La situación se hacía por momentos rocambolesca porque nadie se pudo imaginar que aquella encerrona pudiera prolongarse hasta las once y media de la noche. Todo ello, para más mortificación, sin que nadie ofreciera una explicación oficial, sin un cartel que aclarara algo y sin un guindilla que entre multa y multa pudiera dirigirse a la muchedumbre playera a la fuerza. Todo se aclaró al final cuando se supo que, en un estado aconfesional como éste, con un Gobierno a punto de legalizar los matrimonios entre gays y lesbianas, con la Iglesia jurando en arameo... todo se debía a una procesión cristiana, a una piadosa procesión en el barrio de San Andrés que debía pasar por aquella carretera. Amén.