Sí hablaré del Gran Canaria Ballet. El Cabildo decidió liquidarlo por su elevado coste. Una decisión peliaguda porque, es cierto, afecta a las expectativas profesionales de un grupo de bailarines. Pero no puede analizarse fuera del contexto en que se produjo su creación, que tiene su tela.Llama la atención que se desatendieran históricamente los intentos de impulsar el ballet en la isla y que, de repente, nos desayunáramos una mañana con la creación del Gran Canaria Ballet y la celebración de castings para formar compañía. Siempre he pensado que la generación cultural de una sociedad tiene que ver con sus expectativas, tendencias y aficiones. Se supone que es preciso un desarrollo previo de la actividad que sea y que, a partir de ahí, en un momento determinado de maduración y de ebullición, se impone como necesidad natural la formación de una compañía de este tipo. Esto no ocurre por decreto. Según me dicen, el Gran Canaria Ballet sólo cuenta con dos bailarines de las islas y el resto ha sido fichado fuera. No hay cantera o, de existir, ha sido ignorada. Es un dato que nada tiene que ver con planteamientos nacionalistas y mucho menos xenófobos sino con la existencia o no de demanda social. La invención no se corresponde con nuestra realidad cultural. Como diría un isleño, el Gran Canaria Ballet se nos aposó, no surge de nuestra realidad.Cualquiera que tenga memoria recordará los intentos de promocionar el ballet desde la iniciativa privada, algunos de ellos dramáticas, que se estrellaron ante la incomprensión y el desprecio de los mismos estamentos públicos que pusieron en marcha el Gran Canaria Ballet. Puedo equivocarme, pero mosquea el invento.Otra cosa es que el actual Cabildo se desentienda. Los bailarines no tienen la culpa y hemos de asumir todos, a través de la corporación insular, el coste de la pesada herencia soriana. Todos, nos guste o no, hemos de pagar el despropósito.