Espacio de opinión de Canarias Ahora
El 12 de octubre, los símbolos y el nacionalismo por Heriberto Dávila
En todos los estados modernos que se han construido, ha sido muy importante la elaboración intelectual que las élites han inventado sobre tradiciones y la creación, con creciente aceptación popular, de símbolos, ritos, y otros rasgos de la memoria colectiva.
Partiendo de esta base y de lo difícil que es teorizar sobre este tema, la comparativa del nacionalismo español con el francés o el estadounidense no deja lugar a dudas de una diferencia abismal en su origen. Mientras que éstos últimos nacen de un mito rupturista, donde básicamente la construcción de la nación se basa en que los de abajo, o sea los ciudadanos (burgueses y colonos) conforman la nación contra los dominadores internos y/o externos (aristocracia e ingleses) y esa lucha inaugura el mito fundacional de la nación, en el caso español, en cambio, la construcción de los mitos nacionales ha sido patrocinada y controlada por el poder absoluto, primero por las monarquías y después por las dictaduras del S.XX. Veamos.
Mientras que los símbolos, como la bandera, el himno o la fiesta nacional en Francia o EE.UU provienen de esa confrontación contra el poder y de procesos revolucionarios colectivos, en España la cosa es diferente, o más bien contraria.
En el estado español, la bandera en su origen es una enseña de la marina de guerra que finalmente instaura la monarquía a partir de 1908, nada que ver con la tricolor francesa. El himno, al contrario que La Marsellesa, se utilizaba como marcha real desde el S.XVIII. Por su asociación a la monarquía en su versión más reaccionaria, los liberales usaban el himno de Riego, que llegó a ser declarado himno oficial. La vinculación de la marcha real con el absolutismo, la falta de letra y su tardía implantación (se hizo oficial en 1910) impidió cumplir una función “nacionalizadora” como en otros estados.
Al igual que estos símbolos, la fiesta nacional, que se celebra este 12 de octubre (básicamente con un día de vacaciones y un desfile militar) nunca ha creado entusiasmo colectivo. Se instaura en 1918 como suma de cuestionables mitos, concretamente, como Día de la Raza (!), día de la Hispanidad, del descubrimiento de América y de la Virgen del Pilar. La comparación con el 4 o el 14 de julio no aguanta comentario serio. De poder lograr algo parecido en España, la fecha podría haber sido el 2 de mayo, y de hecho las Cortes (liberales) de Cádiz proclamaron esa fecha festiva, pero fue el rey Fernando VII (otra vez la monarquía) la que paralizó su instauración por sus connotaciones liberales.
Así pues, desde mi punto de vista, el fracaso para establecer un mito colectivo español se puede basar en varias cuestiones. Una primera, aunque quizás no la más importante, es la competencia establecida con la Iglesia Católica para controlar el espacio público y su ámbito simbólico. En segundo lugar y más importante es comprobar el fracaso de un proyecto nacionalista de corte liberal que dejó en manos de los sectores más reaccionarios de la sociedad el monopolio del españolismo. De esta forma, los mitos “nacionales” han quedado asociados a esa interpretación conservadora y de las recientes dictaduras, ya que los símbolos siguen siendo los mismos que los de aquellas.
La creciente normalización democrática desde los años noventa, la generalización de la simbología a través de los medios de comunicación y las más recientes victorias deportivas pueden dibujar un marco de normalidad, pero no es así. Una gran proporción de gentes de todos los territorios que piensan y se consideran de izquierdas rechazan (con distinta graduación) la citada simbología y los significantes del 12 de octubre. Así como muchas personas que viven en el País Vasco, Galicia, Cataluña, Valencia o Canarias no soportan esta simbología española no sólo porque puedan ser nacionalistas sino porque el historial de exclusivismo de la simbología española ha sido negacionista y agobiante (y a ésto no ayuda el nacionalismo exacerbado del que hace gala el principal partido conservador estatal, el PP).
Personalmente, simplemente me siento un canario que vive en el mundo. Los símbolos que me enamoraron en mi infancia y juventud no fueron ni la rojigualda ni la marcha real, juro que no lo hice con ninguna intención malévola. Espero que los españoles tolerantes (nacidos en cualquier sitio) que lean este artículo piensen en los argumentos aquí esgrimidos y entiendan un poco más a gentes que pensamos y sentimos como yo.
Solo me gustaría que en el futuro, una España republicana, más democrática, más plural, más justa, más moderna, más laica, y más tolerante lograra celebrar un “día de fiesta” que me motivara a brindar por ella y apostar por un estado diferente a construir entre todas las personas y los pueblos colectiva y fraternalmente.
*Heriberto Dávila es historiador, técnico ambiental y miembro de Nueva Canarias.
Heriberto Dávila*
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