No consta en ninguna de las crónicas distribuidas por las agencias de noticias esta misma semana, que se cierna peligrosamente sobre las cabezas de tres paleontólogos la pena de cárcel por el decisivo descubrimiento que han hecho en Cuenca. Francisco Ortega, Fernando Escaso y José Luis Sanz, que es como se llaman estos científicos, han declarado que el nacionalismo se cura viajando, y que gracias a esa afición han podido demostrar que los carcadorontosaurios no tienen por qué proceder necesariamente del hemisferio Sur, que pueden aparecer por cualquier parte de improviso. Depredador como él solo, el bicho descubierto en Cuenca ha sido bautizado con el nombre de Pepito, que al ser trasladado a las revistas especializadas y otras publicaciones oficiales, ha pasado a llamarse don Pepito, de ahí el terror de la comunidad científica a un editorial condenando a los osados excavadores por ocurrencia tan arriesgada. Pues bien, don Pepito es jorobado, peludo y suave, tan blando por fuera que se diría hecho de algodón, que no lleva huesos. Más bien plumas, dicen los expertos, lo que les ha llevado a pensar que lo trincaron mutando, lo que pudo haberle provocado insufribles dolores de cabeza que derivaron en terribles graznidos contra todo bicho viviente en aquellas calendas tan convulsas.