Dice en su editorial don Pepito que la nota de rectificación de Paulino Rivero llegó a El Día “un par de horas antes del cierre del periódico, estando ya en máquinas la edición de ese día”. Esto no coneja, porque o estaba la edición de ese día ya en máquinas o estaba a dos horas de cerrarse. Máquinas, para que se hagan una idea, es la rotativa, el último proceso de elaboración de un periódico impreso, y a ella sólo llega el producto una vez se ha concluido toda la fase anterior, con el periódico cerrado. Si la edición estaba aún abierta (se suele dejar para el final una o dos páginas de sucesos para las esquelas de última hora) y se recibe una carta de rectificación del presidente del Gobierno avisando de que lo que se va a publicar es falso, hay capacidad de maniobra suficiente para levantar la página que haga falta y, en el peor de los casos, modificarla e incluir un despiece con la versión del afectado. Pero hay más: ¿cómo que un escrito entregado en mano, cuya entrega se reconoce tácitamente en el editorial de este martes, no tiene validez oficial? Basta que alguien firme un acuse de recibo para que empiecen a correr los tres días de plazo que tiene el periódico para publicar la rectificación. Hasta la fecha, El Día no lo ha hecho, lo que pone de manifiesto bien a las claras que jamás tuvo la menor intención de cumplir con su obligación al respecto. De ahí que Paulino Rivero espere que, en los próximos días, se celebre la vista judicial correspondiente y se condena a la empresa editora a publicar con la misma relevancia tipográfica y similar espacio, sin comentarios ni apostillas, la versión de los afectados por esa noticia a todas luces falsa.