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La soledad de Pepa Luzardo
Pero ella no tenía razones para creer que en su partido coincidían con los jueces en la comparación entre ella y el caciquillo.Más bien parecía lo contrario. Después de haber pasado por los calabozos y salir en libertad provisional con la imputación de seis delitos diferentes, el Gran Jefe gallego apoyó públicamente al caciquillo del pueblo. Sabemos que Mariano es un hombre agradecido y que siente una irrefrenable devoción por los aguacates de Mogán, pero de ahí a decir que lo del marinero de Góndola no era nada grave va un trecho, el trecho de la torpeza política que culminó en la derrota de marzo. También el Gran Jefe canario defendió a capa y espada al caciquillo, para defenderlo llegó a bordear la legalidad con su piquito de oro, llegó a echar mierda sobre jueces y policías. Había tanta mierda en la gestión de sus patrocinados municipales de Telde, Santa Brígida y Mogán que el Gran Jefe Soria quería repartir un poco.
Después de tanto ruido para defender al alcalde de Mogán, qué hubo cuando el juez señaló a Pepa: silencio, sólo silencio. La soledad de Pepa era eso. En su delicioso libro “Cartas a un joven poeta”, Rainer Maria Rilke escribió: “Por eso, querido señor, ame su soledad, soporte el dolor que le ocasiona; y que el son de su queja sea bello, pues los que están cerca de usted están lejos”. Fue escrito hace cien años, pero parecía una carta dirigida a Pepa. ¿Quién abrió la boca para decir alto y claro que Pepa era la mejor, que la justicia demostraría que Pepa defendió el interés general, que Pepa al fin y al cabo simplemente continuó el trabajo que había comenzado el alcalde Soria para beneficiar a unos promotores y joder a los vecinos de Schamann? Aunque sólo fuera por eso PP Manuel debía haber cumplido con su rito habitual y salir a soltar alguna estupidez contra los que estaban señalando a Pepa con el Código Penal en la mano. Pero no salió nadie de las alturas del partido. Sólo se pronunció el grupo político municipal, osea ellos mismos se defendieron a ellos mismos. El resto del partido era silencio.
La soledad de Pepa era eso. La alcaldesa que siempre salió en defensa del presidente del Cabildo que ignoraba a la ciudad, que prefería comprar una gigantesca bandera o derrochar presupuesto público en propaganda antes que apoyar a guaguas municipales. La soledad de Pepa era eso. Pepa no tenía nada que ofrecer. Por eso Soria la despreció y no la dejó ser candidata al Senado, “que se joda y renegocie su hipoteca con el banco” escuchó alguien en los pasillos de la sede de la calle Albareda. Pepa ya no servía para nada. El hombre que comenzó el proyecto de las Torres del Canódromo veía ahora la vida desde la torre del gobierno canario y no fue capaz de abrir la boca para decir que Pepa lo hizo bien cuando remató su faena. Cuentan que el poeta Rilke enfermó tras pincharse con la espina de una rosa de su propio jardín. Pepa Luzardo no tiene que buscar en las rosas de los socialistas las causas de sus heridas. Las espinas que la hieren están en su propio jardín. En el silencio del jardinero mayor y de sus peones. La soledad de Pepa era eso.
Juan GarcÃa Luján
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