El joven inmigrante marroquí accidentado era explotado por su contratador, que lo hacía trabajar en una dulcería de las medianías de Gran Canaria y en la finca de su propiedad situada en la misma zona, además de tener que dar lecciones particulares de francés a la hija del patrón. Fue en esa finca donde se produjo el accidente laboral, que en principio todos trataron de camuflar como producto de una caída mientras la víctima jugaba al fútbol durante un asadero. Tras caerle encima el techo de la cueva, el marroquí fue trasladado a un hospital a bordo de un vehículo privado, sin más prevención sanitaria que un tablón sobre el que lo depositaron para que no sufriera lesiones en su columna vertebral. Ya en el hospital, el empresario llegó a firmar un documento asumiendo los gastos sanitarios que pudieran derivarse, quizás en un intento por salvar la cara, aún cuando la asistencia la tienen garantizada los inmigrantes sin necesidad de gestos así.