Obispo, tu dignidad es el silencio

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Bernardo, lo tuyo ya no va con corrección fraterna que supongo te habrán hecho llegar por parte de algún hermano que se ha percatado de que vas en sentido contrario a lo que la Iglesia en estos momentos predica.

Cuando el papa Francisco ha dejado claramente expuesta las grandes miserias que asolan al ser humano de nuestro tiempo, su preocupación no ha sido la orientación sexual de las personas; muy al contrario, todavía resuena aquel “quién soy yo para juzgar” y su verdadera batalla contra el mal tiene tres frentes abiertos que le han supuesto que le den la espalda muchos miembros de su propio dicasterio y algunas prelaturas a las que les interesa más lo material que lo pastoral. 

Francisco se ha pronunciado vehementemente contra el abuso sexual por parte del clero contra los menores en el seno del Iglesia; Francisco ha acentuado la explotación y los oprimidos del mundo, también sobre el capitalismo agresivo y voraz, sobre la usura y la rapiña y sobre el maltrato a la tierra que nos cobija y nos presta su calor.

Hay que ser ignaro o insensible para declarar sobre el pecado mortal y la homosexualidad, como si supieras quiénes están ya condenados empleando esa ciencia infusa que te trasmiten cuando te ponen la mano en la cabeza para que disciernes con claridad dónde está el verdadero pecado, que no es otro que la injusticia; porque la justicia es verdad y la verdad es que existe el marginado, el inmigrante, la viuda o el huérfano, en definitiva que los pobres son pobres y que mueren a miles en un mundo que les niega lo más básico: el pan.

Decir que el alcoholismo es un vicio, -hay que leer entre líneas, pues la hermenéutica es una de las ciencias más importantes en los estudios teológicos-, es aquí sí de ignorante, pues un problema como el alcohol que hace sufrir tanto al que lo padece como al núcleo al que pertenece y es una causa de mortalidad importante, está reconocida como enfermedad por la Organización Mundial de la Salud y en Canarias se abrió la primera residencia para tratar exclusivamente esta enfermedad, La casa Esperanza en Gran Canaria y lo hizo la Iglesia , como lo hace con otras adicciones,  sin ir más lejos, Yrichen en Telde, lugares donde las terapias son el pan nuestro de cada día para intentar salir de una enfermedad del que el afectado se encuentra impotente ante una sociedad que empuja hacia el margen a los elementos más vulnerables.

Por eso te digo que la dignidad de tu ministerio pasa por mantener un retiro en silencio, con peripatética incluida, paseando por ese hermoso claustro del obispado a ver si viene el paráclito a iluminarte. Tu dignidad pasa por pedir perdón a enfermos de adicciones y a los seres humanos que se aman de la manera que el amor se manifieste.

Hace muchos años en uno de esos paseos de discusión teológica, un sabio agustino de saco remendado me dijo a mis preguntas sobre este tema lo siguiente: “Ama et quod vis fac”, cuya traducción más empleada es “ama y haz lo que quieras”, frase del converso padre Agustín de Hipona que sabía de amor, porque si el amor, la justicia, preside todo lo que haces es imposible que estés en pecado, y menos mortal.

Si hay una sutura, una sola, que cosa a las diferentes religiones y pensamientos filosóficos humanistas y que es la base de toda confesión, es la compasión. Y no hay que ir tan lejos en el Levítico, o en el iracundo Pablo, para sacar conclusiones de un contexto ajeno al espíritu de nuestro tiempo. Hay que hilar muy fino para encontrar en las palabras del Maestro en los Evangelios algo que se aproxime ni por asomo a una condena de la homosexualidad, algo que por otra parte en las élites romanas estaba bien visto y este sí que es un contexto y no el del obispo, que parece que se apunta a los que le siegan la hierba bajo los pies a Francisco.

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