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El Parque Nacional Marino y la posverdad

Luciano Armas

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El término “posverdad” es un neologismo admitido por la Real Academia en 2017, que define como una “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula las emociones con el fin de influir en la opinión pública”. En realidad, el neologismo tiene puntos en común con los términos sofisma o falacia, y alude al uso de mensajes subliminales para elevar la opinión a la categoría de Verdad, propiciando la desinformación.

Ejemplos del uso de la posverdad serían la campaña del Brexit en Reino Unido; la de Donald Trump por la presidencia de los Estados Unidos; o el referéndum en Colombia sobre los acuerdos de paz. Y el mejor antídoto contra ese uso perverso de las emociones, es obtener y difundir información que nos aproxime a La Verdad.

No valen sentimientos ni afirmaciones pueriles como “el mar es de todos”, porque igual podría decirse que el monte es de todos, pero no por eso se pueden talar árboles, ni se pueden hacer barbacoas en cualquier sitio, y ni siquiera se puede pasar caminado por determinados lugares en algunas ocasiones.

La verdad sobre el dilema del Parque Nacional Marino en El Hierro no puede reducirse a los sentimientos de los que egoístamente pretenden que se actúe en su propio beneficio, llámense pescadores deportivos o profesionales, sino que se debe actuar en función del interés común del conjunto de los herreños.

Somos conscientes por otra parte, que nuestra Isla ha sufrido las consecuencias de una deficiente política de ordenación del territorio, que ha estrangulado sus posibilidades de desarrollo e impedido que ese binomio progreso económico-sostenibilidad permitiese desplegar el potencial que tiene nuestra Isla como destino turístico singular y lugar privilegiado en el que vivir.

Esa carencia de planificación y de adaptarse a las necesidades y demandas de los ciudadanos, ha provocado como reacción un cierto rechazo a las restricciones derivadas de las medidas de conservación del territorio, propiciando además la búsqueda de alternativas irregulares o ilegales, ante la pasividad, tolerancia o complicidad de quienes debían custodiar un bien tan preciado y valioso.

¿Debe condicionar ese cierto rechazo a medidas de conservación, el tomar la decisión adecuada sobre el Parque Nacional Marino?

De nada vale lamentarse, buscar culpables en el pasado, o pensar en lo que podría haber sido el Sur de la Isla como polo turístico excepcional y único en Canarias. El punto de partida es la realidad que tenemos, y es en ese escenario en el que debemos ponderar fríamente la posibilidad de un parque Nacional Marino en nuestra Isla, analizar sus ventajas e inconvenientes, y decidir lo mejor para nuestra Isla y para generaciones futuras.

Pero esa difícil decisión, que en cualquier caso tendría sus detractores, deben tomarla los representantes de los ciudadanos en las instituciones, que para eso han sido elegidos, después de los respectivos informes técnicos, académicos y de especialistas.

No vale esconderse detrás de un pretendido plebiscito o esperar a que pasen las elecciones, que no es sino un gesto de cobardía política, y supeditar los intereses de la Isla en un asunto de tanta trascendencia a una supuesta y egoísta estrategia electoral. Porque un líder debe ir por delante marcando camino con visión de futuro aún a riesgo de ser incomprendido, y no a remolque de intereses particulares o de fidelización momentánea de votos.

Los mejores padres no son los que le dan caramelos y donuts a sus hijos cuando se lo piden, sino los que les dan potaje, aunque no les guste, porque saben que es lo mejor para ellos y a la larga se lo agradecerán. De la misma forma, el mejor líder político no es el que trata de ir a remolque de los gustos de los ciudadanos, sino el que marca metas ambiciosas comportando a veces sacrificios e incomprensión, pero que al final sería lo más beneficioso para todos.

Creo que al debate del Parque Nacional Marino hay que quitarle mucha posverdad, muchos argumentos falaces y apasionados, y añadirle bastante información y un balance sosegado sobre las ventajas y los inconvenientes de este, tanto desde el punto de vista social, como económico y medioambiental para el conjunto de la población de El Hierro y futuras generaciones.

Hace quizá unos cincuenta años, fui con mi padre (QPD) y dos pescadores más a El Verodal en un robusto Land Rover gris, por una intransitable pista de tierra que partía desde El Pozo de la Salud, pasaba por Arenas Blancas y llegaba hasta la Hoya del Verodal, en cuya playa aún no había caído el jable rojo y estaba formada por enormes callaos negruzcos.

Mientras mi padre y quienes le acompañaban pescaban desde la orilla con caña fija o de lanzar, me zambullí en aquellas aguas con gafas, aletas y un fusil de aire comprimido, en lo que sería posiblemente de las primeras inmersiones de pesca submarina en nuestra Isla.

El espectáculo lleno de vida y colorido en aquellas aguas era realmente fascinante: viejas, abades, sargos, palometas, fulas, galanes, bocinegros y medregales entre otros, nadaban en grupos de un lado para otro. Algún tamboril perezoso que movía las pequeñas aletas, algún chucho nadando parsimonioso próximo al fondo, y la cabeza de alguna morena que asomaba entre dos rocas con la boca abierta.

Realmente, miraba desde la superficie para elegir la pieza a la que le iba a disparar entre muchas opciones, hacía una inmersión, le disparaba, y si acertaba subía con el pez ensartado en el arpón y lo enhebraba en el cordel atado a una boya. Cuando tenía una cantidad razonable de piezas volví a la orilla, dejando atrás aquel espectáculo multicolor lleno de vida.

Hace tres o cuatro años fuimos a la Playa de El Verodal con la familia. En un momento le dije a uno de mis hijos: “Ponte las gafas y las aletas, y vamos a dar una vuelta por esta playa, a la que yo de joven vine algunas veces a pescar”.

Lo que en otro tiempo era el fondo marino de la playa de El Verodal lleno de vida y con una variada fauna deslumbrante y multicolor, ahora era un páramo marino esquilmado en el que algún pejeverde se movía escurridizo entre las algas del fondo.

Aquel rico mar de El Verodal encantador y lleno de vida, en el que se recreaba la vista y el espíritu, forma parte de la herencia que recibí de mis padres.

Este mar de El Verodal, pobre, sin vida, sin fauna y sin color, forma parte de la herencia que le estamos dejando a nuestros hijos.

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