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El felino pasajero

José H. Chela / José H. Chela

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Sin embargo, si lo que se pierde es un gato, un elegante y ronroneante gato?

Un juzgado de lo mercantil de Barcelona ha condenado a Iberia a abonar 711 euros a la propietaria de un minino, tipo Garfield, o sea, rubito y gordezuelo, con aspecto de picarón, porque la felina mascota, embarcada en El Prat, rumbo a Ibiza, desapareció a la llegada del aeropuerto insular. Llegó la jaula, pero no el animalejo que, seguramente, salió de su encierro en la terminal y prefirió buscarse la vida en una isla famosa por su ambiente y sempiterno jolgorio. La propietaria dio otra versión: estaba muy unida al gato, que se llama Pancho, y reclamaba a la aerolínea 6.000 euros por daños morales y los gastos de varios viajes efectuados infructuosamente para dar con el paradero de la bestezuela. Iberia, por su parte, pretendía ?lo que también puede considerarse vergonzosamente mezquino- pagar simplemente el peso del gato: a ochenta céntimos el kilo. Una miseria, oigan: más barato que la carne de machorra. Y tampoco era plan. El juez, en realidad, fijó la indemnización en quinientos euros (el resto que percibe la demandante se refiere a otros conceptos). Dice el magistrado en la sentencia que esa cantidad parece razonable, puesto que entre Pancho y su ama, Cristina Guasch, no podía deducirse un vínculo especial, ya que la relación se remitía a sólo un par de años.

Esa es la historia que hoy les traigo a esta intrascendente columnilla y que encierra, pese a su liviano contenido, una enseñanza y una hipótesis. La enseñanza es que, en vista de que la sentencia crea jurisprudencia, sale mucho más rentable viajar con bichos que con maletas (por si se pierden). La hipótesis, que no hay quien me la quite de la cabeza, es que Pancho estaba hasta sus sensitivos bigotes de doña Cristina y aprovechó el viaje para escapar de la asfixia hogareña en pos de la aventura. Todos salieron ganando.

José H. Chela

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