La definición no es nuestra, vaya por delante, sino del presidente del Parlamento de Canarias, Antonio castro Cordobez, que empleó el término “descarrilamiento” para definir la postrera pendejada de José Manuel Soria en el minuto final del pleno del debate sobre el estado de la nacionalidad canaria. Con los tropiezos y las dudas que le harán pasar a la posteridad, Castro tuvo un momento de debilidad concediendo al portavoz pepero un minuto “por alusiones”, invocadas por el interesado desde su escaño. Tras confesar que “joder, estoy sordo”, Soria se tomó ese minuto como su particular minuto de gloria, así que en lugar de responder a esas presuntas alusiones desde su escaño, como es práctica habitual, se empeñó el hombre en hacer el paseíllo hasta la tribuna de oradores, levantar los micrófonos, desentumecer una o dos veces su cuello y sus hombros, y asombrar a propios y extraños con dos lecciones, una de historia política y otra de literatura. Todo ello como consecuencia de que Paulino Rivero, en sus palabras de cierre del debate, dijera que le gustaba Benito Pérez Galdós, pero que prefería tener en su mesilla de noche el poema “Mi patria” de don Nicolás Estévanez. Dos cátedros en apuros la armaron, pero ya les adelantamos que el majo y limpio lo terminó haciendo Paulino.