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¡Si yo lo digo, es así!

Eduardo Serradilla / Eduardo Serradilla

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Igualmente tampoco nos hubiéramos enterado de la necesidad de cuidar “nuestras pérdidas de aceite”, por aquello de el qué dirán, ni de tener cuidado con los libros que se leen, no vaya a ser que nos llenen la cabeza de “ideas sediciosas y revolucionarias”.

Es más, sin ellos, no nos hubiéramos enterado que son los padres, no el bono y/ o abono, el que nos paga los viajes, cada vez que nos subimos a una guagua, un tranvía ?caso de Santa Cruz de Tenerife- o de un metro, en las ciudades españolas que disponen de este servicio de transporte PÚBLICO, tal y como es el caso de la ciudad de Madrid, capital, villa y corte de nuestra nación.

El caso es que todo viene a colación, dado que, hace unos días, un preclaro consejero de dicha comunidad autónoma desveló un secreto que había permanecido oculto los últimos trece años y que parecía que iba a continuar igualmente oculto por otra década. El preclaro, adusto e inteligente político tiró de la manta y dijo que “El Metrobus no existe y quien diga lo contrario es un ignorante que no ha hecho sus deberes como debiera”. Añadan a estas líneas un tono altanero, propio de una verbena de barrio madrileño y la composición de lugar estará completa.

Para aquellos que no estén familiarizados con el palabro en cuestión les aclararé que, hasta que el preclaro político nos desveló el secreto -a imagen y semejanza de WikiLeaks- el Metrobus costaba 9,30 euros y con el se podían realizar hasta diez viajes sencillos, tanto en autobús como en metro. Desde su implantación, hace trece años, ya no fue necesario tener que utilizar dos billetes distintos, según fuera el medio de transporte que se quisiera utilizar.

Lo paradójico del caso es que, el mismo político que negó ayer su existencia, fue el mismo que subió el precio del Metrobus, a comienzos del presente año 2011 con lo que, ahora uno se pregunta ¿qué fue, realmente, lo que subió de precio? ¿Y a dónde se ha ido el dinero de la subida, si el Metrobus no existe?

No pasa un día sin que uno de estos documentados impresentables nos demuestre con su chulería, su prepotencia y su mala educación, el absoluto desprecio que tienen para con la ciudadanía -los votantes, para entendernos-, los cuales que los cargos electos viven en un mundo absolutamente alejado de la realidad cotidiana.

Encima, parece que la disciplina de partido prima ante el más mínimo sentido común, a tenor de las reacciones de los compañeros de partido de estos individuos, a los cuales le ríen sus gracias como si de monos de feria se trataran. Ignoro si después de la sandez les tiran o no cacahuetes, aunque, si no lo hacen, me parece una falta de respeto para el primate...perdón, para el político ocurrente y locuaz.

Al final, lo que cuenta es mantenerse en el cargo y si, para eso, hay que negar lo que es público y notorio, pues nada, se hace. Luego siempre queda la posibilidad de mostrar un fariseico arrepentimiento por el desliz y, a “a vivir que son tres días y dos están nublados”.

Tras abandonar el escaño, despacho o dependencia oficial y entrar en el calor del coche oficial, poco importa si el Metrobus existe o no. Su existencia es algo demasiado mundano como para quitarle el sueño a quienes se olvidan, con demasiada frecuencia, que ostentan un cargo para servir a los demás y no para mofarse de ellos, con premeditación, alevosía y cuadrilla, pues no suelen actuar solos.

Por suerte no hay que sumar la nocturnidad, porque, con lo caras que se pagan las horas nocturnas, ni me quiero imaginar lo que nos costarían las cancaburradas de muchos de estos individuos.

Ah, y si encuentran indicios de la existencia del Metrobus, en cualquier páramo desierto, por favor llamen al museo arqueológico nacional para que se hagan cargo del hallazgo. Tras tanto tiempo engañados, bueno sería descubrir la verdad que se esconde detrás de este enigma. Y es que, tal y como decía Fox Mulder “la verdad está ahí fuera, sólo hay que saber dónde buscar.”

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