Dados los amplios conocimientos de contabilidad y de administración leal y responsable que se le suponen a Juan Francisco García, habrá de entenderse que él siempre supo que era del todo irregular cargar a La Caja unos gastos claramente destinados al uso personal y familiar. De ahí que utilizara el miedo que embargaba a dos empleados de la entidad para poder realizar estas operaciones. Así, el responsable de pago de facturas tenía la orden de pagar todo lo que le presentara otro empleado en unas cuartillas que no resisten el menor examen contable. Este empleado tenía la obligación de adjuntar a esa cuartilla con la relación de gastos unos comprobantes y tickets de caja de supermercados, tintorerías, farmacias, tiendas de deporte... que aparecían burdamente cortados para que se viera el importe pero no el concepto de cada uno de ellos. Una vez pagados los gastos, al empleado se le devolvían las facturas y tickets, de modo que no quedaran pistas en La Caja. Ese empleado, mucho más fiel a la entidad que el señor García, los fue guardando en su casa y lo contó todo cuando el director general fue despedido. Tócala de nuevo, Paquito, que esto cada vez suena mejor.