nunca ganó.
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