Vaya, no iba a quedarse solo en el tablero de la actualidad el asunto de Tindaya, resucitado casi veinte años después de su estallido para regocijo de los que siempre sostuvieron que aquello era un pelotazo y para empeño del Gobierno, que dice que seguirá adelante, impasible el ademán, a pesar de la sentencia que cuestiona que el monumento de Chillida pueda prosperar. Vaya usted a saber si parar ahora nos va a salir todavía más caro que continuar porque los de Estudios Guadiana reaparezcan, como el río, y tiren de contratos. Que durante estas dos décadas se han firmado muchos papeles de esos que comprometen. Pero, como decíamos, no se ha quedado solo el culebrón de Tindaya en esta rentré, ahora le acompaña Hoya Pozuelo, esa gran mamandurria montada sobre dominio público marítimo-terrestre en un exceso de los promotores por conquistar a los amantes de vivir al borde mismo del mar. Y tan al borde, oiga. En lo que se dilucida si el pelotazo fue solo eso o estafa, el Supremo ha ratificado lo que se sabía desde el principio, que una parte de los chalets que promovió Jaime Cortezo en compañía de otros respetables socios como Luis Hernández, ex presidente de la Autoridad Portuaria de Las Palmas, estaban en zona protección de Costas, que ya se sabe cómo se pone cuando le tocan las pencoletas. Los intentos por acogerse a unas disposiciones transitorias que permitieran la legalización de la construcción y con ella el fin del quebranto económico y moral de los vecinos afectados fracasaron, lo que irremediablemente habrá de conducir ahora a la demolición de esa veintena de casas que invaden zona de protección, con las consiguientes consecuencias para sus moradores. La demolición habrá de hacerse a costa del promotor-infractor de la obra, es decir, Jaime Cortezo, que sin embargo se ha declarado insolvente ante el juzgado que lo investiga por la querella por estafa que en su día le interpusieron los vecinos. De no pagar Cortezo, habrá de ser la Agencia de Protección del Medio Urbano y Natural la que aplique la piqueta y luego vaya contra el promotor exigiéndole el pago. A la cola, persicola, que hay muchos desagallados por cobrar.