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¿Hipocresía social y política? por Roberto Rodríguez Hamat

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Sin embargo, desde afuera ?los profesores sí lo saben? pocos han detectado que en esta nueva etapa, el trabajo en las aulas de los centros públicos estatales ?y digo “estatales” para diferenciarles, porque son diferentes, de los “concertados”? es mucho más difícil de lo que ha sido nunca. No es igual trabajar con un grupo de niños seleccionados por su nivel académico y por su buena conducta, que trabajar con el cien por cien de los niños de un país, lo cual supone trabajar con el cien por cien de los niños más problemáticos. Y en estas circunstancias, la mayor parte de nuestros profesores ha aceptado el reto de la integración, aumentando su esfuerzo con gran generosidad. Saben que no es posible volver a la segregación. Saben que no tiene sentido volver a establecer grupos para los alumnos de rendimiento mediano y grupos para los desahuciados del sistema. Saben que nuestra sociedad ya no admitiría nuevos guetos.

Y atender a toda la población infantil, sin exclusiones, supone meter de golpe en nuestras escuelas todos los problemas sociales y psicológicos de todos nuestros niños, en una labor sin precedentes. Nunca lo habíamos intentado antes. No tenemos procedimientos para tratar con los niños más problemáticos porque lo que hacíamos con ellos hasta hace poco era expulsarlos. Ahora tenemos en nuestros centros a todos los niños que se drogan; a todos los niños que soportan palizas de sus padres; a todos los niños que han aprendido la agresividad de unos padres alcoholizados o con síndrome de abstinencia; a todos los niños que nunca han tenido afecto, ni unos padres a los que poder imitar; a todos los niños que no han aprendido las normas de convivencia social, o peor aún, han aprendido las normas de la agresividad como reacción a la exclusión; a todos los niños cuyos padres malviven como inmigrantes, en condiciones infrahumanas y soportando humillaciones cotidianas; a todos los niños cuyos padres están en la cárcel y sobreviven al cuidado de un familiar; a todos los niños ?más de los que pensamos en nuestra sociedad opulenta? que aún pasan hambre y frío; a todos los niños que sufren ?siempre son los más débiles?, la agresividad de unos padres hundidos por el paro, por la marginación, por la exclusión en una sociedad que ha hecho de los recortes de plantilla un mecanismo habitual para aumentar los beneficios. Todos estos niños están en una escuela. Todos ellos están al cuidado de un maestro o de una maestra a los que no han preparado para actuar como asistentes sociales, pero a los que se les exige porcentajes de éxito, sin tener en cuenta que deben solucionar primero esos problemas previos que bloquean la capacidad de aprender sin los medios ni la comprensión de quien debe facilitárselos.

En frente (y a veces, demasiadas, realizando comparaciones que no admiten comparación), la escuela privada y la escuela “pública-concertada”. Pero todos sabemos ?no nos engañemos? que una buena parte de la enseñanza privada se caracteriza todavía, en España, por un fuerte componente ideológico ?religioso o no? y una vocación clasista que se traduce en mantener a distancia a los alumnos más “problemáticos”, lo cual casa mal con el interés público, cuando no se opone abiertamente a él.

En este panorama, el esfuerzo que la sociedad está pidiendo a nuestros profesores en esta nueva etapa es enorme, y debería ser valorado no sólo con un mayor reconocimiento social, sino ofreciéndoles también mejores condiciones de trabajo para hacer frente a una situación de enseñanza que es ahora mucho más compleja y difícil.

En este marco, quienes deberían acudir en defensa de una educación pública de calidad, imposible de conseguir al margen del profesorado, y a los que no se les ha escuchado ni la más mínima crítica, o lo ha sido con la boca pequeña, al sistema educativo de turno ?sistemas, para ser más precisos? que se impone de arriba-abajo sin contar para nada con los protagonistas de su conducción, los profesores, optan por la opción populachera, y lo que hacen es cargar contra ellos, deteriorando más, si cabe, una imagen que, como antaño, debería tener la mayor de las consideraciones sociales, ya que son ellos los responsables de conducir el futuro de nuestras generaciones más jóvenes, y, por ende, el de nuestra propia sociedad, pese a quien le pese. Hacemos recaer en ellos toda la responsabilidad del fracaso, cuando en realidad soportan la carga más pesada sin el apoyo ni el reconocimiento de la sociedad a la que sirven. Echamos más carga sobre sus hombros y, cuando empiezan a flaquear, y reclaman ese reconocimiento y ese apoyo que precisan para sacar adelante a nuestros niños y niñas, cuando reclaman lo que por derecho les pertenece, les señalamos con el dedo como los culpables de todos los males de un sistema que les fue impuesto con nocturnidad y alevosía, y que se modifica a capricho de las veleidades y doctrinas del partido de turno, sin tener en cuenta, reitero, que son ellos los que deben aplicarlo. Así, cada uno en su sitio. ¡Qué fácil! ¡Qué incongruencia! ¡Y qué hipocresía!

* Concejal de Medio Ambiente del Iltre. Ayuntamiento de Santa Lucía y director del C.E.I.P. EL Cardón (Vecindario)

Roberto Rodríguez Hamat*

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