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Cuando tu mundo desaparece en un minuto por José L. Mas Balbuena

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Intenté contactar con mis compañeros y amigos que dejé allá. La primera en responder fue K.:

-Estamos todos bien, amigos incluidos- me dijo.

Después fue llegando el resto, y con ellos los detalles. Pese a estar en una zona muy castigada por el terremoto, el laboratorio había aguantado, aunque la mitad del material salió volando por la ventana en los pisos altos. Para tener noticias de ellos (tarde, el domingo, supuse que las comunicaciones habrían fallado), admito que me aproveché de su buena educación: sabía que les es imposible, en mitad del caos, por patas arriba que esté todo, no dedicar un momento a mandar un correo a un conocido que se interesa por ellos. De la gente del laboratorio marino, junto al mar, claro, aún no tengo noticias. No sé que les habrá pasado

A estas horas todavía ignoro que le sucedió S. Que vivía en Tokyo la última vez que mantuvimos contacto, y allí, en mis tiempos, cuando la gente lo vale, intentaban mantener la costumbre de la estabilidad laboral (aunque hay resistencia, de los de siempre). ¡Qué cosas“. En Japón, eso lo consideran una inversión. Supongo que este amigo debía seguir en el mismo puesto cuando llegó el 11/03/2011. En Tokyo no se han llevado la peor parte, al menos por lo que se refiere al terremoto y el tsunami.

Hace ya pocos de años que estuve allí, y no sé si antes del desastre (“los” desastres) las cosas habrán cambiado mucho. Probablemente, si volviera no reconocería el país. Me intento imaginar, y me cuesta trabajo, cómo debe ser que el mundo tal como lo entiendes desaparezca en un minuto. Y después sigo y me intento poner en la situación de quien ya proyecta dedicar parte del inminente fin de semana a una afición que se toma tan en serio como su trabajo, y que ve que algo tan normal como un terremoto (entre comillas lo de normal) esta vez va en serio. Es distinto, más fuerte, más intenso, y supongo que más largo. Y que cuando te levantas del suelo tu mundo ya no es el mismo.

Van llegando las noticias. Al principio, un goteo; después una vomitona de información; muchas veces, vueltas de tuerca a lo mismo. Eso sí, con imágenes. Y vídeos. Ha habido quien se ha quejado de que para ser un país de tecnología tan avanzada, los vídeos tenían poca resolución. Supongo que la próxima vez (la habrá, allí o en otro sitio donde espero que no tengan nucleares) pedirán más capacidad de predicción a los sismólogos, para comprar entradas y verlo en directo desde el aire.

-“Piloto, baje un poco, que no le consigo grabar la cara a ese que se ahoga”

No se me ocurre una maldición peor para un pueblo tan pudoroso en lo que a la muerte se refiere.

Es curioso, pero quizás porque ya no veo la tele, me pregunto cómo será la televisión nipona estos días. La recuerdo como la pintaban (con bastante precisión, desde mi punto de vista) en “Lost in translation”: colorida, chillona, histriónica, algo así como un programa de Valerio Lazarov de horas y horas. En definitiva, karaokes y alcohol aparte, justo lo contrario del comportamiento habitual de la gente. Al menos en el centro del país, que me resultaba bastante flemático: afable, correcto, educado, solícito... y distante. Llama la atención el contraste con el Norte, donde era tan fácil que un japonés te abriera las puertas de casa. Ni mejor ni peor, simplemente otra cosa.

Lo que ya no me llama tanto la atención, hasta que empiezo a comparar, es lo del civismo que leo en algún periódico. Lo de que la escasez no provoque subida automática de precios de todo. Lo de organizar colas, no embudos. Lo de ayudar, no estorbar. Lo de organizarse, no vociferar que yo voy primero, que llevo seis horas en este atasco y que usted no sabe con quién está hablando. Civismo, vaya. Son 120 millones de personas, acostumbradas a vivir en relativamente poco espacio y que como modo de sobrevivir han elegido respetar al de al lado. Ofreciéndose cuando hace falta, pero sin inmiscuirse. Para resumirlo, es del tipo de democracias en que el dueño de un establecimiento puede dejar una máquina expendedora de latas de café en la calle, por la noche, y tener la certeza de que al día siguiente estará allí, y la recaudación también. O donde una madre abronca a un niño por señalar a un occidental con barba diciendo “gaijin, gaijin” (llamándole guiri, vamos), porque es de mala educación.

Por el contrario sí cuadra el miedo. Ya no al terremoto, al tsunami y al futuro que éstos dejan, sino a lo nuclear. En primer lugar, por un pasado que está grabado a fuego en la memoria colectiva. ¡No se olvida tan fácilmente el holocausto de Hiroshima y Nagasaki! Nadie debería olvidarlo. Y en segundo lugar, porque, que yo recuerde, allí se desconfía de algunas de las compañías eléctricas (todas privadas) casi tanto como de lo público, que directamente les suele gustar poco. Por la falta de transparencia en episodios pasados, ya se sabe. Y porque allí, donde son tan escrupulosos con la predicción, donde se piensa a tan largo plazo, las predicciones han fallado.

Cuando empezó el jaleo de las nucleares (aún no estaba, ni mucho menos, en su estado actual), alguien me comentó que los resultados que se conocían de medida de isótopos radiactivos no eran preocupantes (medibles, sí, pero es que son MUY buenos midiendo). Pero que cruzara los dedos, que la cosa era gorda. Después empezaron a llegar datos interpretables. ¿Cs-134 y Cs-137? (Ups, fragmentos de fisión, el núcleo ya no está entero). ¿Trazas en Siberia? (¿de qué? Supongo que tritio y I-131)... El problema es que la información llega a través o de propagandistas a sueldo o de periodistas que no saben de qué están hablando (les dices que el suelo que pisan ya es radiactivo y saltan por la ventana. Si consiguiera hacer lo mismo con nuestros políticos me lo pasaría pipa). Por desgracia, pasarán meses hasta que nos enteremos de lo que ha pasado realmente, cuando empiecen a llegar datos serios. Pero esos ya no venderán periódicos

En fin, a esperar, y a desearles suerte. Si mientras tanto alguien quiere hacerse una idea de cómo son los japoneses, lo mejor es que se imagine las situaciones anteriores en este país, y que piense, después, justo en lo contrario.

*Doctor en Física. Profesor de la Universidad de Sevilla

José L. Mas Balbuena*

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