Está absolutamente aceptado en las democracias avanzadas que gobernar es optar, decidir, dar prioridad. José Manuel Soria ha decidido que es adecuado gastarse 360.000 euros en una enorme bandera a instalar en un también enorme mástil en un sitio estratégico de Las Palmas de Gran Canaria. Su decisión merece todos los respetos, del mismo modo que está sujeta a la discrepancia, de lo cual darán cuenta en las urnas sus acólitos y sus contrarios. De esta última parte de la ciudadanía intuimos que está conformada por todo el mundo menos las gentes del PP y sus seguidores, que también están en su derecho de tener opinión sobre el asunto. Pero a partir de aquí nos fallan los cálculos cuando oímos al presidente de una institución democrática llamar cobarde a una oposición que ya manifestó su rechazo a la medida en los foros democráticos disponibles, y que anunció (en esos foros) que no acudiría al acto precisamente por discrepar con él. Luego está el resto de la ciudadanía que discrepa, a la que el señor Soria ha dedicado ese “se la van a tragar”, que viene a verificar muy a las claras la pasta democrática con la que está hecho este líder. Discrepar es muy sano y convertir al adversario en enemigo no genera más que úlceras. Estomacales y mentales.