Rosa Díez estaba rendida a la causa a la que su UPyD se entregará toda esta legislatura, ya verán. Pero tuvo la feliz ocurrencia de mencionar dos cosas que a muchos españoles preocupan: la corrupción y el sistema electoral. Buen rollito, sí, pero mira a ver, Mariano, si podemos cambiar eso. La reacción del candidato a presidente, lejos de buscar el soslayo sutil a la cuestión, la cercanía que siempre propician los lugares comunes, se remangó y le entró al trapo a Díez con un alegato muy apasionado sobre la honradez generalizada de cuantos se dedican a la política y una defensa excesiva del sistema electoral, acusando a su interlocutora, eso sí, de querer sacar tajada y aplausos con sus ocurrencias. Era nombrar la soga en casa del ahorcado, al partido que acumula mayor número de casos de corrupción de toda la historia de España, con un Paco Camps defendiéndose ante un jurado de sus relaciones textiles con la trama de Gürtel. La lideresa se iba enervando; no es para tanto, le replicaba Rajoy. Basta con uno, dígame que va a mojarse, le replicaba. Pero nada, Mariano se revolvía. Para qué fue aquello. La Díez, que había evitado asuntos espinosos como ETA o el 11-M, no se resignó a arrodillarse ante aquel desprecio del hombre de los 186 escaños; reproches a ella que había conseguido por fin su grupo propio. Y le devolvió la ofensa con unas duras intervenciones finales, un reproche a ese cabreo innecesario de Rajoy y, lo que es peor, con negarle su voto afirmativo. Un mal estreno con uno de los socios que a priori se presenta más complaciente con el poder mariano.