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Víctimas y verdugos en Colombia

Juan García Luján / Juan García Luján

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La imagen de Ingrid Betancourt vestida con ropa del ejército cogida de la mano del ministro de Defensa y el anuncio realizado por el presidente Álvaro Uribe de que el final de la guerrilla colombiana está cerca suenan a adelanto de la campaña electoral por parte de la ultraderecha colombiana que gobierna el país. La inhumana tortura a la que ha sido sometida Ingrid Betancourt por los guerrilleros de las FARC no tiene justificación. Pero una cosa es denunciar los métodos de los secuestradores y otra muy distinta es convertir en amigos de las víctimas de la violencia a uno de los principales aliados de los grandes verdugos de la guerra colombiana: el presidente Álvaro Uribe.

Conviene recordar que una tercera parte del parlamento colombiano está formada por los denominados “parapolíticos”, son parlamentarios implicados penalmente con bandas paramilitares y narcotraficantes que han provocado según la ONU el 80 % de las víctimas del conflicto armado.

En su informe sobre Colombia Amnistía Internacional señala que “todas las partes en conflicto han cometido violaciones sistemáticas de los derechos humanos y del Derecho Internacional Humanitario, pero los paramilitares, en connivencia con el Ejército, son responsables de la mayoría de los homicidios de civiles, las desapariciones y los casos de tortura en los últimos años”. Antes de ser secuestrada la propia Ingrid Betancourt había denunciado públicamente la connivencia del ejército con los paramilitares. Por eso la imagen de la política colombiana con el uniforme que le pusieron sus libertadores resulta tan contradictoria como las felicitaciones que está recibiendo Uribe por parte de los gobiernos europeos.Esta misma semana el ex ministro Camilo González Posso, director del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) declaró que en Colombia “los 'parapolíticos' que están siendo investigados o en la cárcel seguirán apoyando y dirigiendo al gobierno de Uribe y por tanto la mafiocracia seguirá definiendo las reglas del juego político” en su país.

Hace tres años el escritor Gabriel García Márquez declaró que para lograr la paz había que combatir las causas de la violencia en Colombia: la desigualdad social, la falta de democracia y “ una economía que siempre favorece al gran capital”. En “Cien años de soledad” Márquez describe una huelga que protagonizaron los trabajadores de la compañía bananera norteamericana de Macondo. Contaba Gabo que el gobierno se alió con Jack Brown, el representante de la compañía bananera y declaró a los huelguistas cuadrilla de malhechores. El ejército asesinó a tres mil personas “pero los militares lo negaban a los propios parientes de sus víctimas, que desbordaban las oficinas de los comandantes en busca de noticias:'Seguro que fue un sueño'- insistían los oficiales. 'En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca, este es un pueblo feliz'.” Parece que la terrible pesadilla vivida por Ingrid Betancourt está convirtiendo en “sueño” las decenas de miles de pesadillas vividas por las víctimas del ejército colombiano y los paramilitares que apoyan a Álvaro Uribe. Las crónicas periodísticas que nos llegan de Colombia parecen impregnadas de un nuevo “realismo mágico” que está transformando en aliados de las víctimas a algunos de los más crueles verdugos. Uribe interpreta muy bien el papel de Jack Brown, lo que ocurre es que hay mucha gente que ya nos ha contado que las masacres provocadas por el ejército y los paramilitares no fueron un sueño.

Juan García Luján

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