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Paulino en Venezuela

José A. Alemán / José A. Alemán

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Nada que objetar al control de las papeletas que de allá lleguen para acabar con el cachondeo. Aunque, ya que lo mencionan, no me parece justo que los votos venezolanos acaben por ser determinantes de los resultados al depender más de cómo les pinte las cosas de bonitas el Gobierno viajero de turno, del éxito del sancocho y las papas con mojo o de emotividades tipo adiós, Canarias querida, que de la realidad vivida directamente aquí en materia de enseñanza, educación, etcétera.

Respecto al viaje en sí, ya vieron la foto de Paulino al bajar del avión en Maiquetía. Lo hizo en mangas de camisa y pantalón vaquero, con el jersey a la espalda y las mangas amarradas por delante sobre el pecho al más puro estilo sport pijo del ex macho Soria. Todo se pega menos la belleza. Al tratarse de un viaje oficial, acudió a recibirlo el embajador de España, Dámaso de Lario, todo él de chaqueta y corbata como manda el protocolo y las buenas formas que Paulino se pasó por el arco del triunfo. Estuvo feo y le faltó formalmente al respeto a la representación institucional que ostenta.

Menos mal que para compensar contamos con Angel Llanos, el pepero que quiere ser Zerolo en lugar de Zerolo. Dijo Llanos, primer teniente de alcalde de Santa Cruz, que el carnaval tinerfeño ha tenido, tanto en España como en el resto de la galaxia, una repercusión mediática “comparable a la de unos Juegos Olímpicos o una Exposición universal”.

Para mí que quedó corto, Llanos, porque creo que el Carnaval tinerfeño fue mucho más allá y superó incluso el impacto de la caída de Constantinopla en manos de los turcos; y si me apuran, dejó tamañito el descenso de Moisés del Sinaí con las Tablas de la Ley grabadas en unas lajas, no en madera, no fueran a chamuscarlas la zarza ardiente. Yo creo que no puede equiparársele tampoco la invención de la rueda, que tuvo también su impacto, pero no tanto como este Carnaval convertido en hito de la mayor trascendencia en la historia de la Humanidad. Enhorabuena, pues.

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