José Miguel Suárez Gil necesitaba una sentencia de este tipo, aunque sólo sea en primera instancia. Su imagen pública se encuentra bajo mínimos después de que se haya descubierto cómo ha alcanzado los cargos que ocupa en la Cámara de Comercio y en los órganos y entidades que le cuelgan, y después de que se haya sabido que los mismos que le auparon desconfían de él hasta el punto de que si no lo han hecho desaparecer del mapa hasta la fecha es porque de él se valen para los servicios que ningún otro se atreve a prestar. De ahí que el Zorro plateado, como ya estamos autorizados a llamarle públicamente después de la sentencia de referencia, haya demandado a este periódico por cuatro artículos de opinión de José A. Alemán en los que se comenta sólo una pequeña porción de lo que todo el mundo sabe en media Canarias, y muy pronto en Azores, Madeira y Cabo Verde. Ha ganado este primer round porque el magistrado-juez que ha visto la demanda civil de protección del honor ha considerado que lo publicado sobrepasa los límites de la libertad de expresión. Nosotros hemos quedado segundos ante su señoría, pero seguimos ocupando la primera plaza ante nuestros lectores en este combate entre la dignidad que debe adornar a los personajes públicos y la desvergüenza que guía a algunos de ellos.