El sector pesquero tiene pruebas de cómo el mar de Canarias sufre la crisis climática

Trabajadores de la cofradía de pescadores de Agaete

Toni Ferrera

Las Palmas de Gran Canaria —

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David Pavón lo sabe. Desde hace unos años, observa y captura peces en las aguas cercanas a El Hierro, la isla más occidental de Canarias, que no solían nadar por ahí. Pero también ha perdido de vista a otros, como el salmonete, que sí venían haciéndolo. El cambio no ha sido por gusto. El calentamiento de los océanos asociado a la crisis climática y la sobreexplotación están provocando migraciones de las especies marinas, causando alteraciones en la actividad del sector pesquero.

“Hemos notado la aparición y establecimiento de algunas especies de manera sólida, como uno de los peces ballesta. Y también es verdad que aquí afloraba bastante más el pequeño pelágico, como la caballa o la sardina, muy necesaria para la pesca de túnidos. A los nuevos ejemplares, bienvenidos sean. Pero los que ya no están los echamos de menos”, apostilla Pavón, presidente de la Federación Regional de Cofradías de Pescadores del Archipiélago.

La hipótesis de los profesionales de la pesca canaria se ha confirmado con una investigación publicada recientemente que detalla estas variaciones. A partir de las descargas oficiales en los puntos de venta, expertos han analizado por primera vez la evolución de especies de interés pesquero vinculadas a aguas frías para las que Canarias representa generalmente el punto más al sur del Atlántico. Los resultados demuestran que en algunos casos las capturas han descendido considerablemente. La sama guachinanga (Dentex dentex) ha pasado de registrar 3.448 kilogramos (kg) en 2008 a solo 1.337 en 2019. Y con el salmonete (Mullus surmuletus) ha ocurrido más de lo mismo, de 44.437 kilos a 21.851.

En cambio, la historia es diferente para otros peces de afinidad tropical. El gallo aplomado (Canthidermis sufflamen) ha pasado de 13.920 kilogramos en 2008 a 39.111 en 2019, el chicharro-caballa (Decapterus macarellus) de no contabilizar nada a acumular 429 kilos y el peto (Acanthocybium solandri) de 42.253 a 59.559 kg. Para estas especies, los autores consideran que hay dos explicaciones: o siempre han sido comunes en Canarias y ahora han podido verse beneficiados por el incremento de las temperaturas. O bien han aparecido por primera vez en las aguas de las Islas por el calentamiento del Océano Atlántico y el tráfico de plataformas petrolíferas, conocidos como “vectores de entrada”, que ayuda a las especies a aumentar el rango natural de distribución.

“Esto ha multiplicado exponencialmente el número de especies nuevas de afinidad tropical que aparecen en el Archipiélago”, destaca Pablo Martín-Sosa, primer autor del estudio e investigador en el Instituto Español de Oceanografía (IEO). El trabajo académico pide monitorizar estas tendencias en el futuro, analizar las cifras por islas y examinar otros indicadores ambientales en este sentido. También cree conveniente recoger información estadística de otras regiones (Macaronesia, España, Cabo Verde…) para analizar aún mejor el asunto. Porque es de interés. El mar que rodea a Canarias sigue ganando temperatura. Y el pasado verano llegó a alcanzar valores superiores a 1,5 grados respecto a sus registros normales, precisa Aridane González, doctor en Ciencias del Mar por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) y presidente del Comité Científico para el Cambio Climático del Gobierno autonómico. Para finales de siglo, este incremento podría superar los dos grados, advierte una investigación.

Los efectos son múltiples. De acuerdo con el oceanógrafo, “en los últimos años se están registrando eventos de olas de calor marinas más intensas” y también “tormentas tropicales” que no eran frecuentes antaño. Pero también “consecuencias severas” para el entorno marino. La absorción de una mayor cantidad de dióxido de carbono (CO2) por la expulsión masiva de gases de efecto invernadero hace que el agua se vuelva más ácida, lo que reduce al mismo tiempo la presencia del oxígeno. Es lo que los científicos denominan “aguas anóxicas”, en las que la vida de los peces es inviable. El Mar Menor es un ejemplo paradigmático de ello. En la Charca de Maspalomas también ha pasado.

Aparte de eso, el calentamiento de los océanos motiva que la metabolización de los organismos sea más rápida. La temperatura corporal de la mayoría de los peces es igual que la del agua en la que habitan. Y que esta vaya aumentando, significa que la de los seres vivos de ese entorno también lo hará. Eso implica que las especies demandarán más comida, más consumo de oxígeno y se reproducirán menos, explica José Juan Castro, biólogo y doctor en Ciencias del Mar por la ULPGC. Las larvas y los huevos, que precisamente suelen vivir en las capas más superficiales, donde la absorción del calor es mayor, son muy vulnerables a ello.

“Es un cúmulo de elementos que provoca que aquellos que sean capaces de adaptarse a esos niveles de estrés podrán aumentar su población. Otros, no obstante, migrarán a aguas profundas o latitudes con temperaturas óptimas para ellos”, razona Castro. Esto en principio no es malo. Tan solo un proceso de adaptación, como los cientos de miles que ha habido en la Tierra. De hecho, un estudio de la Universidad de Glasgow halló que la mayoría de las poblaciones de peces ha respondido al calentamiento térmico con un cambio en su distribución geográfica. Pero es preocupante si supone una disminución de la biodiversidad. Una investigación difundida por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) constató que una cuarta parte de las especies de agua dulce está en peligro de extinción. Y otra, publicada en la revista Earth & Environment, de la prestigiosa Nature, vaticina un descenso del 40% de las capturas en ciertas zonas de los trópicos.

En Canarias, además, esto es de especial interés. Martín-Sosa puntualiza que el Archipiélago siempre se ha considerado como una zona de transición entre especies de afinidad térmica templada-fría y tropical. De ahí que, al oeste de La Graciosa, por ejemplo, sea tradicional capturar la merluza europea, una especie típica del Mar del Norte. O el popular besugo, conocido en la Comunidad Autónoma como goraz. Son animales que han definido a las Islas como el lugar más al sur en el que pueden estar. Pero que “ahora mismo están en riesgo crítico de desaparecer” en la zona. De acuerdo con el Sistema Integrado de Observación de Carbono (ICOS), las aguas canarias secuestran 280.000 toneladas de CO2 al año. Y eso tiene consecuencias.

“Es importante entender que los organismos tienen un rango de temperatura donde se reproducen, donde pueden vivir. Así hemos visto progresivamente retroceder especies de enorme valor ecológico, como las fanerógamas marinas”, los famosos sebadales, también afectados por el urbanismo masivo en las costas, resalta González. “Debemos controlar las actividades humanas que suman más incertidumbre y problemas. Aguas residuales, contaminación, sobrepesca… Todas ellas hacen que el océano tenga más difícil su capacidad de hacer frente a este fenómeno global”. 

Sobre esto último (la explotación indiscriminada de los caladeros) hace balance el biólogo José Juan Castro. Él ha liderado una investigación publicada en 2021 que estima que Gran Canaria ha perdido el 90% de la productividad pesquera en los últimos 50 años. Asegura que “si no se hace nada, muchas especies colapsarán en 10 o 15 años”. Y que, debido a la reducción masiva de la biomasa de estas poblaciones, su capacidad de respuesta “está muy reducida”. Por eso lo tienen más complicado que otras para adaptarse a las condiciones extremas que proyecta la crisis climática, debido al “cuello de botella” que se ha formado.

Castro sostiene con pinzas las conclusiones del estudio liderado por Martín-Sosa. Está de acuerdo con que los peces de aguas tropicales han iniciado una especie de “colonización” en las Islas, pero prefiere atribuir las disminuciones en las capturas de la mayoría de los ejemplares que las han protagonizado a la sobreexplotación (aspecto que también menciona Martín-Sosa en conversación telefónica). Agrega que “actualmente tenemos más problemas” por esto mismo que por el cambio climático. Que la actividad pesquera es “muy selectiva”. Y pide no pensar tanto en el plano climático, “que no podemos controlar”, y actuar en los que sí hay rango de acción “para regular la pesca de una manera diferente”. 

“No siempre es una causa ambiental, que han cambiado las corrientes o que el agua está más caliente. Estamos haciendo las cosas mal. Y nada por cambiar”, remacha el investigador. 

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