Carmen Guerra estaba que no se lo creía. Tenía para ella solita aquellos minutos de gloria que proporciona el reglamento del Congreso de los Diputados para que sus señorías se luzcan con sus preguntas y repreguntas a los miembros del Gobierno, y la doña no dudó un sólo instante para dar sobradas muestras del buen manejo que tiene del idioma español. “Ni siquiera subido sobre de esa silla”, le dijo a Rubalcaba con ese tono que a ella le sale del pomo, “nos va a dar usted lecciones de corrupción”. Y se quedó tan campante. Es una pena que la rigidez del reglamento de la Cámara le impidiera proponer otras situaciones en las que sería imposible que alguien pudiera dar lecciones a su partido sobre sus habilidades corruptas. Porque de haber tenido chance, hubiera negado al Gobierno pontificar envuelto en una toballa o comiéndose unos bisteles tras dar vuerta y vuerta a una retonda.