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El mango de la sartén

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En el contexto de los mercados de bienes, el denominado “lado corto del mercado” se refiere a una situación en la que la oferta o la demanda condiciona los intercambios. Es decir, en otras palabras, si quiero veinte, pero solo hay diez, pues solo se intercambiarán diez, pero si quiero solo siete, pues al final se venderán solo siete, que ya el precio se ajustará. Si el producto son lechugas o neumáticos, el ejemplo es fácil de imaginar. Pero, si lo que se intercambian son servicios, tal vez tengamos que hacer un esfuerzo adicional. Y, si lo hacemos con personas que ofrecen su tiempo para trabajar en una empresa, es el más difícil todavía. No obstante, como reflexión puede que esto sea lo que está ocurriendo en el propio mercado de trabajo porque de lo contrario no se puede explicar cómo hay puestos de trabajo sin cubrir con una tasa de paro de dos dígitos.

Llegados a este punto, podemos utilizar el concepto marxista de “ejército de reserva”. Hasta hace relativamente pronto, en las relaciones laborales hay personas que están desempleadas o subempleadas de manera crónica debido a las fluctuaciones del mercado. Estas constituyen una reserva de mano de obra disponible que puede ser empleada cuando sea necesaria por parte de la estructura productiva, pudiendo ser utilizada dicha brecha para mantener un nivel de desempleo como una forma de mantener los salarios ajustados, a la vez que aumentar la competencia por conseguir un puesto de trabajo. En definitiva, se trata de establecer un cierto mecanismo de disciplina laboral, ya que mantiene la presión sobre los salarios al proporcionar a la empresa un suministro abundante de mano de obra dispuesta a trabajar, pudiendo significar que la población activa compite, no solo con el resto de las plantillas que ya están ocupadas, sino por aquel colectivo que está dispuesto a trabajar más a cambio de menos. Pero, ya sea por el denominado carpe diem del año 2020 o por otra razón más científica, lo cierto es que las tornas han cambiado y las personas ya no luchan de forma encarnizada por un puesto de trabajo, sino que ponen sobre la mesa condiciones que cambien el concepto de vivir para trabajar por otro más humano como es el trabajar para vivir.

No podemos obviar en esta ecuación, que hay una parte de la sociedad que argumenta que la vagancia ha hecho acto de aparición porque existe un sistema de prestaciones sociales lo suficientemente amplio y potente junto a una economía sumergida complicada de aflorar que logra desincentivar que se doble el lomo durante varias horas al día. Aunque hay otra parte que piensa que la esclavitud ha sido abolida desde hace mucho tiempo y que ya basta que se engorden determinados bolsillos a cambio del sudor ajeno. A ambas visiones hay que añadir que también hay que asumir que existen limitaciones formativas que no permiten acceder a determinados puestos de trabajo, no teniendo los suficientes incentivos como para poder adquirir el concepto del aprendizaje a lo largo de toda una vida. Por esa razón, en el equilibrio están las razones explicativas, de manera que tengamos que formar a las personas y hacer que las condiciones laborales se concilien con sus vidas para que las dignidades estén completamente respetadas junto con una imprescindible compatibilización de las coberturas sociales con los contratos de trabajo. De lo contrario seguiremos en una sociedad dividida en donde una parte piensa que hay que estar todo el día agradeciendo la posibilidad de poder trabajar en una empresa, respecto a otra que asume que, sin el esfuerzo de cada una de las horas trabajadas, el resultado es invisible por mucho medio de producción que se tenga. Y, hasta que ambas partes no se reúnan y concierten, perdemos como sociedad.

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