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A Royal Affair
El 28 de abril del año 1772 moría ejecutado Johann Friedrich Struensee, médico, asistente y consejero personal del rey danés Christian VII. Según quienes orquestaron toda aquella mascarada, Struensee había abusado de la confianza del rey, usurpado el poder real con sus engaños y cometido, por lo tanto, un delito de alta traición contra la corona y el país. Después sólo les quedó sazonarlo todo con el romance que Struensee mantenía con la reina Carolina Matilda para que los ciudadanos daneses pidieran la cabeza del traidor.
Sin embargo, la verdadera razón que motivó la muerte de Johann Friedrich Struensee fueron los intereses de la rancia, retrograda y anquilosada aristocracia danesa, apoyada por la reaccionaria y caduca jerarquía eclesiástica, empeñados, ambos, en recuperar los privilegios perdidos a causa de las reformas promovidas por el médico de origen alemán que luego se convertiría en la conciencia del rey Christian VII.
Antes de aquellos años de luz, ilustración y progresismo, Dinamarca era un país dominado por los privilegios de unos pocos tiranos que florecían a la sombra de una monarquía absoluta que sólo se preocupaba de su bienestar personal. Los nobles podían torturar, abusar, explotar y matar a sus vasallos con la misma impunidad con la que se beneficiaban del trabajo ajeno en su beneficio propio. Y, mientras tanto, la corona les protegía para que el sistema no tuviera ninguna pérdida. Para que no faltara de nada, una férrea censura imperaba en todo el reino y textos tan subversivos como Utopía de Sir Thomas More estaban prohibidos en el país nórdico.
Y en este escenario tan poco favorable fue en el que desembarcó Johann Friedrich Struensee, un médico y pensador ilustrado, criado en los territorios alemanes que, en esos instantes, pertenecían a la corona danesa.
Su llegada no fue lo que se dice fácil, en parte por el carácter díscolo, irresponsable e insensato del rey Christian VII, poco preocupado por la realidad de su país y demasiado acostumbrado a respetar las opiniones de los nobles de la corte y de su dominante y megalómana madrastra, la reina Juliana Maria de Brunswick-Wolfenbüttel. Además, el recién llegado tampoco contó con la aprobación de la reina Carolina Matilda, quien desconfiaba de las verdaderas intenciones de Struensee. El tiempo demostró que la reina encontraría en el médico y estadista germano-danés a la persona que podía satisfacer sus necesidades tanto a nivel intelectual como afectivo, más si se tiene en cuenta las continuas infidelidades de las que hacía gala el monarca delante de todo el que lo quisiera oír.
La sintonía entre la reina y el médico, apoyada ésta en la formación ilustrada que ambos poseían, lograron, por lo menos durante un tiempo, que Dinamarca dejara de ser un país de oscurantismo y atraso y se asomara a la modernidad que ya se desarrollaba en otros países del continente.
Después, la reacción de la nobleza no se hizo esperar y, con la bufonada criminal ya comentada al principio de esta columna, lograron eliminar a Struensee y a la reina, para luego colocar a la madrastra de rey Christian VII como regente durante una nueva época de oscuridad. Nadie podía pensar entonces que la semilla ideológica plantada por la reina Carolina Matilda en sus hijos, el futuro rey Frederick VI y la princesa Louise Auguste, nacida al calor del romance con Struensee, acabaría dando como resultado una suerte de “golpe de estado” silencioso y expeditivo, el cual derrocó a la regente, eliminó el poder de la nobleza y el clero y devolvió al país buena parte de las leyes dictadas por Struensee, una década antes.
La revolución silenciosa contó con el apoyo tácito del rey Christian VII a quien siempre le pesó el no haber podido salvar a su amigo consejero y que con su gesto trató de devolver a Struensee al lugar que le correspondía en la historia contemporánea del país nórdico.
Gracias a todo ello, Dinamarca abandonó el absolutismo retrógrado y se sumergió en la modernidad y la ilustración, logrando convertirse en uno de los territorios más progresistas y avanzados del continente, lección que otros países no supieron aprender.
A Royal Affair ?película titulada en nuestro país, Un asunto real- no es la historia de la infidelidad entre una reina y el más cercano consejero de la corona, sino un fresco histórico que nos demuestra que los países que no supieron librarse de yugo del binomio nobleza-clero en su momento todavía lo están pagando.
La reina Carolina Matilda y Johann Friedrich Struensee son dos personas modernas, atrapadas en un mundo decrépito, miserable, ramplón y carente de toda lógica. Un mundo enfermo y que se resistía -aun hoy en día lo hace, en países como el nuestro- a fenecer y dejar que la luz entre en los corazones y las mentes de las personas.
Si algo se les puede reprochar no es su infidelidad, sino el haber huido de un escenario tan adverso en vez de quedarse y tratar de buscar soluciones a problemas reales como los desmanes sanguinarios de los nobles o la falta de un sistema socio-sanitario que evitara la alta mortandad infantil que imperaba en el país nórdico antes de la llegada de Struense.
El tiempo, guardián inexorable del ser humano, demostró que las ideas del médico y estadista germano-danés no sólo eran las correctas, sino que estaban dictadas para lograr que el país lograra una evolución social que sigue siendo una referencia para quienes quieran aprender de ella.
La película, magníficamente interpretada por Mads Mikkelsen, Alicia Vikander y Mikkel Boe Følsgaard, dando la réplica a Johann Friedrich Struensee, la reina Carolina Matilda y el rey Christian VII respectivamente es todo un canto a la libertad de pensamiento y la modernidad, conceptos que tantas veces se olvidan con tal de que las cosas no cambien por miedo a que éstas evolucionen y ya no sean las mismas.
Su director Nikolaj Arcel, conocido por ser el guionista de la primera adaptación cinematográfica de la novela de Stieg Larsson The Girl with the Dragon Tattoo, gusta de dosificar los tempos narrativos para que el espectador pueda conocer las motivaciones de los protagonistas y logre entender las razones de los sucesos que se van desarrollando en la pantalla. Además, las secuencias en las que vemos el estado en el que se encontraba Dinamarca a finales del siglo XVIII o los efectos de los desmanes de los nobles daneses no son de las que le dejan a uno frío sino todo lo contrario.
Al final uno asiste a uno de esos momentos históricos ?desconocidos por la mayoría- en los que la labor de una persona puede cambiar, para bien, el desarrollo y la evolución de todo un país y situarlo a la vanguardia de la modernidad, muy por encima de países con mayores recursos, pero que siguen siendo manipulados por las mismos factores con lo que se debió enfrentar Johann Friedrich Struensee hace doscientos años.
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