Reseña
Un dejarlo para siempre seguir (Nicolás Guerra Aguiar)

Victoriano Santana Sanjurjo

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El maestro me dice que lo deja. “Cómo que lo dejas”, le replico. No le creo. Sigue publicando sus magníficos artículos. Tiene cuerda para rato. Lo sé y se lo digo. “Es mi último libro”, me aclara. Me pongo nerudiano (“Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero”): no sé por qué ha tomado esta decisión; pero tal vez, en el fondo, sí entienda el porqué. Sus habituales textos en la prensa grancanaria y el que nos regale cada año un título (Entre el aula y la calle debería haberse publicado el año pasado, pero por mi culpa…, por mi culpa, por mi gran culpa) demuestran que su ingenio e intelecto siguen siendo admirables, de ahí ese desconocimiento declarado a su decisión que, con la debida contundencia (hija de la sorpresa y hermana del disgusto), le hice llegar en su momento; mas, por otro lado, capto de alguna manera lo que significa la idea de final, la sensación de que ya se ha cumplido con un quehacer que, para el caso que nos convoca, le ha ocupado y entretenido de un modo singular durante los veintitrés años de siglo XXI que hemos recorrido; sobre todo, en los últimos trece, o sea, desde que un servidor lleva siendo su editor habitual (no por ello el más importante, por supuesto). 

Me detengo en esto que acabo de señalar. Echo cuentas: Literatura canaria. Desarrollo del currículo (1997); Tres consejos de guerra y un consejo de paz (2000); La extraviada sonrisa de Luisita camino de Gáldar o La casa amarillo gofio (2002); Poemas de Pedro Lezcano (2003); Voces de nuestra lengua (2010)**; Gáldar, Aregaldan, Agáldar… (2011)*; Antología cercada (2012); Escritores en el alba del siglo XXI (2014)*; Sansofé. En defensa de la libertad secuestrada (2017); Gáldar desde la serena distancia (2020)*; La represión franquista contra Gonzalo Pérez Casanova (2021) y Entre el aula y la calle (2023)**. La mitad de estos títulos los ha publicado concediéndome el privilegio de ser su editor (*) y, de estos, además, la mitad también recibió el gratificante encargo del prólogo (**). ¿Para qué sirve lo apuntado? Yo creo que para avalar de alguna manera mi conocimiento de su producción y de los fundamentos ideológicos e intelectuales, así como estilísticos, sobre los que vertebra su escritura.

Esta relación editorial se ha consolidado gracias al hecho de que los dos somos docentes, con diferentes situaciones administrativas, es cierto, pero docentes, al fin y al cabo. Cuando se asimila la enseñanza como un modus vivendi, nunca se deja de pertenecer a ese universo vocacional que pulula en torno al magisterio. Súmesele a ello, además, nuestra condición filológica o, por ser más concreto, esa inclinación profesional y afectiva hacia lo que tiene que ver con la lengua y la literatura castellanas. Este libro, como todos los que ha compuesto el maestro, rezuma pedagogía e hispanidad. Amamos nuestro idioma, y nuestro dialecto, y los textos escritos en nuestra lengua, y aquellos que reflejan la singular manera de expresarse de los nuestros, los canarios. Repito: amamos esto e intentamos que no falte en la valija educativa que cada día portamos y que nos sitúa por la devoción más próximos al amor de Eneas por su padre que al condenado Sísifo. Con esta convicción firme he asumido el premio de estos trece años a su lado y de lo que significa su decisión. 

A mi juicio, es desacertado circunscribir sus excelentes aportaciones académicas y culturales a cuanto ha realizado desde que publicara su obra más conocida y difundida (Tres consejos de guerra y un consejo de paz, finales de 2000) y, con ella, de algún modo, como inevitable consecuencia de la inspiración o estado de gracia de las musas, sacara a la luz el artículo “Sobre ustedes, vosotros, engodos y otros” (La Provincia/DLP, 16 de septiembre de 2001), el texto con el que iniciara la felicísima trayectoria que le ha situado en la consideración de ser uno de los más afamados articulistas canarios de esta centuria. Las cuentas echadas al principio son insuficientes. Detrás de los trece años juntos o del casi cuarto de siglo que lleva siendo objeto de nuestras atenciones y admiraciones particulares, hay un largo camino que merece ser tenido en consideración y que, recogido en las hemerotecas, testimonian lo beneficioso que ha sido para todos nosotros ser contemporáneos y paisanos suyos —más aún si a estas condiciones se le unen las afinidades doctrinales e ideológicas—. Las páginas de la prensa de las últimas cinco décadas hablan del compromiso firme, indesmayable, fiel… con los suyos —nosotros, los nuestros— desde donde siempre supo que sería de utilidad para facilitar la comprensión del mundo que nos rodea y, en consecuencia, para que pudiésemos contribuir a su mejora: en las aulas, con la lengua castellana como estandarte y con la literatura hispánica por horizonte.

Su quehacer en todo este tiempo ha sido el propio de un intelectual de los de verdad, de los que merecen nuestro reconocimiento y gratitud, de alguien íntegro que ha llevado a cabo su labor sin grandes aspavientos y sin propagandas que moviesen a pensar en el deseo de una notoriedad gratuita. Frente a los que buscan en la docencia la plataforma de arranque para otros fines o un medio de subsistencia que malinterpretan o desarrollan con mentalidad mercantil, el ilustre galdense (al que espero que en breve nombren hijo predilecto) ha sido un ejemplo de coherencia con su inclinación y excelencia en su ejercicio. 

Entre el aula y la calle, la obra que nos convoca, sigue la estela de Voces de nuestra lengua (2010) y Escritores en el alba del siglo XXI (2014) en lo que a sus contenidos de lengua y literatura castellanas se refiere; y, además, con Gáldar, Aregaldan, Agáldar… (2011) y Gáldar desde la serena distancia (2020) en la apariencia: artículos didácticos aparecidos en periódicos. A partir de esto último, me gustaría detenerme en dos observaciones: por un lado, en la importancia de la prensa cuando asume la función de ser un canal válido para la formación de sus lectores; por el otro, en la omnipresente voluntad pedagógica que subyace en todo lo que compone y que ha sido (y es) determinante para configurar un estilo de escritura suigéneris.

Empiezo por los diarios y por una observación que considero relevante: que un medio de comunicación de noticias, sucesos, opiniones… haya tenido y tenga un generoso hueco para artículos divulgativos como los del profesor Guerra Aguiar, piezas estas que se erigen entre las numerosas y variopintas nuevas como un lugar plácido donde hallará descanso el intelecto de los retortijones de la actualidad y donde podrá alimentarse con sosiego de los nutrientes del idioma y del pensamiento. En los textos del maestro, el periodismo escrito retorna a esa función de vehículo educativo que siempre tuvo y que los tiempos y las circunstancias le han ido relegando a un segundo plano (o tercero, o cuarto… o vaya uno a saber). En un complicado entorno mercantil y empresarial como el que desde hace unos años vive la prensa, donde la política y el espíritu de lonja ocupan porcentajes muy elevados de páginas y horas audiovisuales, el que un responsable periodístico conceda un valioso espacio para que vean la luz los textos del profesor merece cuanto menos un reconocimiento por mi parte que no puedo, no debo ni quiero pasar por alto. 

La mentada voluntad pedagógica que constituye la totalidad del universo de nuestro autor y sobre la que se sostiene su modo de escribir convierte sus producciones en inmejorables ejemplos de lo que la tradición didáctica y literaria recogía en el latinismo docere et delectare. Entre el aula y la calle da fe de todo cuanto cabe afirmar acerca del estilo del maestro, de esas maneras que han fructificado en una prosa desenfadada, ágil, asequible, salpimentada con ese salutífero dejar caer con retranca no exenta, en ocasiones, de fina socarronería, siempre lejos de cualquier propósito de escarnio o de adentrarse en pantanos soeces. Una escritura exigente con el rigor que no renuncia al lenguaje poético —esas no pocas expresiones de naturaleza lírica que construye con abundantes juegos sintácticos— ni a los muchos guiños coloquiales y recursos que, en ocasiones, recuerdan a las historietas gráficas. Un quehacer compositor que busca y consigue plasmar ese complejísimo redactar como se habla sin perder la formalidad y abriendo puertas a la afabilidad; y que aspira a dotar a sus piezas de la virtud de la multifuncionalidad, o sea, el que los artículos puedan ser abordados desde diferentes enfoques: si queremos un texto de ideas, lo tenemos; si buscamos uno con referencias filológicas o históricas, lo hallamos; si anhelamos alguno grato al placer lector, lo encontramos…

Me identifico con esa fórmula comunicativa en la que una explicación tiene como punto de partida los perfiles de una experiencia personal que se desea transmitir con generoso interés. Compartir lo propio no deja de ser una manifestación de especial aprecio hacia los interlocutores; y más cuando, de algún modo, representa el espíritu que rige todo proceso de enseñanza. Lo anecdótico desde el lugar de lo autobiográfico consolida el mensaje porque sitúa al emisor en la posición de ser un inmejorable testigo y ejemplo de lo que cuenta y afirma: como nada es ficción, nada es ajeno desde el momento mismo en el que es o puede ser posible. Con esta premisa, es factible entrar en el conocimiento del mundo; y más si se sabe de antemano que sólida es la fortaleza del guía y admirables sus fundamentos personales, como ocurre con el profesor Guerra Aguiar cuando asume y manifiesta explícita e implícitamente que todo lo que tenga que ver con él como docente y escritor ha de situarse siempre bajo el amparo de la más firme defensa de la libertad, la democracia, la ciencia, el compromiso… De aquí sus principales referencias literarias, que en este tomo refulgen de un modo especial: los autores de Antología cercada, destacando del conjunto la figura de Pedro Lezcano; Miguel Hernández; la poesía social; el discurso del rigor científico que consolida Tiempo de silencio; y Galdós, por supuesto, don Benito siempre está presente.

Concluyo. El maestro ha dicho lo que tenía que decir. Este libro, como todos los anteriores, no deja de ser un compendio de lo que ha sido su legado docente e intelectual, y como usuario y amante del idioma, y como devoto lector. Nada ha silenciado. Ha compartido sus conocimientos y sus pensamientos porque ha creído con firmeza en el valor de la educación y de la libertad.

Estas páginas son también una crónica personal, una selección de instantes en las que el docente pasa del aula a la calle, y de la calle a ciertos eventos significativos que le han marcado hondamente. Yo he sido un testigo privilegiado de este camino, de estas andanzas, de este muestrario de convicciones que se han solidificado en un mensaje sobre la certeza, sobre esa verdad hija de la ciencia y hermana de la precisión que el galdense se ha preocupado de difundir, redifundir, insistir, proclamar siempre que ha podido y como ha podido a lo largo de toda su vida.

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