Paulino Rivero torció la boca al intentar dibujar en ella una sonrisa de tranquilidad. Sabía que alguien le iba a preguntar por el caso sobrina en la rueda de prensa que ofreció el sábado en Lanzarote tras su encuentro con el presidente Zapatero. Tenía preparada su respuesta: eso es un asunto doméstico, exclamó, al tiempo que remitía a los periodistas a la comparecencia pública que realizará el jueves tras el Consejo de Gobierno. Si Rivero quería decir que es asunto doméstico porque no se inscribió en las conversaciones de Estado que sostuvo con el presidente del Gobierno, estamos de acuerdo con él. Zapatero no le preguntó por la suerte de su sobrina, ni por ese asunto que amenaza con darle a Rivero un mal otoño. Si el presidente, por el contrario, apelaba a esa cualidad de doméstico por tratarse de un asunto del hogar, de la propia casa de uno, como define el término la Real Academia de la Lengua, también estamos de acuerdo con él: la vida laboral de una sobrina no es tema que haya de aventarse en una conferencia de prensa. Pero no quería decir nada de eso el presidente canario, ni es asunto doméstico su propio comportamiento público.