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La Iglesia necesita un milagro… y nosotros más aún

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Me ha costado mucho escribir este artículo porque no quiero parecer irrespetuosa con las personas que confían y creen en la iglesia católica, pero han sido tantos los acontecimientos que la han tenido como protagonista durante las últimas semanas y meses que, verdaderamente, no puedo permanecer callada más tiempo teniendo la posibilidad de escribir esta columna en la que hago públicas mis reflexiones.

Para aquellos que me leen y lo desconocen, soy lagunera, de hecho, soy profundamente lagunera. Eso implica que, de forma casi natural, tengo una vinculación directa y constante con la Iglesia y con todo lo que ella representa, sirva como ejemplo de ello que soy del barrio de San Juan, mi hermana vive en San Benito y mi madre en San Agustín.

Toda mi vida he estado rodeada de ermitas, iglesias, el Obispado, conventos y una gran catedral a donde incluso iba a dar una vuelta cuando estaba en casa de mi abuela y no tenía otra cosa que hacer.

La Semana Santa, el Cristo de La Laguna, Sor María de Jesús, el Corpus Christi son fechas e imágenes grabadas a fuego para cualquier lagunero y en todas ellas siempre está la Iglesia omnipresente.

Historias de curas que se relacionaban inadecuadamente con niños y niñas he escuchado toda mi vida y siempre en forma de tabú. Nadie las cuenta con claridad, pero se saben. Hay generaciones enteras traumatizadas por cuartos oscuros.

Que la iglesia es propietaria de la mitad del municipio debido a lo que mucha gente le dejó en sus herencias, más lo que ha ido inmatriculando, también es un secreto a voces. 

Que muchas de esas propiedades están vacías, sucias, abandonadas y sin ningún uso más allá de la especulación urbanística, también lo sabe mucha gente. No hay más que ver la casa del Padre Anchieta, una casona de dos plantas, céntrica y lugar del nacimiento de un recordado cristiano santificado por el mismísimo Papa y que ha rescatado del olvido el ayuntamiento para destinarlo a hogar de emergencia para familias en situación de necesidad. O, dicho de otra manera, un Ayuntamiento donde gobierna toda la gama posible de la izquierda es quien hace exactamente lo que haría el Padre Anchieta con su casa poniéndola a disposición de quien nada tiene, mientras que la Iglesia y los sucesivos gobiernos de centro derecha la habían mantenido cerrada a cal y canto dejando que rozara la situación de ruina.

Pero lo que no deja de sorprender a propios y a extraños es cómo la propia Iglesia es la que más incumple lo que obliga a hacer a los demás bajo la amenaza de la condenación eterna.

Quien no tiene una familia por decisión propia es justamente quien domingo tras domingo dice a los demás cómo deben ser las familias, quién las compone y cómo deben actuar.

La persona que supuestamente no conoce más amor que el que siente por Cristo es el que dice qué amores entre humanos son buenos y cuáles malos, y condena sin pudor cualquier forma de amar que no sea la de un hombre y una mujer unidos por el matrimonio. 

Dedican horas a hablar de procreación, paternidad y maternidad, aunque ellos tienen la obligación de ser castos y, por supuesto, de no tener hijos; pero es que dedican más horas aún a hablar sobre la condena para el alma que son el divorcio y el aborto.

Pero nunca, repito, nunca, nadie ha escuchado a un cura ni en misa (ni fuera de ella) hablar sobre el pecado y la condena moral y divina que tienen actos como el abuso sexual, las violaciones, la discriminación y mucho menos aún la pedofilia.

Los que aseguran que el buen cristianismo se basa en la misericordia, la generosidad, compartir con el que nada tiene y mantienen como pecado capital la avaricia son luego los que tienen su propia banca, los que piden dinero para reconstruir una iglesia quemada pero lo destinan a otro edificio con el que ahora especulan debido a la falta de plazas sociosanitarias para personas mayores, pero como eso todavía les es poco, pues se quedan con inmuebles que no son suyos, no pagan el IBI, tienen su propia casilla en la Renta, son capaces de plantarle una cesta por delante de la cara a una persona que llora desconsoladamente en un funeral para que eche unas monedas, cobran por entrar en la casa de Dios y todo ello manteniendo a buen recaudo el mayor patrimonio que existe en oro, joyas y piedras preciosas del mundo. Y eso sin contar las obras de arte.

Ahora resulta que la Conferencia Episcopal se niega a investigar los centenares de casos de abusos que ha podido acreditar el diario El País, y va en contra de las propias recomendaciones de transparencia del Vaticano, por lo que será el Congreso de los Diputados el que se pondrá manos a la obra a través de una comisión. 

En ese contexto, en Canarias tenemos a un obispo que, probablemente porque es lo que estudió en el seminario, porque es lo que ha mantenido siempre la iglesia hasta la llegada del Papa Francisco y porque es lo que él mismo piensa, identifica el amor entre dos personas del mismo sexo como un motivo claro para arder eternamente en el infierno, y no voy a hacer leña del árbol caído recordando otras ideas que sabemos que también tiene sobre los menores.

Por otra parte, al padre Báez, de Gran Canaria, supuestamente lo relevaron después de venir a echarle la culpa a la madre de Anna y Olivia del asesinato de sus hijas por haberse separado y no haber tenido paciencia con un hombre que la maltrataba, aunque en petit comité sigue diciendo cosas similares y ya las decía mucho antes de este tristísimo caso de violencia vicaria.

Y mientras tanto, las mujeres para la iglesia solo estamos para ir a misa, dar dinero, dedicarle gratuitamente nuestro tiempo libre y hacer obras de caridad, pero, eso sí, que no se nos ocurra profesar nuestra fe de igual manera que a los hombres.

Nosotras, con el rosario y al confesionario y ellos, a los suyo.

Los curas henchidos de orgullo recorriendo las calles, yendo a actos y en todas las salsas. Las monjas encerradas, siempre en grupito y nada de relacionarse, que lo suyo es rezar.

Ellos a dar misa, ellas no pueden.

Ellos, a jubilarse y a ser atendidos por monjas que parece ser que tienen mejor mano con los viejitos, aunque no tienen ninguna preparación para ello. Las monjas, a levantarse al amanecer para trabajar y rezar hasta que les quede un hálito de vida sin que nadie las atienda. 

Ellos, a dar culto al Cristo de La Laguna, ellas no pueden. Se ve que el Cristo dejó dicho que sus adoradores solo podían pertenecer a un club privado masculino porque si no, no se entiende qué problema hay en que hombres y mujeres creyentes recen juntos delante del mismo Dios.

Y así estamos, a la espera de un milagro que devuelva la cordura ante tanta desigualdad, perversidad, dogmas inventados e hipocresía. 

Francisco fue un terremoto que lo movió todo y que abrió las ventanas de la Iglesia para que entrara aire fresco, pero su efecto (si es que lo hubo) parece haber desaparecido, aunque en realidad yo creo que, visto lo visto, de esa corriente de aire y de pensamiento a España no llegó ni una brizna, y a Canarias ni un soplido.

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