La salida del diario Público en 2007 vino a llenar un hueco que paulatinamente había ido dejando libre el periódico El País, todopoderoso baluarte de los lectores progresistas desde su nacimiento en 1976. Su sutil pero imparable alejamiento de sus principios fundacionales por su dependencia respecto de otros negocios ajenos a la comunicación, acentuada con la irrupción de nuevos capitales y nuevos intereses tras la muerte de Jesús de Polanco, empezaron a convertir en necesaria otra cabecera de izquierdas, en el sentido más puro y valiente del término. Quizás tentada por esa evidente demanda, Mediapubli, la empresa editora de Público, aceptó el reto del papel en lugar de limitarse a Internet, lo que seguramente no hubiera provocado ahora su defunción tan precipitada. A los directivos les entusiasmaron los primeros resultados, las crecientes ventas en clara contradicción con lo que ocurría a la competencia, y una facturación publicitaria que parecía acercarse al punto de equilibrio presupuestario. Pero la resistencia de Mediapubli se agotó a 7 millones de euros de conseguirlo, y tomó la dura, aunque legitima decisión, de arrojar la toalla, de solicitar concurso de acreedores y, directamente, tirar por la borda todo el esfuerzo hecho y toda la inversión realizada. La posibilidad de hacerse fuertes en la Red parece descartada por los trabajadores porque la cabecera será subastada por el Juzgado de lo Mercantil que lleva el concurso. Solo un milagro, un creyente en el buen periodismo, en el periodismo de contar grandes y pequeñas historias en Internet, un creyente con dinero o con capacidad para aglutinarlo, puede reconducir la situación y salvar para la pluralidad y para los lectores de izquierdas esta esperanzadora experiencia de comunicación. Mientras tanto, a los 160 trabajadores de Público, nuestra solidaridad y nuestros mejores deseos.