Hemos de estar muy satisfechos los grancanarios con los gestores públicos que tenemos. En general, lo decimos, para que ninguno en particular se sienta ofendido. Nuestro ránking insular se nutre de figuras de primer orden entre las que Gonzalo Angulo sigue ocupando un lugar de privilegio. Dicen los socialistas que el truco del hombre ha sido “montarse un Cabildo dentro del Cabildo”, una eufemística manera de relatar cómo el consejero de Cultura y Deportes ha sabido ponerse al frente de unas entidades en las que ordena, manda y hace saber, sin rendir más cuentas que las cuentas que rinde. Y si las cuentas que rinde son las de la Fundación Orquesta Filarmónica, todos los grancanarios debemos hacerle la ola. No porque esos resultados económicos sean brillantes y reflejo de una gestión intachable, sino porque su hacedor máximo tiene el mérito de perder dinero a palas y continuar al frente de una sociedad anónima, el CAAM, y de una fundación que cuesta tres millones y pico de euros más de lo presupuestado. Por no hablar de las infinitas desviaciones presupuestarias del Estadio de Gran Canaria. Es imposible que en una empresa privada se pueda alcanzar tan alto grado de ineficacia y de disparate presupuestario. No sólo pondrían al cerebro de patitas en la calle, sino que el que le firma los cheques y los avales correría igual suerte. Nos referimos al consejero de Hacienda, Víctor Rodríguez, que debe estar tan obnubilado con su próximo ingreso en Coalición Canaria -viene del PP antisoriano- que se olvida de los conceptos básicos del buen custodiador de los dineros públicos. Este viernes el PP se dispone a dar una nueva cobertura legal y política a esta sucesión de dispendios. Estaremos pendientes a ver qué dice en la campaña electoral.