Don Pepito tiene movilizados a todos sus abogados a ver si, una vez metida la pata hasta el fondo, puede perseverar en los errores hasta que Rivero ceda y le dé una licencia o hasta que, milagrosamente, aparezca de repente un papel que pudiera al menos sembrar una mínima duda por la que escurrirse. Él mismo anda publicando que son ellos, sus abogados, y no los periodistas de la casa, los que andan haciendo periodismo de investigación, por llamar de alguna manera esas cosas tan delirantes que hace el insigne editorialista dicharachero. Porque algunos de sus más estrechos colaboradores parecen haber elegido el silencio como prudente salida, no vayan a arrastarlos a ellos también. Es el caso de sus amanuenses de cabecera, Ricardo Peytaví y Andrés Chaves, que andan opinando en sus respectivas columnas sobre el sexo de los ángeles o sobre la velocidad que adquieren los cangrejos blancos de Los Jameos cuando oyen los pasos del jardinero. Chaves, en concreto, ya ha dirigido su aerofágica figura hacia varios despachos a cuyos titulares (unos en funciones y los otros consagrados) para declararse “indio bueno”, no vaya a tocarle algo en la balacera. Dicen las malas lenguas que se quiere posicionar como futuro director del periódico en el caso de que esta crisis conduzca a don Pepito al retiro forzoso, bien por merecida jubilación o bien por venta del periódico a algún grupo económico muy poderoso del eje Tejeda-La Gomera.